«Entró y me rodeó con sus brazos, «–Míralo, Farasié; parece pío.

«Yo me escabullí de sus brazos, pero, como no tenía bastantes fuerzas, caí de rodillas.

«Vamos a ver, diablillo –dijo.

«Mi madre se inquietó por aquello, pero, no atreviéndose a defenderme, se contentó con suspirar y se alejó.

«Los demás criados se agruparon en torno nuestro y empezaron a inspeccionarme.

«Todos reían al ver las manchas de mi pelo, y me daban los nombres más raros.

«Ni mi madre ni yo pudimos comprender el sentido de aquellas palabras.

«Hasta aquel momento, no había existido ningún caballo pío en la familia.

«No creímos que hubiera en ello nada malo: en cuanto a mis formas y a mi fuerza, fueron admiradas desde el momento mismo de mi nacimiento.

«–Creo que es muy vivo –dijo el palafranero–; me cuesta trabajo retenerlo en los brazos.

«Poco después llegó el caballerizo, quien se admiró al verme y dijo con acento de contrariedad:

«–¿A quién puede parecérsele este monstruo? Seguro que el general no querrá conservarlo en la yeguada. ¡Eh, Babá! me has jugado una mala pasada –dijo, dirigiéndose a mi madre–. Si hubiera nacido con una estrella en la frente, aún podía pasar; pero ¡ha nacido pío!

«Mi madre no contestó, pero, como sucede en tales casos, suspiró profundamente.

«–¿A quién diablos puede parecerse? Es un verdadero aldeano; será imposible dejarlo en la yeguada; sería una verdadera vergüenza.

«–Y, sin embargo, es hermoso, muy hermoso –decían al examinarme.

«Algunos días después vino el general y se reprodujeron las indignas imprecaciones contra el color de mi pelo. Todos estaban furiosos y acusaban de ello a mi madre, aunque al final siempre terminaban añadiendo:

«–Y, sin embargo, es hermoso.

«Se nos dejó en las cuadras con una temperatura muy templada, hasta que llegó la primavera: entre tanto, cuando hacía buen tiempo y la nieve se empezaba a fundir a los rayos del sol, se nos permitía salir al gran patio cubierto con paja fresca.

«Allí fue donde vi por vez primera a todos mis parientes que eran muchos.

«También allí vi salir de sus cercados a las yeguas más célebres con sus hijos; entre otras a Gallaudka y a Muchka, la hija de Smetanka, y a Krasnucka, caballo de silla. Cuando se reunían, se refregaban unas con otras y se revolcaban en el suelo sobre la paja como simples mortales.

«No puedo olvidar aquel patio lleno de las más hermosas yeguas que puede uno imaginarse…

«Os admiráis ante la idea de que yo haya sido joven y travieso, y sin embargo, lo fui; ahí tenéis a Viasopurika, que no tenía entonces más que un año.

«Era entonces una yegüecita alegre y gentil, pero, sin ánimo de ofender, era una de las más feas de la yeguada.

«Ella misma se los podría certificar.

Mi pelo, que había desagradado a los hombres, tuvo un gran éxito entre los caballos; éstos me rodearon, me admiraron y se pusieron a jugar conmigo.

«Empecé a olvidar los malvados propósitos de los hombres y a gozar de mi éxito.

Pero no tardé en tener el primer desengaño de mi vida, y aquel desengaño me lo proporcionó mi madre.

«Cuando la nieve se hubo derretido por completo y los gorriones se revolvían cantando apresuradamente entre las ramas o saltando por el suelo; cuando el aire se hizo tibio y embalsamado, cuando llegó, al fin, la primavera, mi madre cambió radicalmente conmigo.

«Su carácter se alteró por completo. De pronto se ponía a jugar y a correr por el corral, cosas que no sentaban bien a su condición de madre. A veces se ponía pensativa y melancólica. Relinchaba, mordía a sus amigas, se lanzaba sobre ellas, se refregaba conmigo y me rechazaba después con disgusto.

«Cierto día llegó el caballerizo. Le puso una cabezada y se la llevó del corral.

«Relinchó.

«Le contesté y me fui tras ella, pero salió sin decirme ni adiós con la mirada.

«El palafrenero Farasié me tomó en sus brazos en el momento en que la puerta se cerraba detrás de mi madre.

«Me zafé de él y me dirigí a la puerta, pero estaba ya cerrada, y no oí sino los relinchos de mi madre allá a lo lejos.

«Aquellos relinchos no eran ya voces que me diera llamándome. No: tenían otra significación.

Un relincho dado con voz poderosa respondió a aquel llamamiento.

«Lo dio (como supe más tarde) Dobrii I, a quien dos palafraneros conducían para que tuviese una entrevista con mi madre…

«No recuerdo ya cómo y cuándo me dejó Farasié.

«Me hallaba entonces muy triste. Comprendí que había perdido para siempre el cariño de mi madre.

«–¡Y todo porque soy pío! –exclamaba yo, recordando las malvadas palabras de los hombres.

«Me acometió tal acceso de rabia, que empecé a dar golpes con la cabeza, con las rodillas y con el cuerpo contra las paredes, hasta que, rendido, tuve que detenerme por falta de fuerzas.

«Poco después volvió mi madre.

La sentí llegar con paso rápido y acercarse a nuestra cuadra.

«Cuando le abrieron la puerta y pude verla, casi no la reconocí: tanto había cambiado.

«La encontré rejuvenecida y más hermosa.

Se refregó contra mí y relinchó.

«Desde luego, me di cuenta de que ya no me quería.

«Me habló de la hermosura de Dobrii y de su amor hacia él.

«Sus entrevistas continuaron y mis relaciones con ella se hicieron cada vez más frías y más tirantes…

«Poco tiempo después, nos enviaron a pastar.

«A partir de entonces comencé a tener goces y alegrías nuevas que me consolaron de mis pesares.

«Tuve amigas y tuve camaradas.

«Aprendimos juntos a comer hierba, a relinchar como los mayores y a saltar en torno a nuestras madres, levantando al aire nuestras colas.

«¡Dichoso tiempo aquél!

«Todos me admiraban. Todos me querían; y se me perdonaban todas mis locuras. Pero fue entonces, precisamente, cuando me ocurrió una cosa terrible…»

Al decir esto, el viejo animal suspiró profundamente…

Empezaba a despuntar la aurora. Rechinó la puerta y el viejo Néstor apareció en ella.