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Billets asintió con semblante serio.

– Parece un poco arriesgado. ¿Y si a él lo llamaban por la radio? Todo el plan se habría ido a la porra.

– Ya lo habíamos pensado, así que Jerry habló con la oficina de guardia. Gómez, el oficial de servicio esa noche, recuerda que Powers tuvo un turno tan ajetreado que no cenó hasta las diez. Luego no supo nada de él hasta el final del turno de vigilancia.

Billets volvió a asentir.

– ¿Y las huellas de los zapatos? ¿Son suyas?

– Ahí Powers ha tenido suerte -intervino Edgar-. Hoy lleva unas botas nuevas, como si se las acabara de comprar.

– Mierda.

– -convino Bosch-. Creemos que ayer vio las huellas en el Cat & Fiddle y hoy se ha comprado unas botas nuevas.

– Vaya, hombre…

– Bueno, todavía queda la posibilidad de que no se haya deshecho de las viejas. Estamos intentando obtener una orden de registro de su casa. Ah, y tampoco tenemos tan mala suerte. Jerry, cuéntale lo del Pepper Spray.

Edgar se apoyó sobre la mesa.

– Acabo de ir al cuarto de material y le he echado un vistazo al inventario. Por lo visto, el domingo Powers cogió una carga de oleo capsicum, pero luego no hizo un informe de empleo de fuerza.

– O sea, que usó su aerosol, pero no se lo dijo al oficial de servicio -resumió Billets.

– Eso es.

Billets repasó mentalmente todo lo que le habían contado.

– De acuerdo -concluyó-. Habéis encontrado mucho en muy poco tiempo, pero de momento es todo circunstancial y puede tener una explicación. Aunque lograrais probar que él y la viuda se habían estado viendo, eso no prueba que asesinaran a Aliso. La huella dactilar del maletero puede explicarse como una torpeza en el escenario del crimen. Y tal vez sea eso.

– Lo dudo -dijo Bosch.

– Bueno, tus dudas no son suficientes. ¿Qué vamos a hacer?

– Todavía tenemos un par de cosas en el asador. Jerry va a solicitar una orden de registro basada en lo que hemos encontrado hasta ahora. Si podemos entrar en casa de Powers quizás encontremos las botas o incluso otra cosa. Ya veremos. También tengo una pista en Las Vegas. Creemos que para haber hecho todo esto, Powers tenía que haber seguido a Tony una o dos veces, para averiguar lo de Goshen y escogerlo a él como chivo expiatorio. Powers habría querido seguir a Tony de cerca, lo cual significaría alojarse en el Mirage. Y es imposible alojarse allí sin dejar rastro. Puedes pagar al contado, pero tienes que dar los datos de tu tarjeta de crédito para cubrir gastos de habitación, llamadas, cosas así. En otras palabras, no puedes registrarte bajo ningún nombre que no tengas en una tarjeta de crédito. Ahora mismo tengo a alguien comprobándolo.

– Vale, ya es algo -comentó Billets. La teniente asintió con la cabeza y se tapó la boca con la mano mientras reflexionaba en silencio-. Total, que necesitamos una confesión, ¿no?

– Seguramente -asintió Bosch-. A no ser que haya suerte con la orden de registro.

– No vas a poder hacerle confesar. Es policía; conoce todos los trucos y leyes.

– Bueno, ya veremos.

Billets y Bosch consultaron sus respectivos relojes. Era la una de la madrugada.

– Nos hemos metido en un buen lío -afirmó Billets con solemnidad-. No podremos mantener esto en secreto mucho más allá del amanecer. Después, tendré que dar parte de lo que hemos descubierto y lo que no. Y si no hemos solucionado el caso, se nos caerá el pelo a todos.

– Váyase a casa, teniente -le aconsejó Bosch-. Olvídese de que ha venido y déjenos la noche para trabajar. Vuelva a las nueve, con el fiscal si quiere, pero que sea alguien de confianza. Si no conoce a nadie, yo puedo avisar a alguien. Pero dénos hasta las nueve: ocho horas. Cuando usted llegue, o bien le damos el caso solucionado o usted hace lo que tenga que hacer.

Billets los miró uno por uno, respiró hondo y exhaló despacio.

– Buena suerte.

Dicho esto, la teniente se marchó.

Frente a la puerta de la sala de interrogación número tres, Bosch hizo una pausa para ordenar sus pensamientos. Era consciente de que todo dependía de cómo fueran las cosas en esa sala. Tenía que conseguir que Powers confesara su crimen, lo cual no sería tarea fácil. Powers era policía y conocía todos los trucos de la profesión. Bosch tenía que encontrar algún punto débil que pudiera explotar para que el gigante se derrumbara. Sabía que sería una partida brutal, así que respiró hondo y abrió la puerta.

Bosch entró en la sala, se sentó frente a Powers y le mostró dos hojas de papel.

– Vale, Powers. Vengo a informarte de la situación.

– Ahórrate saliva, gilipollas. Sólo pienso hablar con mi abogado.

– Bueno, para eso he venido. ¿Por qué no te calmas y hablamos del tema?

– ¿Que me calme? ¿Me arrestáis, me esposáis como a un maldito delincuente y luego me dejáis aquí durante una hora y media mientras decidís lo mucho que la habéis jodido? ¿Y quieres que me calme? ¿De qué vas, Bosch? No pienso calmarme. ¡Suéltame ya o dame el teléfono de una puta vez!

– Bueno, ése es el problema, ¿no? Decidir si presentar cargos o no. Por eso he venido, Powers. Pensaba que tal vez tú podrías ayudarnos.

Powers no pareció prestar atención, sino que bajó la mirada y miró el centro de la mesa. Sus ojos revelaban que estaba considerando todas las posibilidades.

– Esto es lo que hay -le anunció Bosch-. Si te detengo ahora, tendremos que llamar a un abogado y los dos sabemos que ahí se acabó la historia. Ningún abogado va a permitir que su cliente hable con la policía. Iremos a juicio y tú ya sabes lo que significa eso: suspensión de empleo y sueldo. Tendremos que pedir que no haya fianza y te pasarás nueve o diez semanas en la trena antes de que se arreglen las cosas a tu favor. O no. Mientras tanto, saldrás en la primera plana de todos los periódicos. Entrevistarán a tu madre, a tu padre, a tus vecinos… Bueno, ya sabes de qué va el rollo.

Bosch sacó un cigarrillo y se lo metió en la boca. No lo encendió ni le ofreció uno a Powers porque recordaba que él ya se lo había rechazado en la escena del crimen.

– La alternativa a eso es sentarnos aquí e intentar aclararlo todo -prosiguió-. Ahí tienes dos hojas. Lo bueno de tratar con un policía es que no tengo que explicártelo. La primera es una hoja de derechos; ya sabes lo que es. Firmas conforme comprendes tus derechos y luego eliges. O hablas conmigo o llamas a tu abogado después de que presentemos los cargos. La segunda hoja es la renuncia a representación legal.

Powers contempló en silencio las hojas mientras Bosch ponía un bolígrafo encima de la mesa.

– Te quitaré las esposas en cuanto estés listo para firmar -le prometió-. Como ves, lo malo de tratar con un policía es que no te puedo colar un farol. Ya conoces el asunto. Sabes que si firmas f la renuncia y hablas conmigo, o bien saldrás de ésta o te meterás hasta el cuello…: Puedo darte más tiempo si quieres pensártelo.

– No necesito más tiempo -replicó-. Sácame las esposas.

Bosch se levantó y se colocó detrás de Powers.

– ¿Eres zurdo?

– No.

Apenas había espacio entre la espalda de aquel hombretón y la pared. Con la mayoría de sospechosos era una posición peligrosa, pero Powers era policía y sabía que si intentaba algo, perdería cualquier posibilidad de salir de esa sala y retornar a su vida normal. También era consciente de que alguien los estaría observando desde la sala cuatro, listo para entrar si había violencia. Así pues, Bosch le quitó la esposa de la mano derecha y la cerró en torno a una de las barras metálicas de la silla.