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Bosch se apoyó en el respaldo y miró a sus compañeros en espera de respuesta.

– Creo que es posible -contestó Rider-. La cosa encaja.

– Aunque nosotros no la creamos -añadió Bosch.

– ¿Y qué saca Verónica de todo esto? -insistió Edgar, que se negaba a dar el brazo a torcer-. Poner el dinero allá significa perderlo. ¿Qué le queda entonces?

– La casa, los coches, el seguro de vida -contestó Bosch-. Quizá parte de la empresa… y la oportunidad de escapar.

No obstante, era una respuesta floja y Harry lo sabía. Medio millón de dólares era mucho dinero para emplearlo en una trampa. Era el único fallo de la teoría que acababa de elaborar.

– Se deshizo de su marido -sugirió Rider-. Quizás eso era todo lo que quería.

– Él la había estado engañando durante años -repuso Edgar-. ¿Por qué ahora? ¿Por qué fue distinto esta vez?

– No lo sé -contestó Rider-, pero había algo diferente o hay algo que se nos escapa. Eso es lo que tenemos que averiguar.

– ¿Ah, sí? Pues buena suerte -se burló Edgar.

– Tengo una idea -anunció Bosch-. Si alguien sabe más, ése es Powers. Quiero intentar engañarle y creo que sé cómo hacerlo. Kiz, ¿todavía tienes esa película con Verónica?

– ¿ Víctima del deseo? Sí. Está en mi cajón.

– Pues ve a buscarla y tráemela al despacho de la teniente. Voy a buscar más café y ahora vuelvo.

Bosch entró en la sala de interrogación con la caja del dinero. Llevaba el lado donde ponía «Navidad» contra el pecho para que pareciese una caja de cartón cualquiera. Observó a Powers para ver si la reconocía, pero si lo hizo no dio ninguna señal de ello. Powers seguía sentado tal como lo había dejado Bosch: tieso como una vara, con los brazos a la espalda como si los llevara casi por decisión propia. El policía lo miró con unos ojos serenos y listos para el siguiente asalto. Harry depositó la caja en el suelo, fuera del campo de visión de Powers, y volvió a sentarse frente a él. Después la abrió, sacó una grabadora y una carpeta y lo puso todo en la mesa.

– Ya te lo he dicho, Bosch. No quiero que me grabes. Si tienes una cámara al otro lado del espejo, también estás violando mis derechos.

– Ni cámaras, ni cintas, Powers. Esto es sólo para enseñarte algo, eso es todo. A ver, ¿dónde estábamos?

– Habíamos llegado al punto de que presentes cargos o te calles. O me dejas ir o me traes a mi abogado.

– Bueno, han pasado un par de cosas. He pensado que te gustaría saberlo antes de decidir.

– Vete a la mierda. Estoy hasta los huevos de todo esto. Tráeme el teléfono.

– ¿Tienes una cámara, Powers?

– Te digo que… ¿Una cámara? ¿Qué quieres decir?

– Si tienes una cámara. Es una pregunta clara.

– Pues claro. Todo el mundo tiene una cámara. ¿Qué pasa?

Bosch estudió su reacción y notó que Powers empezaba a perder el control de sí mismo. Las vibraciones que le llegaban desde el otro lado de la mesa se lo confirmaban. Bosch esbozó una pequeña sonrisa. Quería que Powers supiera que a partir de ese momento la situación se le iba a ir de las manos.

– ¿Te llevaste la cámara cuando fuiste a Las Vegas en marzo?

– No lo sé, supongo. Siempre me la llevo cuando voy de vacaciones. No sabía que fuera un delito. ¿Qué más se inventará el maldito gobierno?

Bosch dejó que él sonriera, pero no le correspondió.

– ¿Cómo lo has llamado? -susurró Bosch-. ¿Unas vacaciones?

– Sí, eso he dicho.

– Es curioso, porque Verónica no lo ha llamado así.

– No sé de qué hablas.

Powers desvió la mirada un instante. Era la primera vez que lo hacía y Bosch sintió que se avecinaba un nuevo cambio. Estaba haciéndolo bien; lo notaba. La cosa progresaba.

– Claro que lo sabes, Powers. Y a Verónica también la conoces bastante bien. Ella nos lo ha contado todo. Está en la otra sala ahora mismo. Ha resultado ser más débil de lo que pensaba. Yo creía que tú tenías todos los puntos. Ya sabes lo que dicen, cuánto más arriba estés, más dura será la caída, ¿no? Yo pensaba que tú acabarías cediendo, pero al final ha sido ella. Edgar y Rider le sacaron una confesión hace un momento. Es increíble cómo unas cuantas fotos de la escena del crimen pueden afectar el sentido de culpabilidad de una persona. Nos lo dijo todo, Powers. Todo.

– Eres un bolero, Bosch. Y ya me estoy comenzando a hartar. ¿Dónde está el teléfono?

– Ella nos ha contado que os…

– No quiero oírlo.

– Que os conocisteis cuando subiste esa noche para tomar nota de la denuncia de robo. Una cosa llevó a la otra y, al cabo de poco, tuvisteis un pequeño romance. Algo para recordar. Sólo que ella recobró la razón y rompió contigo. Todavía quería al viejo Tony. Sabía que él viajaba mucho, que a veces la engañaba, pero ya estaba acostumbrada y lo necesitaba. Así que te dejó de lado. Sólo que, según ella, tú no querías quedarte al margen. Seguiste llamándola, siguiéndola a todas partes. Comenzaba a estar asustada, pero ¿qué podía hacer ella? ¿Acudir a Tony y decirle que un tío con quien se había enrollado la estaba siguiendo? Entonces…

– ¡Qué gilipollez, Bosch! Es broma, ¿no?

– Entonces comenzaste a seguir a Tony, él era tu principal obstáculo. El tío te estorbaba, así que te pusiste manos a la obra; lo seguiste a Las Vegas y lo pescaste con las manos en la masa. Allí averiguaste a qué se dedicaba y cómo matarlo para que nosotros siguiéramos una pista falsa. «Música en el maletero», lo llaman. Sólo tú conocías la melodía, Powers. Ya te tenemos. Con la ayuda de ella, te vamos a empapelar.

Powers seguía con la vista fija en la mesa, pero la piel alrededor de sus ojos y de la mandíbula se había tensado.

– Estoy harto de escuchar tus gilipolleces -dijo sin alzar la vista-. Ella no está en la otra habitación, sino en su mansión de las colinas. Éste es el truco más viejo del manual.

Powers miró a Bosch y forzó una sonrisa.

– ¿Estás intentando colarle esta trola a un policía? No me lo puedo creer, tío. Eres penoso. Estás haciendo el ridículo.

Bosch pulsó el botón de la grabadora y la voz de Verónica Aliso llenó el minúsculo cuarto.

«Fue él. Está loco. No pude pararlo hasta que fue demasiado tarde… Después no pude decírselo a nadie porque… porque habría parecido que yo…»

– Ya basta -dijo Bosch, después de apagarlo-. No debería habértelo puesto, pero pensé que, de poli a poli, debería informarte de la situación.

Bosch observó en silencio mientras Powers se iba acalorando. La furia comenzaba a hervir tras sus pupilas. Sin mover ni un solo músculo, se puso más tenso que una cuerda de violín. Pero al final logró controlarse y recobrar la compostura.

– Eso es lo que dice ella -murmuró Powers-. No puede corroborarlo. Es una fantasía, Bosch. Su palabra contra la mía.

– Podría ser. Pero tenemos esto.

Bosch abrió la carpeta y arrojó la pila de fotos delante de

Powers. A continuación las dispuso en forma de abanico para que pudiera verlas.

– Esto corrobora gran parte de su historia, ¿no crees?

Bosch contempló a Powers mientras estudiaba las fotografías. Una vez más, el policía pareció estar a punto de estallar, pero una vez más se contuvo.

– Esto no corrobora nada -contestó-. Las podría haber sacado ella misma. Podría haber sido cualquiera. Sólo porque os haya dado unas fotos… La tía os tiene en el bolsillo, ¿no? Os creéis todo lo que dice.

– Podría ser, pero ella no nos dio las fotos.