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Bosch sacó de la carpeta una copia de la orden de registro y la depositó encima de la mesa.

– Hace cinco horas se la enviamos por fax al juez Warren Lambert en su casa de The Palisades y él nos la devolvió firmada. Edgar y Rider se han pasado casi toda la noche en tu pequeño bungalow de Hollywood. Entre las cosas que incautaron había una cámara Nikon con teleobjetivo. Y estas fotos. Estaban debajo de tu colchón, Powers.

Bosch hizo una pausa para que los ojos cada vez más sombríos de Powers digirieran la información.

– Ah, y encontramos otra cosa. -Bosch se agachó para recoger la caja-. Esto estaba en el altillo con los adornos de Navidad.

Bosch vació el contenido de la caja y los billetes se desparramaron por la mesa y el suelo. Tras sacudir la caja para asegurarse de que no quedaba nada, Bosch la soltó y luego miró a Powers. Los ojos del policía iban como locos, de un fajo a otro. Bosch sabía que lo tenía cogido. Y que, en el fondo, se lo debía todo a Verónica Aliso.

– Personalmente, yo no creo que seas tan idiota para tener las fotos y el dinero en tu casa -continuó Bosch en voz baja-. He visto cosas más raras, pero yo creo que no sabías que todo esto estaba en tu casa porque no lo pusiste allí. Francamente, a mí me da igual. A ti te tenemos y si podemos cerrar el caso eso es todo lo que me importa. Estaría bien atraparla a ella también, pero no pasa nada. La necesitamos para trincarte a ti. Con las fotos, su testimonio y todo lo que hemos comentado antes, creo que podemos acusarte de homicidio sin problemas. Como existen los agravantes de premeditación y alevosía, te enfrentas a dos posibilidades: la inyección o la perpetua sin posibilidad de conmutación.

»Bueno -prosiguió Bosch-. Voy a buscar ese teléfono para que puedas llamar a tu abogado, pero más te vale escoger a uno bueno. No una de esas estrellas del caso O. J. Simpson, sino alguien hábil fuera de la sala de justicia. Un negociador.

Dicho esto, Bosch se levantó. Ya con la mano en el pomo de la puerta, se volvió hacia Powers.

– ¿Sabes qué? Lo siento por ti, tío. Siendo un poli y todo el rollo, esperaba que fueras más listo. Me da la sensación de que va a pagar el pato la persona menos culpable de las dos, pero supongo que así es la vida. Alguien tiene que pagar.

Bosch se volvió y abrió la puerta.

– ¡Qué zorra! -exclamó Powers con rabia contenida.

Entonces susurró algo que Bosch no logró oír. Bosch lo miró sin decir nada.

– Todo fue idea suya -confesó Powers-. Ella me engañó y ahora os está engañando a vosotros.

Bosch esperó un segundo, pero el policía no añadió nada más.

– ¿Quieres decir que vas a hablar conmigo?

– Sí, siéntate. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo.

A las nueve Bosch estaba en el despacho de la teniente, informándola de los últimos acontecimientos. Tenía un vaso vacío en la mano, que no tiró a la papelera para recordarse a sí mismo que necesitaba más café. Harry estaba agotado, tenía unas ojeras tan grandes que casi le dolían y un horrible sabor de boca causado por sus excesos con el café y el tabaco.

Como sólo había comido chocolatinas en las últimas veinte horas, también su estómago finalmente comenzaba a protestar. A pesar de todo ello, estaba feliz. Había ganado el último asalto con Powers y, en ese tipo de pelea, el último era el único que contaba.

– Bueno -dijo Billets-, ¿te lo explicó todo?

– Al menos su versión del asunto -contestó Bosch-. Powers la culpa a ella, como era de esperar. Recuerde que el tío piensa que ella está en la sala de al lado, así que nos la ha pintado como una terrible viuda negra. Como si él nunca hubiera tenido un pensamiento impuro en su vida hasta que la conoció.

Bosch se llevó el vaso a la boca y entonces recordó que estaba vacío.

– Pero en cuanto la traigamos aquí y ella comience a hablar, oiremos su versión del asunto -opinó Bosch.

– ¿Cuándo han salido Jerry y Kiz?

Bosch consultó su reloj.

– Hace unos cuarenta minutos. Estarán al caer.

– ¿Por qué no has subido tú a buscarla?

– No lo sé. Supongo que, como ya detuve a Powers, he pensado que ahora les toca a ellos. Para repartir un poco la gloria.

– Ten cuidado. Si sigues así, perderás tu reputación de tío duro.

Bosch sonrió y bajó la vista.

– Bueno, resúmeme la versión de Powers -le pidió Billets.

– Su versión es más o menos lo que nos habíamos imaginado. Powers subió a la mansión a tomar nota de la denuncia del robo y así empezó todo. Él dice que ella le dio pie y, casi sin querer, empezaron a tener un rollo. Powers hacía más rondas nocturnas por el barrio y ella se pasaba por su bungalow las mañanas en que Tony iba a trabajar o estaba en Las Vegas. Tal como él lo describe, ella lo sedujo. El sexo era algo bueno y exótico. Lo tenía bien cogido.

– Entonces ella le pidió que siguiera a Tony.

– Eso es. El primer viaje que Powers hizo a Las Vegas fue un trabajo limpio. Verónica sólo le pidió que siguiera a su marido y Powers volvió con un puñado de fotos de Tony y Layla y un montón de preguntas sobre la gente que se reunía con él en Las Vegas. Powers no es idiota. Sabía que Tony estaba implicado en algo sucio, así que, según él, Verónica se lo contó todo. Por lo visto ella conocía todos los detalles y a todos los tíos de la mafia por su nombre. También le dijo cuánto dinero había en juego. Entonces fue cuando surgió el plan. Verónica le dijo a Powers que si Tony desaparecía, sólo quedarían ellos dos y un montón de dinero. Ella le explicó que Tony había estado sisando dinero durante años. Había al menos un par de millones en el bote además de lo que llevara encima su marido cuando se lo cargaran.

Bosch se levantó y continuó con la historia mientras paseaba por el despacho. Estaba demasiado cansado para estar mucho rato sentado sin que lo venciera la fatiga.

– O sea que ése era el objetivo del segundo viaje. Powers fue a Las Vegas y espió a Tony de nuevo para recoger información. Siguió al tío que le daba el dinero a Tony, Luke Goshen. Powers no tenía ni idea de que Goshen fuera un agente federal, así que él y Verónica lo eligieron como chivo expiatorio y tramaron un plan para que el asesinato pareciera un golpe de la mafia. Música en el maletero.

– Es bastante enrevesado.

– Sí. Powers asegura que todo el plan fue idea de ella y a mí me parece que es verdad. Creo que el tío es listo, pero no tanto. Todo esto fue idea de Verónica; Powers era sólo alguien que le siguió la corriente. Aunque ella tenía una salida de emergencia que Powers no conocía.

– El propio Powers.

– Sí. Verónica lo preparó todo para que él cargara con las culpas, pero sólo si nos acercábamos demasiado. Powers me ha dicho que ella tenía una llave de su casa, el bungalow de Sierra Bonita. Ella debió de ir allí esta semana, metió las fotos debajo del colchón y la caja de dinero en el altillo. Muy astuto por su parte. Cuando Jerry y Kiz la traigan, ya sé exactamente lo que va a decir. Nos dirá que él lo hizo todo, que se enamoró de ella, que tuvieron una aventura y ella lo dejó. Después él se cargó a su marido. Cuando ella se dio cuenta de lo que había ocurrido, no pudo decir nada. Powers la obligó a guardar silencio y ella no tuvo otra elección. Él era policía y la amenazó con acusarla de todo si no le obedecía.

– Es una buena historia. De hecho, creo que todavía podría funcionar con un jurado. La podrían soltar.

– Puede ser. Todavía tenemos trabajo que hacer.

– ¿Y el dinero que se quedó Aliso?

– Buena pregunta. En ninguna de las cuentas bancarias de Aliso aparece la cantidad de dinero de la que habla Powers. Al parecer, ella le contó que estaba en una caja de seguridad, pero no le dijo dónde. Tiene que estar en algún sitio. La encontraremos.