– No lo sé. Sólo sé que no pienso volver a casa.
– ¿Y si tus hermanos te encuentran?
La barbilla de Tate adoptó una postura de testarudez.
– Volveré a escaparme.
Adam se preguntó si su hermana fue tan directa y franca con el hombre que la recogió la noche que escapó de casa. ¿Lo sabría todo aquel desconocido sobre la joven a la que violó y mató, dejando su cuerpo en una zanja al borde de la carretera?
Apretó los dientes con decisión. Si estaba en su mano, no iba a permitir que la joven a la que acababa de recoger a dedo se convirtiera en otra estadística. Y él podía ayudarla más que nadie. Porque él era el dueño del rancho Lazy S.
Sin embargo, desde que había puesto el anuncio, Adam había cambiado de idea respecto a la necesidad de contratar un capataz. Había decidido dejar momentáneamente en suspenso su ejercicio de la medicina rural para poner de nuevo en marcha el rancho por sí mismo.
Pero si le decía a aquella joven que no tenía trabajo para ella, ¿a dónde iría? ¿Qué haría? ¿Y cómo se sentiría él si no la ayudaba y acababa muerta en algún arcén?
– ¡Ahí está el Lazy S! -exclamó Tate, señalando un cartel que indicaba un desvío. Para su sorpresa, el vaquero giró en el camino y condujo la camioneta a través de una verja de ganado- ¡Pensaba que ibas a llevarme al pueblo!
– Y yo pensaba que querías una entrevista para el trabajo -replicó Adam.
Tate miró al vaquero. Estaba perpleja. Muchos hombres del oeste eran fuertes y silenciosos, pero el desconocido que la había recogido era algo más.
Reservado. Cuanto más distante se mostraba, más intrigada se sentía ella. Fue una sorpresa descubrir que había sido lo suficientemente amable como para llevarla directamente al Lazy S.
Podría haberse dado de tortas por haberle revelado tanta información personal sin haber averiguado algo sobre él… ni siquiera su nombre. Tal vez no volvería a verlo nunca más cuando la dejara.
Tate se dio cuenta de repente de que quería volver a verlo. Y mucho.
Cuando el vaquero detuvo la camioneta frente a una impresionante casa ranchera de adobe, Tate dijo:
– No sabes cuánto te agradezco que me hayas traído hasta aquí. Me gustaría darte las gracias, ¡pero ni siquiera sé tu nombre!
Adam se volvió a mirarla y sintió que algo se agitaba en su interior al ver su sonrisa. Era ahora o nunca.
– Me llamo Adam Philips -dijo-. Soy el dueño del Lazy S. Pasa dentro y te entrevistaré para el trabajo.
Capítulo 3
Tate se quedó asombrada cuando el misterioso vaquero reveló su identidad, pero también se sintió esperanzada. Salió de la camioneta tras Adam, segura de que no se habría molestado en llevarla hasta allí si no tuviera intención de considerar seriamente la posibilidad de darle un trabajo.
– Sígueme -dijo él, encaminándose a la casa.
Tate se detuvo sólo el tiempo suficiente para recoger su bolsa y colgársela del hombro antes de subir los escalones que llevaban a la puerta.
El cuarto de estar de la casa de Adam era masculino de principio a fin, lleno de mobiliario español de cuero tachonado de clavos de cobre. No había ningún detalle que suavizara el aspecto de la habitación. Tate decidió que allí no vivía una mujer desde hacía mucho tiempo.
La hacienda de adobe tenía forma de U y en el centro había un jardín con viejos robles, flores de brillantes colores y una fuente.
Finalmente llegaron al despacho de Adam, que estaba en un extremo de la casa. Por el inmaculado aspecto de la oficina, Tate dedujo que Adam debía ser una persona muy organizada. Cada cosa tenía un lugar y todo estaba en su lugar. Sintió que su corazón se encogía. Ella no sentía aversión al orden, pero se negaba a ser dominada por él. Esa fue una de las pequeñas rebeliones que fue capaz de llevar adelante en el espacio en que la confinaban sus hermanos.
En lugar de sentarse en la silla de cuero frente al escritorio, se sentó en una esquina del antiguo escritorio de roble. Adam no se sentó; caminó de un lado a otro de la habitación como un tigre enjaulado.
– Antes de que sigamos adelante quiero saber tu nombre real -dijo.
Tate frunció el ceño.
– En ese caso, quiero que me prometas que no te pondrás en contacto con mis hermanos.
Adam dejó de caminar y la miró. Tate le sostuvo la mirada.
– De acuerdo -dijo él-. Te lo prometo.
Tate suspiró profundamente y dijo:
– Mi apellido es Whitelaw.
Adam maldijo entre dientes y empezó a caminar de nuevo. Los Whitelaw eran conocidos en todo Tejas por los excelentes caballos que criaban y entrenaban. Una vez conoció a Garth Whitelaw en una feria de caballos. Y conocía íntimamente a Jess Whitelaw. Jess, el hermano que Tate no veía hacía años, se había casado recientemente con Money Farrel… la mujer que Adam amaba.
El rancho de Honey, el Flying Diamond, estaba junto al Lazy S. Afortunadamente, con las tensas relaciones que había entre Adam y Jesse Whitelaw, no había muchas probabilidades de que el hermano de Tate fuera a visitar pronto el Lazy S.
Adam volvió su atención hacia la joven que había rescatado en la carretera. Su pelo corto estaba revuelto por el viento en torno a su rostro, y tenía las mejillas ruborizadas de excitación. Se mordía inquieta el labio inferior… algo que le habría gustado hacer a él personalmente.
Adam sintió una reveladora tensión contra la cremallera de su pantalón. Metió las manos en los bolsillos para evitar la tentación de tocar a la chica.
Tate cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre una rodilla. Podía sentir la tensión de Adam. Un escalofrío recorrió su espalda al ver la severidad de su gesto. Pero no fue de temor, sino de anticipación.
Estaba tan nerviosa que su voz se quebró cuando trató de hablar. Se aclaró la garganta y dijo:
– Entonces, ¿me das el trabajo o no?
– Aún no me he decidido.
Tate se puso en pie y fue hasta a Adam en un instante.
– Lo haré bien -le aseguró-. No te arrepentirás de haberme contratado.
Adam tenía sus dudas respecto a eso. Los latidos de su corazón se aceleraron al captar el suave aroma a lilas que desprendía el pelo de Tate. Ya estaba arrepentido de haberse detenido a recogerla. No podía estar cerca de ella sin sentirse tan excitado como un adolescente. Y eso no era lo más conveniente después de haberse erigido en guardián de la chica en sustitución de su hermano. Pero sospechaba que Tate no mentía al decir que volvería a escapar si sus hermanos trataban de llevarla de vuelta a casa. Sin duda, estaría mejor en el Lazy S, donde él podía tenerla vigilada.
Se apartó cuidadosamente de ella y rodeó el escritorio para sentarse tras él y utilizarlo como escudo.
– El trabajo que puedo ofrecer ahora no es el mismo que el del anuncio -dijo.
Tate apoyó las palmas de las manos sobre el escritorio y se inclino hacia él.
– ¿Oh? ¿Por que no?
Adam echó una mirada a lo que rebelaba la camiseta de Tate en la descuidada postura que había adoptado y tuvo que hacer un esfuerzo para alzar la vista hasta sus ojos color avellana.
– Es complicado.
– ¿Cómo?
¿Por qué no se movía? Adam sentía un irresistible deseo de alargar una mano y tocarla… Se levantó del asiento y empezó a caminar de nuevo.
– Tendrías que estar al tanto de lo sucedido en el rancho durante los últimos meses.
– Te escucho.
– El anterior administrador del Lazy S resultó ser un ladrón. Ahora está en la cárcel, pero además de robar el ganado de otras personas, hizo un desfalco en mi rancho. Dejó mis asuntos hechos un caos. En principio pretendía contratar a alguien para que reorganizara las cosas. Pero últimamente he decidido dejar de ejercer la medicina una temporada…
– ¡Un momento! -Tate se irguió, privando a Adam de la deliciosa vista que le estaba mostrando-. ¿Quieres decir que eres médico? -preguntó, incrédula.