El se encogió de hombros.
– Me temo que sí. Durante los últimos meses he cedido mi clientela a una médico que se ha trasladado a esta zona, la doctora Susan Kowalski. Ahora tengo tiempo de supervisar personalmente el trabajo en el Lazy S. Lo que necesito es a alguien en quien pueda confiar y que sea capaz de organizar el papeleo y llevar la contabilidad -Adam señaló el ordenador que se hallaba en una base cerca del escritorio-. Eso y yo no nos llevamos bien. No puedo pagar mucho -admitió-. Pero el trabajo incluye alojamiento y comida -así impediría que Tate durmiera en la camioneta, y Adam sospechaba que eso era todo lo que podía permitirse en esos momentos.
Tate arrugó la nariz. Sabía manejar un ordenador y podía llevar sin ningún problema una contabilidad. Pero aquella era la clase de trabajo que menos le gustaba de los que había hecho en el Hawk’s Way. A pesar de todo, un trabajo era un trabajo. Y hasta ese momento no había recibido una oferta mejor.
– De acuerdo. Acepto -dijo, alargando una mano hacia Adam para cerrar el trato.
Cuando Adam tocó la mano de Tate se quedó aturdido por la electricidad que chisporroteó entre ellos. Ya había comprobado lo atraído que se sentía por ella, pero no pudo evitar sorprenderse ante la intensidad de su reacción. Sin duda, la causa de ésta era que llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Y eso que había muchas que estarían encantadas de poder satisfacer sus necesidades…
Pero no estaba dispuesto a verse envuelto en una relación con una virgen de veintitrés años. Especialmente con una virgen que buscaba un marido y una familia. El no podía darle ni lo uno ni lo otro.
Tate también se quedó asombrada por la descarga que recibió al tocar la mano de Adam. Miró sus ojos azules y vio un destello de deseo rápidamente ocultado. Apartó la mano rápidamente y dijo:
– Estoy seguro de que ambos vamos a disfrutar de esta relación -Tate se ruborizó al darse cuenta demasiado tarde de que aquellas palabras podían interpretarse de forma mucho más íntima.
Los labios de Adam se curvaron en una cínica sonrisa. No había duda de que Tate era un corderito, y más valía que un viejo lobo como él se cuidara de mantenerla a distancia. No tenía intención de decirle a su hermano dónde estaba. Pero estaba seguro de que antes o después correría la voz sobre la presencia de Tate en el Lazy S, y sus hermanos la encontrarían. Y cuando lo hicieran, estallaría el infierno.
Adam movió la cabeza al pensar en el lío en que se estaba metiendo. Tate Whitelaw significaba problemas con P mayúscula.
– ¿Dónde voy a alojarme? -preguntó Tate.
Adam se quitó el sombrero y se pasó la mano por el pelo. No había pensado en aquello. El anterior administrador había ocupado una habitación en un extremo del barracón de los vaqueros. Pero, evidentemente, Tate no podía quedarse allí.
– Supongo que tendrás que quedarte en la casa -dijo-. Hay una habitación de invitados en el otro lado. Ven conmigo y te enseñaré dónde está -mientras caminaban, fue indicándole la disposición de la casa-. Mi habitación está junto al despacho. El cuarto de estar, el comedor y la cocina están en el centro de la casa. La última habitación al final del pasillo de este lado estaba preparada como centro médico de emergencias, y aún no he tenido tiempo de redecorarla. La primera habitación de esta ala será la tuya.
Adam abrió la puerta de una habitación que tenía un típico ambiente del oeste. Una alfombra de cuadros cubría el centro del suelo, había una mecedora, una palangana y un barreño, un tocador y una cama con una colcha de brillantes colores. La habitación estaba limpia y aireada y sus puertas corredizas de cristal daban al patio.
Tate se sentó en la cama y botó un par de veces.
– Parece muy cómoda -se volvió y sonrió agradecida mirando a Adam.
La sonrisa quedó petrificada en su rostro.
La mirada de Adam era ávida y los agujeros de su nariz parecían haberse ensanchado. Tate fue repentinamente consciente de la suavidad de la cama. Del hecho de que estaban solos. Y de que no conocía a Adam Philip…
Sin embargo, la posible sensación de miedo quedó apagada por el descubrimiento del profundo efecto que podía tener sobre aquel hombre. Adam no se parecía a los hombres que sus hermanos habían echado tan a menudo del Hawk’s Way. Tate no habría sabido explicar con exactitud en qué forma era distinto, pero supo que sus besos y sus caricias serían distintas a las que había conocido hasta entonces.
Y tampoco se sentía ella misma estando cerca de él. Con aquel hombre era diferente. Ya no era la hermanita pequeña de sus hermanos. Era una mujer, con las necesidades de toda mujer de ser amada por un hombre en especial.
En lugar de levantarse rápidamente de la cama, permaneció donde estaba. Probó sus artes femeninas girando lánguidamente de lado a la vez que colocaba una mano tras su cabeza. Alzó una pierna ligeramente, imitando las posturas sexy que había visto en algunas de las revistas de sus hermanos… las que ellos creían tener bien ocultas.
La reacción de Adam fue todo lo que podría haber esperado. Todo su cuerpo se tensó. Una vena palpitó en su sien. Los músculos de su garganta se movieron espasmódicamente. Y sucedió algo más. Algo que, teniendo en cuenta la altura a la que se hallaba, Tate no pudo evitar observar.
Fue fascinante. De hecho, hasta entonces nunca había visto cómo le sucedía aquello a un hombre. La mayoría de los hombres con los que había salido ya estaban en ese estado antes de que tuviera la oportunidad de notarlo. La cambiante forma de la parte delantera de los vaqueros de Adam no dejaba lugar a dudas; su excitación era innegable.
Tate contuvo el aliento y lo miró al rostro, tratando de averiguar qué pensaba hacer al respecto.
Nada, pensó Adam. No iba a hacer nada respecto al hecho de que aquella jovencita le hubiera provocado en menos de diez segundos una fuerte excitación.
– Si ya has terminado de comprobar tus ardides femeninos, me gustaría terminar de enseñarte la casa -dijo.
Humillada por el tono sarcástico de su voz, Tate se levantó rápidamente de la cama. En esos momentos no tuvo dificultad para reconocer los sentimientos de Adam. Irritación. Frustración. Ella sentía lo mismo. Nunca había imaginado lo poderoso que podía ser el deseo. Había sido una lección que no olvidaría.
Se colocó frente a él, con la barbilla erguida, negándose a sentir vergüenza o arrepentimiento por lo que había hecho.
– Estoy lista.
«Entonces desnúdate y métete en la cama».
Adam apretó los puños para no decir lo que estaba pensando. No sabía cuándo había sentido antes un deseo tan incontrolable por una mujer. No era decente. ¡Pero no pensaba hacer nada al respecto!
– Vamos -gruñó-. Sígueme.
Tate siguió a Adam hasta la cocina, donde se encontraron con una mujer mejicana baja y gordita con ojos de un negro intenso y mejillas rosadas. Estaba cortando cebollas sobre el mostrador. Al ver a Tate, sonrió ampliamente, mostrando dos hileras de blanquísimos dientes.
– ¿A quién ha traído a conocerme, señor Adam? -preguntó la mujer.
– Esta es Tate Whitelaw, María. Va a ser mi nueva administradora. Se alojará en la habitación de invitados. Tate, te presento a mi asistenta, María Fuentes.
– Buenos días, María -saludó Tate en español.
– ¿Habla español? -preguntó María.
– Ya he dicho todo lo que sé -dijo Tate, sonriendo.
María se volvió hacia Adam y dijo en español:
– Es muy bonita. Y muy joven. ¿Quiere usted que me ocupe de ser su acompañanta?
– Soy muy consciente de su edad, María -contestó Adam en español, impaciente-. Pero no necesita una carabina.
La mujer mejicana arqueó una ceja con gesto incrédulo. Siguió hablando en español.
– Usted es un hombre, señor Adam. Y los ojos de la chica le sonríen. Sería duro para cualquier hombre rechazar su invitación, ¿no?
– ¡No! -replicó Adam, y añadió-. Quiero decir que no se me ocurriría aprovecharme de ella. No tiene idea de lo que dice con sus ojos.