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Después de llevar a Bosch y Edgar hasta allí, la misión de Rider era aparcar en una calle cercana y escuchar la radio de la policía. Bosch sabía que, de haberse producido esa llamada, la detective habría anulado la visita de la patrulla diciéndoles que se trataba de una operación de vigilancia.

– No llamó. Yo iba en el coche y el tío me paró.

– ¿Te dijo que acababa de vernos?

– Eh… no. Me paró hace un rato, pero no he podido comprobarlo hasta ahora.

Bosch y Edgar se habían apostado en el bosque a las dos y media. A esa hora era de día y Powers todavía no estaba de servicio. El único coche en la zona era el de Rider. Bosch sabía que Powers mentía y todo comenzaba a cobrar sentido: el hallazgo del cadáver, la huella en el maletero, el Pepper Spray y la razón por la cual le habían quitado las ligaduras de las muñecas. Todo estaba allí, en los detalles.

– ¿Cuánto tiempo hace? -insistió Bosch.

– Bueno, justo después de empezar mí ronda. No me acuerdo de la hora.

– ¿Era de día?

– Sí. ¡Baja ya la linterna!

Bosch siguió sin hacerle caso.

– ¿Cómo se llamaba el ciudadano que nos vio?

– No me dio su nombre. Era un tío en un jaguar que me paró en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland. Me contó lo que había visto y yo le dije que lo comprobaría en cuanto pudiera. Así que vine a verlo y entonces vi la bolsa. Me imaginé que sería la del tío del maletero; vi la circular sobre el coche y el equipaje, así que sabía que lo estabais buscando. Siento baberos jodido el asunto, pero deberíais haber informado al oficial de guardia. Joder, Bosch, me estás dejando ciego.

– Sí, nos lo has jodido -repitió Bosch, que finalmente dejó de apuntarle con la linterna. También bajó la pistola, pero no la enfundó sino que se la guardó debajo del poncho-. Ya no vale la pena continuar. Powers, sube hasta tu coche. Jerry, coge la bolsa.

Bosch ascendió por la colina detrás de Powers con la linterna enfocada en la espalda del policía. Harry sabía que si hubieran esposado a Powers en el refugio, no podrían haberlo llevado hasta la carretera debido a la pronunciada pendiente y a que el agente podría haber ofrecido resistencia. Por eso tuvo que engañarlo y hacerle pensar que no pasaba nada.

En la cima de la colina, Bosch esperó a que Edgar llegara antes de actuar.

– ¿Sabes lo que no entiendo, Powers?

– ¿Qué?

– No entiendo por qué esperaste hasta la noche para comprobar una queja que recibiste durante el día. ¿Te dicen que dos personas sospechosas están merodeando por los bosques y tú decides esperar hasta que oscurezca para ir a comprobarlo tú solo?

– Ya te lo he dicho. No he tenido tiempo.

– Y una mierda, Powers -le espetó Edgar, que o bien acababa de comprender o le había seguido el juego a Bosch perfectamente.

Los ojos de Powers se apagaron al concentrarse en lo que debía hacer. Harry aprovechó el momento para apuntar su pistola entre esos dos portales vacíos.

– No pienses tanto, Powers; se acabó -le anunció-. Ahora estate quieto. ¿Jerry?

Edgar se acercó por la espalda y le arrebató la pistola a Powers. Tras arrojarla al suelo, le agarró las manos y lo esposó. Cuando hubo terminado recogió el arma. A Bosch le pareció que Powers seguía retraído, con la mirada totalmente ausente. De pronto el policía volvió a la realidad.

– Estáis locos. La habéis cagado de verdad -afirmó con rabia contenida.

– Ya lo veremos. Jerry, ¿lo tienes? Quiero llamar a Kiz.

– Adelante. Lo tengo cogido por los huevos -respondió Edgar-. Espero que intente escapar. Anda, Powers, a ver si me alegras el día.

– ¡Vete a la mierda, Edgar! No sabéis lo que hacéis. ¡Os la vais a cargar! ¡Os la vais a cargar con todo el equipo!

Edgar no replicó. Bosch se sacó el walkie-talkie del bolsillo y pulsó el botón para hablar.

– Kiz, ¿estás ahí?

– Sí.

– Ven aquí. Rápido.

– Voy.

Bosch se guardó el walkie-talkie y todos permanecieron en silencio un minuto hasta que vieron la luz azul de la sirena de Rider. Harry se acercó. La luz intermitente iluminaba las copas de los árboles del bosque. Bosch se dio cuenta de que desde abajo, desde el refugio de George, podía parecer que las luces vinieran del cielo. En ese momento lo vio todo claro. La nave espacial de George había sido el coche patrulla de Powers y el secuestro una parada de inspección de la policía; la forma ideal de detener a un hombre que llevaba casi medio millón de dólares en efectivo. Powers se había limitado a esperar el Rolls blanco de Aliso, seguramente en el cruce de Mulholland y Laurel Canyon. Luego lo había seguido y había encendido las luces al llegar a aquella curva solitaria. Tony debió de pensar que iba demasiado rápido y se detuvo.

Rider aparcó detrás del coche patrulla, y Bosch fue a hablar con ella.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Rider.

– Powers. Es Powers.

– Dios.

– Sí. Quiero que tú y Jerry lo llevéis a la comisaría. Yo os seguiré en el coche patrulla.

Bosch regresó con Edgar y Powers.

– Vale, vámonos.

– Acabáis de perder vuestros trabajos -amenazó Powers-. La habéis cagado.

– Nos lo cuentas en la comisaría.

Cuando cogió a Powers del brazo, Bosch notó su musculatura. Edgar y él lo metieron en el asiento de atrás del coche de Rider y Edgar se sentó junto a él. Bosch asomó la cabeza por la puerta abierta para darles instrucciones.

– Quitádselo todo y encerradlo en una de las salas de interrogación. No os olvidéis de la llave para las esposas -les recordó-. Yo os sigo en el coche.

Dicho eso, Bosch cerró la puerta y golpeó dos veces en el techo del vehículo. Acto seguido se dirigió al coche patrulla, depositó la bolsa de Aliso en el asiento de atrás y se sentó al volante. Cuando Rider arrancó, Bosch la siguió a toda velocidad hacia Laurel Canyon.

Billets tardó menos de una hora en presentarse. Cuando llegó, los tres detectives estaban sentados en la mesa de Homicidios. Bosch estaba repasando el expediente del caso con Rider, que tomaba notas en una libreta. Edgar, por su parte, estaba escribiendo a máquina. La teniente entró con un ímpetu y una mirada acorde con las circunstancias. Bosch aún no había hablado con ella, porque había sido Rider quien la había avisado.

– ¿Qué me estás haciendo? -preguntó Billets, taladrando a Bosch con la mirada.

La teniente se dirigía a Bosch porque era el jefe del equipo y la responsabilidad de aquella posible catástrofe caería enteramente sobre él. A Harry no le importaba, no sólo porque le parecía justo, sino porque en la media hora que había tenido para repasar el expediente y las demás pruebas del caso, su confianza había ido en aumento.

– ¿Que qué le estoy haciendo? Le he traído a su asesino.

– Te dije que llevaras una investigación discreta y cuidadosa -respondió Billets-. ¡No que montaras una operación chapucera y detuvieras a un poli! No me lo puedo creer.

Billets se puso a caminar arriba y abajo, sin mirarlos a los ojos. La oficina de detectives estaba vacía a excepción de ellos cuatro.

– Es Powers, teniente -le informó Bosch-. Si se calma, podremos…

– Ah, ¿conque es él? ¿Y tienes pruebas? ¡Genial! Ahora mismo llamo al fiscal para qué tome nota de los cargos. Por un momento creí que habíais trincado a este hombre sin apenas tener pruebas contra él. -Billets se paró y fulminó a Bosch con la mirada.

– En primer lugar, detenerlo fue una decisión mía -explicó Bosch con toda la calma posible-. Y tiene razón, todavía no tenemos suficientes pruebas para llamar al fiscal, pero las conseguiremos. No me cabe ninguna duda de que Powers es nuestro hombre. Fueron él y la viuda.