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– Pero no me sirve de nada.

– Supongo que Adam sabe lo que sientes.

– Me pidió permiso antes de pedirle a Velma que saliera con él la primera vez.

– ¿Y se lo diste? -preguntó Tate, incrédula.

– Ya no es mi esposa. Puede salir con quien le plazca.

Tate dio un bufido.

– Mientras tú sufres en noble silencio. ¡Hombres!

Estaba tan distraída hablando con Buck que no se fijó en que la música había parado. No le hizo ninguna gracia ver que Adam y Velma se habían acercado a su mesa.

– ¿Os importa que nos sentemos? -preguntó Adam.

Tate se mordió el labio para no decir algo censurable. Enlazó su brazo con el de Buck, sonrió de oreja a oreja y dijo:

– ¡Por supuesto! Nos encanta tener compañía, ¿verdad, Buck?

Era difícil saber cuál estaba más sorprendido por su actuación, si Buck o Adam. Lo que no esperaba Tate fue el brillo que iluminó los ojos verdes de Velma cuando ella enlazó su brazo con el de Buck. «Vaya, vaya, vaya», pensó. «Puede que aquí haya bastante más salsa de la que parece».

Adam hizo las presentaciones y, tras sentarse, llamó a una camarera para pedir unas bebidas.

– No esperaba verte aquí -le dijo Tate a Adam.

– Me gusta bailar y Velma es una gran pareja.

Tate supuso para qué otra cosa sería una buena pareja. Se había fijado en que la pelirroja tenía muy buen sentido del ritmo.

Buck permaneció en silencio, completamente rígido. ¿Sería Adam tan insensible como para no percibir las vibraciones que había entre el vaquero y su ex-esposa?

Pero Adam sabía muy bien cuánto amaba todavía Buck Magnesson a su ex-esposa. Ese era el motivo por el que había ido con Velma al baile esa tarde. Adam sabía que estando Velma allí, Buck no pasaría mucho tiempo pensando en Tate.

Había más de una forma de despellejar a un gato, pensó con satisfacción. Sabía que Tate se habría rebelado contra un ultimátum, de manera que no había protestado al enterarse de su cita con Buck. Simplemente había buscado una manera más sutil de conseguir lo que quería.

Llevar a Velma al baile le pareció la respuesta al problema. Estaba bastante seguro de que Velma seguía tan enamorada de Buck como él de ella. No le importaba jugar a hacer de Cupido, sobre todo si eso significaba separar a Tate de su viril y joven vaquero.

– ¿Qué tal si cambiamos de pareja? -preguntó Adam, levantándose de la silla y tomando la mano de Tate.

Antes de que ésta pudiera protestar, Buck dijo:

– Me parece bien -y tomó a Velma de la mano y se dirigió a la pista de baile.

Tate no sabía qué pensar de la treta de Adam.

– Eso me ha parecido un truco bastante rastrero -dijo cuando la otra pareja se alejó.

– Quería bailar contigo.

– ¿Seguro que no estás haciendo de casamentero?

Adam sonrió.

– ¿Tú también lo has notado?

– Creo que Buck aún la ama.

– Yo estoy seguro.

– ¿Entonces por qué has traído a Velma aquí esta noche?

– Creo que es evidente.

– Para mí no.

– Disfruto con su compañía.

– Oh.

Adam sonrió.

– Y sabía que Buck estaría aquí contigo.

Entonces obligó a Tate a hacer unos giros que impidieron que hiciera ningún comentario. Para cuando volvió a estar entre sus brazos, la canción había terminado y Adam la empujó con suavidad hacia la mesa, donde Buck y Velma estaban sentados frente a frente, discutiendo a voces.

– ¿Buck? -Tate no quería intervenir, pero tampoco estaba segura de si debía dejarlo a solas con Velma.

– Vámonos de aquí -dijo Buck, saltando del asiento y dando la espalda a Velma-. Buenas noches, Adam. Nos vemos mañana.

Mientras se alejaban, Tate oyó que Velma decía:

– Me gustaría volver a casa, Adam. ¿Te parece bien?

Tate no estaba segura de a dónde pensaba llevarla Buck cuando entraron en el coche. Pero por su sombría expresión, no parecía tener intenciones románticas hacia ella.

– ¿Quieres hablar de ello? -preguntó tras un rato de silencio.

Buck la miró rápidamente y luego volvió a fijar su atención en la carretera.

– No quiero aburrirte con mis problemas.

– Sé escuchar.

Buck suspiró y dijo:

– Velma y yo nos hicimos novios en el colegio. Nos casamos en cuanto nos graduamos. Pero Velma empezó a sentir pronto que se había perdido algo y tuvo una aventura.

Tate se mordió el labio para no emitir ningún juicio. Se alegró cuando Buck continuó hablando.

– Me enteré y me enfrenté a ella. Me pidió el divorcio y se lo concedí.

– ¿Por qué?

– Por orgullo. ¡Por estúpido orgullo!

– ¿Y ahora te arrepientes?

– Mi vida sin ella es bastante desastrosa.

– ¿Y por qué no haces algo al respecto?

– No sirve de nada. Velma no cree que pueda llegar a perdonarla por lo que hizo.

– ¿Y puedes?

– Buck tardó unos segundos en contestar.

– Creo que sí.

– ¿No estás seguro?

– Si lo estuviera, la tendría de vuelta en casa y en mi cama con más rapidez que un rayo.

Tate pensaba que estaban conduciendo sin rumbo fijo, pero de pronto se dio cuenta que estaban frente a la puerta de la casa de Adam. Vio la camioneta de éste aparcada. De manera que había vuelto a casa. Y había luz en el cuarto de estar.

Bajó de la camioneta y Buck se reunió con ella en el porche. Le pasó una mano por la cintura y se apartaron de la luz.

– ¿Puedo darte un beso de despedida, Tate?

Por un instante, Tate contuvo el aliento. Aquello se parecía tanto a la escena que tuvo lugar unos días atrás, la noche que se fue de su casa… La diferencia era que allí no estaban sus hermanos para protegerla del hombre malo.

– Por supuesto que puedes besarme -dijo finalmente.

Buck se tomó su tiempo, y Tate fue consciente de la dulzura de su beso. Cuando alzó la cabeza, se miraron a los ojos y sonrieron.

– No hay fuego, ¿no? -dijo Buck.

Tate denegó con la cabeza.

– Me gustas mucho, Buck. Espero que podamos ser amigos.

– Me gustaría mucho -contestó el vaquero.

Se inclinó y volvió a besarla. Ambos sabían cuánto, y cuán poco, significaba aquello.

Sin embargó, el hombre que los veía a través de la rendija en la cortina del cuarto de estar no era consciente de ello.

Capítulo 5

Adam necesitó hacer uso de toda fuerza de voluntad para no salir al porche y darle un puñetazo en la nariz a Buck Magnesson. No fue sólo el recuerdo de su hermana Melanie lo que le impidió hacerlo. Había cosas que Buck podía ofrecer a Tate que él no podía.

Pero tampoco era un santo, ni un eunuco. Si Tate insistía en tentarlo, no iba a ser lo suficientemente noble como para rechazarla. Pero estaba decidido a mantener su deseo bajo control hasta que Tate supiera con claridad lo que no iba a obtener si mantenían relaciones. Era demasiado joven para renunciar a sus sueños. Y no había forma de que él pudiera hacerlos realidad.

La puerta de la casa se abrió antes de que Adam tuviera tiempo para analizar sus sentimientos más a fondo. Tate pasó al cuarto de estar y lo encontró sentado en el sofá, con un vaso de whisky a medias en la mano.

– Hola -saludó-. No esperaba volver a verte esta noche.

– Estaba esperándote.

Tate se puso de inmediato a la defensiva.

– No necesito ningún guardián -lo que quería era un amante. Pero no sólo eso. Un hombre que la amara, como temía que le estaba pasando a ella.

– Las viejas costumbres tardan mucho en morir.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Solía esperar levantado a mi hermana Melanie.

– ¿Tienes una hermana? ¿Por qué no la he conocido?

– Murió hace diez años.

– Lo siento:

Adam había bebido lo justo como para querer contarle el resto.

– Melanie se escapó de casa cuando tenía diecisiete años. Un desconocido la recogió cuando estaba haciendo dedo. La violó y luego la mató.

– ¡Qué horror! Debió ser terrible para ti! -Tate guiso abrazar a Adam, consolarlo, pero el lenguaje de su cuerpo indicaba a las claras que no quería ninguna muestra de afecto.