Изменить стиль страницы

– Si es que existe.

– Yo creo que sí. Ella le colocó medio millón de dólares a Powers para cargarle el muerto. Eso es mucho dinero, a no ser que tengas un par de millones más escondidos en algún sitio. Eso es lo que nosotros…

Bosch miró la oficina de detectives a través del cristal. Edgar y Rider caminaban hacia el despacho de la teniente, pero Verónica Aliso no iba con ellos. Cuando entraron en la oficina con cara de preocupación, Bosch ya sabía lo que iban a decir.

– Se ha ido -anunció Edgar.

Bosch y Billets se los quedaron mirando.

– Parece que se largó ayer por la noche -explicó Edgar-. Sus coches todavía están allí, pero no hay nadie en la casa. Nosotros entramos por la puerta de atrás y no había nadie.

– ¿Se ha llevado la ropa o las joyas? -preguntó Bosch.

– Creo que no. Se ha ido y punto.

– ¿Se lo preguntasteis al guarda?

– Sí, hablamos con él. Ayer ella tuvo dos visitas. El primero era un mensajero a las cuatro y quince, del servicio de mensajería Legal Eagle. El chaval estuvo unos cinco minutos; entró y salió. Y por la noche tuvo otra visita, bastante tarde. El tío dio el nombre John Galvin. Ella ya había llamado al guarda y le había dicho que cuando llegara alguien con ese nombre lo dejara pasar. El guarda apuntó la matrícula y la hemos buscado: es un coche alquilado en un Hertz de Las Vegas. Intentaremos localizarlo. Total, que Galvin se quedó hasta la una de la mañana. El tío se largó justo cuando nosotros estábamos en el bosque trincando a Powers. Ella seguramente se marchó con él.

– Hemos llamado al guarda que estaba de servicio ayer por la noche -dijo Rider-, pero no se acordaba de si Galvin salió solo o no. No recuerda haber visto a la señora Aliso, pero podría haber estado escondida en el asiento de atrás.

– ¿Sabemos quién es su abogado? -preguntó Billets.

– -contestó Rider-. Neil Denton, de Century City.

– Vale, Jerry, tú sigue la pista del coche alquilado en Hertz y, Kiz, tú intenta localizar a Denton y averiguar por qué le envió un mensajero a Verónica en pleno fin de semana.

– De acuerdo -dijo Edgar-. Pero tengo un mal presentimiento. Creo que se ha esfumado.

– Pues tendremos que encontrarla -replicó Billets-. Adelante.

Edgar y Rider volvieron a su mesa y Bosch permaneció unos segundos en silencio, dándole vueltas a los últimos acontecimientos.

– ¿Crees que deberíamos haberla vigilado? -preguntó Billets.

– Bueno, ahora parece que sí. Pero no es culpa nuestra; no disponíamos de los recursos humanos. Además, no teníamos nada concreto contra ella hasta hace un par de horas.

Billets asintió con la preocupación reflejada en el rostro.

– Si no encuentran una pista sobre ella en los próximos quince minutos, anúncialo por radio.

– De acuerdo.

– Volviendo a Powers, ¿crees que nos oculta algo?

– No lo sé. Es probable. Todavía me queda la pregunta de por qué ahora.

– ¿Qué quieres decir?

– Que Aliso llevaba años yendo a Las Vegas y trayendo maletas llenas de dólares. Según Powers hacía años que engañaba a Joey y que tenía amantes en la ciudad. Verónica lo sabía todo; tenía que saberlo. ¿Qué la llevó a matarlo ahora en lugar del año pasado o el anterior?

– Quizá simplemente se hartó. O éste fue el momento perfecto; apareció Powers y se le ocurrió hacerlo.

– Tal vez. Yo se lo pregunté a Powers y me dijo que no lo sabía, pero puede que nos oculté algo. Voy a intentar sacárselo.

Billets no dijo nada.

– Todavía hay algo que desconocemos -continuó Bosch-. Nos guardan un secreto y espero que ella nos lo cuente. Si la encontramos.

Billets hizo un gesto con la mano, como descartando la posibilidad de no encontrarla.

– ¿Has grabado a Powers? -preguntó.

– En audio y vídeo. Kiz estaba observando en la sala cuatro. En cuanto Powers dijo que quería hablar, ella lo puso todo en marcha.

– ¿Le leíste sus derechos otra vez? ¿Cuando empezasteis a grabar?

– Sí, está todo ahí. Lo tenemos bien cogido. Si quiere verlo, le traeré la cinta.

– No. Ni siquiera quiero verlo en persona si puedo evitarlo. No le prometiste nada, ¿verdad?

Bosch iba a responder, pero se detuvo al oír el sonido de gritos amortiguados. Debían de ser de Powers, que seguía encerrado en la sala tres. Harry miró a través del cristal del despacho y vio a Edgar levantarse de su silla para comprobar qué sucedía.

– Seguramente querrá a su abogado -supuso Bosch-. Bueno, ya es un poco tarde para eso… No, no le prometí nada. Le dije que hablaría con el fiscal para que no presentara cargos por las circunstancias agravantes, pero va a ser difícil. Con lo que me dijo ahí dentro, podemos acusarlo de lo que nos dé la gana: premeditación, alevosía, incluso asesinato a sueldo.

– Tendré que llamar a un fiscal.

– Sí. Si no ha pensado en nadie o no le debe a nadie un favor, pida por Roger Goff. Es un caso de su estilo y hace tiempo que le debo uno. No nos fallará.

– Sí, lo conozco. Pediré por él -dijo Billets-. También tendré que avisar a los jefes. No todos los días puedo llamar al subdirector e informarle de que mis hombres no sólo han investigado un caso que tenían prohibido investigar, sino que encima han detenido a un policía. Y por asesinato, nada menos.

Bosch sonrió. No la envidiaba en absoluto.

– Se va a armar una gorda -auguró Bosch-. Esto será otra vergüenza para el departamento. Por cierto, aunque no las incautaron porque no están relacionadas con el caso, Jerry y Kiz encontraron un par de cosas que ponen los pelos de punta en casa de Powers: parafernalia nazi y otros objetos de supremacía blanca. Puede usted advertir a los jefes para que hagan lo que quieran con el tema.

– Gracias por decírmelo. Hablaré con Irving, aunque dudo que quiera que salga a la luz.

En ese momento Edgar se asomó por la puerta abierta.

– Powers dice que tiene que ir a mear y ya no aguanta más.

Edgar miraba a Billets.

– Pues llévalo al lavabo -replicó ella.

– No le quites las esposas -añadió Bosch.

– ¿Cómo va a mear con las manos a la espalda? No querréis que se la saque yo, ¿verdad? Porque me niego.

Billets se rió.

– Ponle las esposas delante -le aconsejó Bosch-. Dame un segundo y te ayudo.

– Vale, estaré en la tres.

A través del cristal, Bosch vio alejarse a Edgar en dirección al pasillo que daba a las salas de interrogación. Bosch miró a Billets, que todavía estaba sonriendo por la queja de Jerry.

– Ya sabe que me puede usar a mí cuando haga esa llamada -le recordó Bosch con semblante serio.

– ¿A qué te refieres?

– Pues que no me importa si les dice que usted no sabía nada hasta que yo la llamé con las malas noticias.

– No seas idiota. Hemos resuelto un asesinato y retirado de las calles a un policía asesino. Si no son capaces de ver que lo bueno pesa más que lo malo, pues… que se jodan.

Bosch sonrió.

– Es usted guay, teniente. -Gracias.

– De nada.

– Y me llamo Grace. -Vale, Grace.

Bosch estaba pensando en lo bien que le caía Billets mientras recorría el corto pasillo que daba a las salas de interrogación y a la puerta abierta de la sala tres. Edgar estaba esposando a Powers con las manos delante.

– Hazme un favor, Bosch -le rogó Powers-. Déjame ir al lavabo de la entrada.