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Era ancho de hombros y estrecho de caderas y no necesitó más de unas zancadas para recorrer la distancia que separaba las dos camionetas. Por sus botas polvorientas, los vaqueros gastados y la camiseta manchada de sudor, podía deducirse que era un vaquero de algún rancho cercano. Tate no vio motivos para sospechar que pretendiera hacerle daño.

Pero en lugar de un agradable «¿Puedo ayudarte?», las primeras palabras que salieron de su boca fueron:

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo?

Tate se sintió alarmada por la animosidad de la voz del desconocido y asustada por la intensidad de su mirada. Pero su actitud era tan similar a la que había visto en sus hermanos recientemente que alzó la barbilla y replicó:

– Hago dedo para que alguien me lleve a la gasolinera más cercana. Por si no te has dado cuenta, mi camioneta se ha averiado.

Adam frunció aún más el ceño, pero dijo:

– Sube a mi camioneta.

Tate sólo había dado dos pasos cuando el alto vaquero la tomó por el brazo, haciéndole detenerse.

– ¿No vas a preguntar nada sobre mí? ¿No quieres saber quién soy?

Para entonces, Tate ya estaba más irritada que asustada.

– ¡Un buen samaritano con mal genio! -replicó-. ¿Necesito saber más?

Adam abrió la boca para contestar, echó una mirada a la rebelde expresión del rostro de la joven y volvió a cerrarla. En lugar de hablar, tiro de ella sin ceremonias hacia el asiento de pasajeros, abrió la puerta y le hizo entrar en la camioneta.

– ¡Mi bolsa! Está en la parte trasera del Chevy -dijo Tate.

Adam volvió a la humeante camioneta, sacó la bolsa de Tate y la metió en la parte trasera de su camioneta.

¡Aquella mujer era demasiado confiada para su propio bien! Su ácida lengua no le habría servido de mucho si él hubiera sido la clase de tipo capaz de aprovecharse de las mujeres en dificultades. Cosa que no era. ¡Por suerte para ella!

Tate no se consideró afortunada en lo más mínimo. Reconocía la expresión de labios tensos de su buen samaritano. Puede que la hubiera rescatado, pero no parecía feliz por ello. Las arrugas que se formaban en torno a su boca y ojos por el ceño fruncido le hicieron pensar que tendría treinta y cinco o treinta y seis años; los mismos que su hermano Garth. ¡Lo último que necesitaba era otro guardián!

Se apoyó contra el respaldo del asiento con los brazos cruzados y miró por la ventana mientras cruzaban la enorme pradera. Pensó en la noche en que se fue del rancho, dos semanas atrás.

Aunque de forma aparentemente repentina, no había huido sin un rumbo determinado. Recogió varios periódicos rancheros con anuncios buscando trabajadores con experiencia y se dirigió al sur. Sin embargo, Tate descubrió muy pronto que ningún ranchero estaba dispuesto a contratar a una mujer como capataz ni como administradora del rancho, y menos aún a una mujer sin referencias.

Y, para estropear aún más las cosas, la vieja camioneta que se había llevado del rancho estaba en peor estado del que imaginaba. La había dejado tirada a varias millas del Lazy S, el último rancho en su lista y su última esperanza para conseguir un trabajo.

– ¿Sabes dónde está el Lazy S? -preguntó.

Adam se sorprendió un poco al oírla hablar.

– Supongo que podría encontrarlo. ¿Por qué?

– Tengo entendido que buscan un administrador. Quiero solicitar el trabajo.

– ¡Pero sólo eres una cría!

El vaquero no podía haber dicho nada peor para molestar a Tate.

– ¡Para tu información, tengo veintitrés años y soy una mujer hecha y derecha!

Adam no podía discutir aquello. Tenía una buena visión de la parte alta de los cremosos senos de Tate asomando por el escote de su camiseta.

– ¿Qué sabes de ranchos? -preguntó.

– Crecí en un rancho, en el Hawk’s Way, y… -Tate se interrumpió bruscamente, dándose cuenta de que había revelado más de lo que pretendía a aquel desconocido. No había utilizado su apellido para solicitar los trabajos, sabiendo que, si lo hacía, sus hermanos irían a buscarla y la llevarían de vuelta a rastras-. Espero que guardes esa información para ti.

Adam alzó una ceja y se topó con una sonrisa tan picaruela que su corazón volvió a dar un vuelco.

– Lo cierto es que he escapado de casa -continuó Tate.

– ¿No eres un poco mayorcita para eso?

Los labios de Tate se curvaron con tristeza.

– Supongo que sí. ¡Pero mis hermanos no me de jaba vivir en paz! Vigilaban cada aliento que salía y entraba de mi cuerpo.

Adam encontró aquella idea bastante intrigante. -Mis hermanos son excesivamente protectores -siguió Tate-. Yo sabía que no me quedaba más remedio que huir si quería encontrar al hombre adecuado enamorarme y tener hijos.

– Creo que eso podrías haberlo conseguido mejor quedándote en casa que vagando por ahí -dijo Adam.

– ¡No conoces a mis hermanos! Les encantaría tenerme envuelta entre algodones para mantenerme a salvo. ¡A salvo ja! Lo que pasa es que quieren que siga siendo virgen para siempre.

Adam se atragantó al oír aquella increíble revelación y tosió para aclararse la garganta.

– ¡Es cierto! -continuó Tate-. Han conseguido asustar a todos los pretendientes que he tenido. Lo que es una pérdida de tiempo y energía porque, como sabrás, alguien nacido para ahogarse puede lograr ahogarse en el desierto.

Adam la miró con gesto perplejo.

– Quiero decir que si algo esta destinado a suceder, sucederá por mucho que te esfuerces en lo contrario.

Tate esperó a que Adam dijera algo, pero al ver que permanecía en silencio, continuó hablando.

– Mi hermano mayor, Jess, también se fue de casa cuando yo tenía ocho años. Fue justo después de que mi padre muriera. Hace años que no lo vemos. Yo no pienso mantenerme tantos años alejada del rancho, por supuesto, pero quién sabe cuánto tiempo me llevará encontrar a mi príncipe azul… Aunque no es que tenga que casarme precisamente con un príncipe -sonrió y se encogió de hombros-. Pero sería agradable por una vez besar a un hombre al despedirme y que mis hermanos no pudieran echarlo alegando que no es lo suficientemente bueno para mí -Tate comprendió que estaba hablando para llenar el silencio y decidió callarse.

Tras la bravuconería de la joven mujer, Adam percibió la desesperación que le había hecho huir de los protectores brazos de sus hermanos. Se sintió mal interiormente. ¿Sería así como se había sentido su hermana pequeña? ¿Lo habría visto Melanie como un opresivo tirano, tal y como aquella joven veía a sus hermanos?

Tate contuvo el aliento cuando el desconocido la miró a los ojos. Vio en ellos una profunda tristeza y sintió el impulso de disiparla. De manera que empezó a hablar de nuevo.

– He buscado por todas partes un trabajo -dijo-. Debo haber estado en quince ranchos durante las pasadas dos semanas. Pero nadie ha mostrado el más mínimo interés por contratarme. Lo que resulta más frustrante es que ninguno de los dueños parece tomarme en serio. Sé que soy joven, pero también sé que domino todos los conocimientos necesarios para manejar un rancho.

– ¿Sabes que cantidad de grano necesitas para cabeza de ganado? -preguntó Adam.

– Depende de si piensas dejar el ganado en los establos o suelto para que paste -contestó Tate-. Si está en los establos…

– Dime algunos síntomas de un cólico -interrumpió Adam.

– Un caballo puede tener un cólico si no come, o si empieza a dar coces, o si se levanta y se tumba a menudo. Normalmente, cualquier animal que no se sienta cómodo tiene algún problema.

– ¿Puedes llevar la contabilidad en un ordenador?

Tate bufó.

– Por supuesto! Yo me hacía cargo de llevar todos los libros en el Hawk’s Way. Así que, si estuvieras contratando a gente en el Lazy S, ¿me contratarías?

– ¿Qué harías si no consiguieras el trabajo? -preguntó Adam en lugar de contestar.

Tate se encogió de hombros, sin darse cuenta de lo revelador que fue su gesto de que en realidad no sentía ninguna indiferencia ante aquella inquietante posibilidad.