¡Cualquiera diría que no está bautizado! Y contaba por si mismo los golpes. Nunca ha pegado tanto el general. Tengo la espalda hecha una pura llaga. Decididamente, ese hombre no tiene alma de cristiano.

«Comprendí bien lo que dijeron de latigazos y de piedad cristiana. En cuanto a lo demás, no supe darme cuenta exacta de lo que significaban las palabras ‘su potro’, y deduje que establecían una relación cualquiera entre el caballerizo y yo, pero no pude comprender en aquel momento qué clase de relación era aquélla. Mucho más tarde, cuando me separaron de todos los demás caballos, fue cuando lo comprendí.

«Las palabras ‘mi caballo’ me parecían tan ilógicas como ‘mi tierra, mi aire, mi agua’, pero causaron en mí una impresión profunda. Mucho he reflexionado después acerca de esto, y únicamente mucho más tarde, cuando aprendí a conocer mejor y más cerca a los hombres, fue cuando me pude explicar todo eso.

«Los hombres se dejan llevar por palabras y no por hechos. A la posibilidad de hacer tal o cual cosa, prefieren la posibilidad de hablar de tal o cual objeto en los términos convencionales establecidos por ellos.

«Y esos términos, que para ellos tienen grandísima importancia, son los siguientes: ‘El mío, la mía, los míos, mi, mis’. Los emplean al hablar de los seres animados, de la tierra, de los hombres y hasta de los caballos. También es común que una persona, al hablar de un objeto, lo califique de ‘mío’. La persona que tiene la posibilidad de aplicar la palabra ‘mío’ a un gran número de objetos, es considerada por las otras como la más dichosa.

«No podré deciros cuál es la causa de todo este razonamiento. Muchas veces me he preguntado si será el interés el motivo de todo, pero siempre he rechazado la idea, y he aquí por qué: Muchas personas me consideran propiedad suya, y, sin embargo, no se sirven de mí;

no son ellas las que me alimentan y me cuidan; las que lo hacen son extraños a quienes no pertenezco: palafreneros, cocheros, etc, «Transcurrió mucho tiempo antes de que me diera cuenta cabal y clara de la palabra ‘mío’, a la que tanta importancia dan los hombres, pero hoy puedo aseguraros que no tiene otra significación que un instinto bestial al que ellos dan el nombre de ‘derecho de propiedad’, «Un hombre dice: ‘mi tienda’, y jamás pone en ella los pies;

o bien: ‘mi almacén de ropa’, y no toma nunca un metro de paño para sus necesidades.

Hay hombres que dicen mis tierras’, sin haberlas visto nunca. Los hay también que emplean la palabra ‘mío’, aplicándola a sus semejantes, a seres humanos a quienes jamás han visto, y a los cuales causan todos los daños imaginables: dicen ‘mi mujer’ al hablar de una mujer que consideran como propiedad suya.

«El principal objeto que se propone ese animal extraño llamado hombre, no es el de hacer lo que considera bueno y justo, sino el de aplicar la palabra ‘mío’ al mayor número posible de objetos. Esa es la diferencia fundamental entre los hombres y nosotros; y, francamente, aun prescindiendo de otras ventajas nuestras, bastaría esa sola para colocarnos en un grado superior al suyo en la escala de los seres animados.

«Pues bien, ese derecho de poder decir de mí, ‘mí caballo’, fue el que obtuvo nuestro caballerizo mayor.

«Me admiró mucho aquel descubrimiento. Ya tenía tres causas de disgusto: mi pelo, mi sexo y aquella manera de tratarme como una propiedad, a mí, que no pertenezco sino a mí mismo y a Dios, como todos los seres vivientes.

«Los resultados de considerarme de aquella manera, fueron numerosos: me alimentaron mejor: me cuidaron más; me separaron de los otro caballos y me engancharon antes que a los demás compañeros.

«Apenas cumplí la edad de tres años, me dedicaron al trabajo. La primera vez que me engancharon, el caballerizo que me consideraba como propiedad suya asistió a aquella ceremonia. Temiendo que yo ofreciese resistencia, me sujetaron con cuerdas; después me pusieron una gran cruz de cuero en el lomo y la sujetaron con dos correas a las dos varas del carruaje para que yo no pudiese destruirlo a coces. Aquellas precauciones fueron inútiles yo no quería otra cosa que ocasiones para demostrar mi amor al trabajo.

«Su admiración fue grande cuando me vieron marchar como un caballo viejo. Me siguieron enganchando todos los días para enseñarme a ir al trote. Hice tan rápidos progresos, que una hermosa mañana el mismo general se maravilló de ellos. Pero ¡cosa extraña!, desde el momento en que era el caballerizo y no el general quien me aplicaba la palabra ‘mío’, ya no tenia igual valor mi talento.

«Cuando enganchaban a mis hermanos y a los caballos padres, se medía la longitud de sus pasos, se les enganchaba en magníficas carrozas y se les cubría de hermosos adornos; a mí se me enganchaba en carruajes humildes y conducía al caballerizo cuando tenía que hacer algo.

«Y todo ello por ser pío y, más que por eso, por pertenecer al caballerizo y no al conde.

«Mañana, si aún vivimos, os contaré el resultado que tuvo para mi aquel cambio de propiedad».

Los caballos se mostraron respetuosos todo el día con el viejo Kolstomier.

El único que siguió tratándolo como antes fue el viejo Néstor.

VII Tercera noche

La luna alumbraba otra vez los ámbitos del viejo corral, cuando Kolstomier reanudó su narración en estos términos:

«La consecuencia más extraordinaria que resultó del hecho de que yo no perteneciera a Dios ni al conde, sino a un simple caballerizo, fue que la cualidad que avalora a todo caballo fue vista en mí como un delito que motivó mi destierro.

«Dicha cualidad fue la rapidez de mi trote.

«Paseaban a Liebed por la pista cuando el caballerizo y yo, al regresar de una de nuestras correrías, nos acercamos al grupo. Liebed paso ante nosotros; marchaba bien, mas, por muy arrogante que fuera, mi trote era mejor que el suyo, Liebed paso delante y yo avancé para seguirlo, sin que me lo impidiera el caballerizo.

«–Estoy por probar lo que trota mi pío –se dijo, y cuando Liebed los alcanzó y se puso a mi altura, seguimos juntos. Como él estaba bien ejercitado, se me adelantó en la primera vuelta, pero en la segunda, cuando yo había tomado ya contacto con el terreno, le alcancé primero y le pasé después.

«Volvimos a empezar y obtuve el mismo resultado.

«Decididamente, mi trote era mejor que el suyo.

«Todo el mundo se quedó admirado. El general dispuso que el caballerizo me vendiese lo más pronto y lo más lejos posible, para no volver a saber de mí en la vida, orden que se apresuro a cumplir, vendiéndome a un chalán.

«No permanecí con éste mucho tiempo. La suerte era injusta y cruel conmigo. Me indigné profundamente y no tuve más que un pensamiento: dejar mi pueblo natal lo antes posible. Mi posición era en ella demasiado penosa; el porvenir pertenecía a los otros caballos. El amor, la gloria y la libertad les esperaban. En cuanto a mí, debía trabajar y humillarme toda mi vida…