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Tate ni siquiera pudo dejar el rancho para ir a estudiar. En lugar de ello hizo unos cursos por correspondencia para conseguir su titulación en comercio. Se perdió la interacción social con la gente de su edad, la experiencia de salir por su cuenta que la habría preparado para enfrentarse con los Hanks del mundo.

Sin embargo, Garth y Faron le enseñaron todos los trabajos que había que hacer en un rancho, desde marcar el ganado hasta castrarlo, vacunarlo y criarlo. No era ninguna ingenua. Nadie podía crecer en un rancho permaneciendo totalmente inocente. Tate había visto a los sementales montando a las yeguas. Pero no podía trasladar aquel violento acto a lo que sucedía entre un hombre y una mujer en la cama.

De momento, los besos de sus pretendientes le resultaban más molestos que otra cosa. Pero había leído lo suficiente para saber que había más en la relación hombre-mujer de lo que había experimentado hasta entonces. Si hubiera sido por sus hermanos, ella nunca habría llegado a descubrir los misterios del amor.

Durante los últimos meses había llegado a la convicción de que ningún hombre recibiría jamás la aprobación de sus hermanos. Si seguía viviendo con ellos, moriría siendo una vieja solterona. No le dejaban elección. Para librarse de la opresiva protección de sus hermanos no le iba a quedar más remedio que irse del rancho.

Aquel último incidente había sido la gota que colmaba el vaso. Tate lanzó una última y larga mirada a sus hermanos, decidiendo que se iría del Hawks Way antes del amanecer.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Faron apoyó una cadera en la barandilla del porche.

– Es un peligro ser tan bonita -murmuró Garth.

– Es difícil creer que una mujer pueda resultar tan sexy con una simple camiseta y unos vaqueros, -dijo Faron, moviendo la cabeza.

– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó Garth.

– No creo que podamos hacer nada excepto lo que ya estamos haciendo.

– No quiero que le hagan daño.

Faron sintió una opresión en el pecho.

– Sí, lo sé. Pero ya no es una niña, Garth. Alguna vez tendremos que dejar de controlarla.

Garth frunció el ceño.

– Todavía no.

– ¿Cuándo?

– No lo sé. Pero todavía no.

A la mañana siguiente, Garth y Faron se reunieron en la cocina como siempre, poco antes del amanecer. Charlie One Horse, el indio mestizo que se había hecho cargo de la cocina del rancho desde que murió la madre de los Whitelaw, ya tenía el desayuno listo en la mesa. Pero aquella mañana faltaba algo.

– ¿Dónde está Tate? -preguntó Garth mientras se sentaba a la cabecera de la mesa.

– Aún no la he visto -contestó Charlie.

Garth hizo una mueca.

– Supongo que estará haraganeando en su habitación.

– Tú bébete el café -dijo Faron-. Yo subo a avisarla.

Unos momentos después, Faron volvió a la cocina con gesto preocupado.

– ¡No está! ¡Se ha ido!

Garth saltó de su silla tan rápido que la tiró.

– ¿Qué? ¿A dónde se ha ido?

– No está en su habitación. ¡Y la cama no está deshecha!

Garth salió de la cocina como un rayo y subió las escaleras de dos en dos para comprobarlo por sí mismo. Efectivamente, la cama de Tate estaba hecha. Aquello era una mala señal. Tate no era precisamente famosa por su pulcritud y si había hecho la cama, había sido para dejar algo claro.

Garth fue al armario, con el corazón en la garganta. Al ver que los escasos vestidos de Tate aún colgaban en él, respiró aliviado. Sin duda, no se habría ido del Hawks Way sin ellos.

Cuando se volvió vio a Faron en la entrada de la habitación.

– Probablemente ha pasado la noche durmiendo en algún otro lugar del rancho. Aparecerá cuando tenga hambre.

– Voy a salir a buscarla -dijo Faron.

Garth se pasó una mano por el pelo.

– ¡Maldita sea! Me imagino que no habrá paz en el rancho hasta que la encontremos. Cuando la encuentre, voy a…

– Cuando la encontremos, yo hablaré -dijo Faron-. Tú ya has causado suficientes problemas.

– ¿Yo? ¡Esto no ha pasado por mi culpa!

– ¡Por supuesto que sí! Tu fuiste el que le dijo que se fuera a su habitación y se quedara allí.

– Al parecer no me hizo mucho caso, ¿no? -replicó Garth.

En aquel momento llegó Charlie, resoplando por el esfuerzo de subir las escaleras.

– ¿Vais a salir de una vez a por la chica o pensáis seguir aquí discutiendo?

Faron y Garth se miraron un momento y luego se encaminaron hacia la escalera.

Charlie detuvo a Garth apoyando una mano sobre su hombro.

– No creas que vas a encontrarla, muchacho. Sabía que esto iba a pasar antes o después.

– ¿Qué quieres decir, Charlie?

– Sujetas con demasiada firmeza las riendas de la niña. Ella tiene demasiado espíritu como para quedarse encerrada entre las vallas que has puesto a su alrededor.

– ¡Lo he hecho por su bien!

Charlie movió la cabeza.

– Lo has hecho tanto por ti mismo como por ella. Conociendo a tu madre como la conocías, no es de extrañar que quieras mantener a tu hermana sujeta. Probablemente temes que se comportaría como tu madre, dejando a tu padre como lo hizo y…

– Deja a mi madre fuera de esto. Lo que ella hiciera no tiene nada que ver con cómo he tratado a Tate.

Charlie tensó la tira de cuero que sujetaba una de sus largas trenzas, pero no dijo nada.

Garth frunció el ceño.

– Veo que no tiene sentido discutir con una pared de piedra. Voy a por Tate y voy a traerla de vuelta. ¡Y esta vez se quedará aquí quietecita!

Garth y Faron buscaron por cañones y llanuras, riscos y gargantas en el Hawk’s Way, su rancho del noroeste de Tejas, pero no encontraron rastro de su hermana.

Fue Charlie One Horse quien descubrió que la vieja camioneta Chevy, la que tenía el radiador oxidado y el carburador medio estropeado, faltaba del establo en que solía estar guardada.

Otra revisión de la habitación de Tate reveló que el cajón de su ropa interior estaba vacío, que su cepillo de pelo, peine y pasta de dientes habían desaparecido, así como sus vaqueros y camisetas favoritas.

Cuando llegó el atardecer, la verdad ya se había hecho evidente. A los veintitrés años, Tate Whitelaw había escapado de casa.

Capítulo 2

Adam Philips no solía pararse a recoger autoestopisas. Pero no pudo ignorar a la mujer que se hallaba sentada en el parachoques delantero de una camioneta Chevy que tenía el capó levantado y echaba vapor por el radiador, con el pulgar extendido para pedir que la llevaran. Detuvo su camioneta de último modelo tras ella y se puso el sombrero Stetson mientras salía al calor de aquella tarde de verano en el sur de Tejas.

Ella llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta floja de cuello amplio que exponía una sensual figura femenina. Pero el rostro en forma de corazón, con sus grandes ojos avellanados y la carnosa boca enmarcados por un pelo corto y negro eran la viva imagen de la inocencia. Adam se quedó aturdido por su belleza y su juventud.

¿Qué hacía aquella mujer sola en una aislada carretera del suroeste de Tejas con una camioneta destartalada?

Ella le dedicó una confiada sonrisa y él sintió que su corazón daba un vuelco. La chica se apartó de la camioneta y caminó hacia él. Adam notó que sus pantalones se tensaban a la altura de la ingle y frunció el ceño. La chica se detuvo en seco. ¡Ya era hora de que mostrara cierta cautela! Adam era muy consciente de los peligros que suponía un desconocido para una joven sola. Recorrió la distancia que separaba los dos vehículos con gesto serio.

Tate se había sentido tan aliviada al ver aparecer a alguien en la desierta carretera que no pensó enseguida en el peligro de la situación. Sólo captó un vistazo de un pelo rubio ondulado y unos ojos intensamente azules antes de que su salvador se pusiera el sombrero que dejó su rostro en sombras.