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– No creo que tengamos nada que decirnos

– Velma estaba a punto de cerrar la puerta, pero Buck adelantó un pie para impedirlo.

– No pienso irme hasta que no haya dicho lo que tengo que decir -insistió Buck con aspereza.

– Llamaré a la policía si no te vas -amenazó Velma.

– ¡Sólo quiero hablar!

Cuando Velma se apartó de la puerta para correr al teléfono, Buck y Tate aprovecharon la ocasión para entrar. Buck alcanzó a Velma en la cocina y le quitó el auricular de las manos.

– Por favor, nena, escúchame -rogó.

– Dale una oportunidad, Velma. Sé que te interesará lo que Buck quiere decirte.

Velma miró a Tate con cara de pocos amigos.

– ¿Por qué has venido aquí? -preguntó.

– Buck ha pensado que tal vez os resultaría más fácil hablar si había alguien para actuar como una especie de moderador.

Velma miró el serio rostro de Buck. Respiró profundamente y dijo:

– De acuerdo. Voy a escuchar lo que tengas que decirme. Durante cinco minutos.

Buck y Velma se sentaron juntos en el sofá. Tate pensó que podría haberse encendido un fuego con las chispas que saltaban entre ellos. Era evidente que debían seguir juntos. Sólo esperaba que Buck encontrara las palabras adecuadas para convencer a Velma de que hablaba en serio.

Cinco minutos después, Velma seguía escuchando, pero Tate notaba que dudaba entre el ferviente deseo de creer a Buck y el temor de que éste se arrepintiera antes o después de lo que estaba diciendo.

– No creo que pueda olvidar lo que pasó, Velma -dijo Buck-, pero pienso que podré vivir con ello. Tate comprendió que eso no era exactamente lo mismo que perdonarlo. Al parecer, Velma también captó la diferencia.

– Eso no basta, Buck -dijo con suavidad.

– Te quiero, Velma -susurró él.

Velma contuvo un sollozo.

– Lo sé, Buck. Yo también te quiero.

– ¿Entonces, por qué no podemos volver a estar juntos?

– No funcionaría.

Para entonces, Velma ya estaba llorando abiertamente, y Buck habría demostrado no tener corazón si hubiera resistido el impulso de abrazarla para consolarla. De hecho, eso fue lo que hizo.

Tate se dio cuenta de repente de otro motivo por el que ella estaba allí. Su presencia era el único freno para la explosión sexual que ocurría cada vez que aquella pareja se tocaba. Pero ni siquiera eso era suficiente al principio.

Buck ya tenía los dedos sumergidos entre los pelirrojos rizos de Velma y ésta la mano apoyada en la parte delantera de los vaqueros de Buck cuando Tate carraspeó para recordarles que seguía allí. Se apartaron como dos adolescentes a los que acabaran de pillar por sorpresa, ruborizándose tanto por la vergüenza como por la pasión.

– Oh, lo siento -dijo Buck.

Velma trató de arreglarse el pelo, pero, teniendo en cuenta cómo se lo había revuelto Buck, resultó una tarea inútil.

– Así estás bien, cariño -dijo Buck, tomando la mano de su ex-mujer y pasándole la suya suavemente por el pelo. Pero el gesto acabó en una caricia que se transformó en un ferviente mirada de deseo seguida de un apasionado beso.

Tate volvió a carraspear.

– De acuerdo. ¡Ya basta! Así no vamos a llegar a ninguna parte. Siéntate en esta silla, Buck. Y tú, Velma, siéntate en el sofá.

Buck obedeció dócilmente y Tate se sentó en el sofá con Velma.

– Tengo la sensación de que los dos queréis retomar vuestra relación, y he pensado en una forma de hacerlo.

Tate les sugirió un plan en el que empezarían de cero. Buck iría a recoger a Velma por las tardes, saldrían juntos y la llevaría de vuelta a casa antes del anochecer. Y nada de sexo.

– Tenéis que aprender a confiar de nuevo el uno en el otro -dijo-. Eso lleva tiempo.

– No estoy seguro de poder jugar con esas reglas -dijo Buck con gesto testarudo-. Sobre todo con la parte de «nada de sexo».

Era fácil ver por qué. La electricidad sexual que había entre ellos habría matado a una persona normal.

– Nada de sexo -insistió Tate-. Si pasáis todo el tiempo en la cama, no os quedará mucho para hablar. Y tenéis muchas cosas que aclarar.

Tate se mordió el labio ansiosamente mientras esperaba a que la pareja tomara una decisión.

– Creo que Tate tiene razón -dijo Velma finalmente.

Las negociaciones no terminaron ahí. De hecho, las partes no quedaron satisfechas con el acuerdo hasta bien entrada la madrugada. Tate se sentía tan exhausta emocionalmente como Buck y Velma. Pero el cariñoso abrazo que Velma le dio antes de salir compensó todo su cansancio.

Mientras Buck la llevaba de vuelta al rancho, Tate se frotó los tensos músculos del cuello. Sabía que Buck seguía preocupado, pero al menos ahora había alguna esperanza de que él y su ex-esposa volvieran a estar juntos algún día.

Cuando Buck detuvo su coche frente a la puerta de entrada de la casa de Adam, tomó una mano de Tate entre las suyas y dijo:

– No sé cómo agradecerte lo que has hecho.

– Siendo bueno con Velma. Eso es todo lo que tienes que hacer.

Buck le revolvió el pelo como lo habría hecho un hermano mayor y luego se inclinó para besarla en la mejilla.

– Eres una buena amiga, Tate. Si alguna vez puedo hacer algo por ti, dímelo.

– Lo tendré en cuenta -dijo Tate-. No te molestes en salir del coche. Yo puedo ir sola hasta la puerta.

Buck esperó hasta que Tate abrió la puerta de la casa y luego condujo el coche hacia la parte trasera del barracón.

Tate sólo había dado dos pasos en el interior de la casa cuando las luces del cuarto de estar se encendieron. Adam estaba de pie junto al interruptor, con una expresión granítica en el rostro.

– ¿Dónde has estado? -preguntó de inmediato Tate en tono acusador-. ¡Te he esperado horas y horas!

Adam se quedó sorprendido, ya que él pensaba hacerle la misma pregunta.

– La doctora Kowalski ha tenido una emergencia con una de mis antiguas pacientes. Me ha pedido que acudiera porque la señora Daniels estaba asustada; supuso que la anciana mujer respondería mejor si yo estaba allí.

– Imaginé que era algo importante -dijo Tate, suspirando aliviada-. ¿Ha servido de algo que fueras?

– Sí. La señora Daniels ya está fuera de peligro.

Adam se dio cuenta de repente de que Tate lo había distraído por completo, haciéndole olvidar lo que tenía planeado decirle.

Entrecerró los ojos mientras trataba de decidir silo habría hecho a propósito.

– ¿Dónde has estado toda la noche? -preguntó con frialdad-. ¿Sabes que son las cuatro de la mañana?

– ¿De verdad es tan tarde? Quiero decir tan temprano -dijo Tate, riendo-. He estado con Buck. Oh Adam…

El la interrumpió con un gruñido de desagrado al confirmar sus peores sospechas.

– Supongo que no necesito preguntar qué habéis estado haciendo, niñita. Si estabas tan ansiosa por perder tu virginidad, deberías habérmelo dicho. No tenías por qué meter a Buck en la película.

Tate se quedó pasmada.

– ¿Crees que Buck y yo…?

– ¿Qué se supone que debo pensar si te presentas a estas horas de la madrugada con la camiseta fuera del pantalón, el pelo revuelto y los labios inflamados como si te los hubieran besado una docena de veces?

– Hay una explicación perfectamente…

– ¿No quiero oír excusas! ¿Niegas haber pasado la noche con Buck?

– No, pero ha pasado algo maravilloso que…

– ¡No quiero oír los detalles!

Adam estaba gritando, y Tate supo que si hubiera estado más cerca de ella, tal vez no habría podido controlar su furia.

– ¡Apártate de mi vista! -dijo con aspereza-. Antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.

Tate alzó la barbilla. ¡Si aquel cretino le diera una oportunidad, podría explicárselo todo! Pero su orgullo la empujó a permanecer en silencio. Adam no era su padre ni su hermano. Sin embargo, parecía decidido a seguir en su papel de protector. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Por qué no se daba cuenta de que ella sólo tenía ojos para un hombre? ¡Y ese hombre era él!