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– ¿Una inspección? No, no me dijo nada.

– Bueno, cuando descubrimos lo de la inspección, pensamos que tal vez la mafia también se había enterado y había matado a su marido para que no salieran a la luz sus actividades ilegales. Sin embargo, ahora ya no creemos que fuera así.

– No lo entiendo. ¿Están seguros? A mí me parece obvio que esa gente tuvo algo que ver.

Aquí Verónica falló un poco. Su tono de voz era demasiado apremiante.

– Bueno, ya le he dicho que nosotros también lo pensamos. No hemos abandonado del todo esa posibilidad, aunque de momento no encaja. El hombre que arrestamos en Las Vegas, ese tal Goshen que le mencioné, parecía culpable pero resultó tener una coartada como una roca; imposible de romper. No pudo ser él, señora Aliso. De momento todo indica que alguien se tomó muchas molestias para que pareciera que lo hizo él, pero no fue así.

Verónica Aliso negó con la cabeza. Entonces cometió su primer error de verdad; podría haber dicho que si no había sido Goshen, tenía que haber sido el otro hombre que Bosch había mencionado o algún otro mafioso.

Sin embargo, no lo hizo. En consecuencia, Bosch dedujo que ella sabía lo de Goshen. Verónica se había dado cuenta de que el plan no había funcionado y estaba pensando a la desesperada.

– Entonces, ¿qué van a hacer? -preguntó finalmente.

– Lo hemos soltado.

– Me refiero a la investigación.

– Bueno, estamos empezando un poco de cero. Ahora pensamos que tal vez fue un robo.

– Pero usted dijo que no se llevaron el reloj.

– Es cierto, no se lo llevaron. Sin embargo, la investigación en Las Vegas no fue una total pérdida de tiempo. Allí descubrimos que su marido llevaba mucho dinero cuando aterrizó en Los Ángeles esa noche. Lo traía para blanquearlo a través de su compañía. Era mucho; más de un millón de dólares. Lo llevaba para…

– ¿Un millón de dólares?

Ése fue su segundo error. Para Bosch, el énfasis en la palabra millón y su sorpresa la delataron. Verónica tenía que saber que había mucho menos dinero en el maletín de Aliso. Bosch contempló mientras ella miraba al infinito; claramente la procesión iba por dentro. Harry esperaba que estuviera preguntándose dónde estaba el resto del dinero.

– -contestó él-. Verá, el hombre que le dio el dinero a su marido, el que al principio pensamos que era sospechoso, es un agente del FBI que se infiltró en la organización en la que trabajaba su marido. Por eso su coartada es tan sólida. Fue él quien nos dijo que su marido llevaba un millón de dólares. Ni siquiera cabía en el maletín, así que tuvo que meter una parte en la bolsa.

Bosch hizo una pausa, consciente de que ella estaba visualizando toda la historia. Sus ojos tenían esa mirada perdida que ya había visto en sus películas. Aunque en esa ocasión era auténtica. Todavía no había terminado la entrevista, pero ella ya estaba tramando algo. Harry lo notaba.

– ¿Estaba el dinero marcado por el FBI? -preguntó ella-. Quiero decir: ¿pueden localizarlo de alguna manera?

– No, desgraciadamente el agente no tuvo tiempo de marcarlo. Había demasiado dinero. Pero la transacción tuvo lugar en un despacho con una cámara de vídeo, así que no hay duda; Tony se marchó de Las Vegas con un millón de dólares. Para ser exactos… -Bosch hizo una pausa para abrir su maletín y consultar rápidamente una página de una carpeta-, un millón setenta y seis mil. Todo en efectivo.

Verónica bajó la mirada al asentir. Bosch la observó, pero su concentración se vio interrumpida cuando le pareció oír un ruido en la casa. De pronto se le ocurrió que tal vez hubiera alguien más con ella. No se lo habían preguntado.

– ¿Ha oído eso? -preguntó Bosch.

– ¿Qué?

– Me ha parecido oír algo. ¿Está usted sola?

– Sí.

– Parecía un golpe.

– ¿Quiere que eche un vistazo? -se ofreció Edgar.

– Oh, no… -intervino Verónica rápidamente-. Em… Habrá sido el gato.

Bosch no recordaba haber visto un gato la última vez que estuvieron allí. Miró rápidamente a Kiz, que hizo un gesto casi imperceptible para indicarle que ella tampoco lo recordaba. De todos modos, Harry decidió pasarlo por alto.

– Bueno, ahora ya sabe por qué hemos venido. Tenemos que hacerle unas preguntas. Puede que usted ya nos las haya contestado antes, pero, como le he dicho, estamos empezando de cero. No la entretendremos mucho, así podrá irse a los establos.

– Muy bien. Adelante.

– ¿Le importa si me tomo un vaso de agua antes de empezar?

– No, claro que no. Lo siento, debería habérselo ofrecido. ¿Alguien más quiere algo?

– Yo paso -dijo Edgar.

– No, gracias -contestó Rider.

Verónica Aliso se levantó y se dirigió al pasillo. Bosch le dio un poco de ventaja y después la siguió.

– Sí que nos ofreció algo, pero yo le dije que no -explicó Bosch a sus espaldas-. Pensaba que no tendría sed.

Bosch la siguió hasta la cocina, donde ella abrió un armario y sacó un vaso. Bosch miró a su alrededor. Era una cocina grande con electrodomésticos de acero inoxidable, encimeras de granito negro y una zona central con un fregadero.

– Del grifo ya me va bien -dijo, al tiempo que le cogía el vaso para llenarlo en el fregadero.

Bosch se apoyó en la encimera y bebió un sorbo de agua. Después vertió el resto y depositó el vaso junto a la pila.

– ¿No quiere más?

– No, sólo era para quitar las telarañas.

Él sonrió, pero ella no.

– Bueno, ¿volvemos al salón? -preguntó la señora Aliso.

Bosch la siguió y, justo antes de salir de la cocina, se volvió a mirar el suelo de baldosa gris. Sin embargo, no vio lo que esperaba.

Durante los siguientes quince minutos Bosch le hizo preguntas sobre cosas que ya habían discutido seis días antes y tenían poco que ver con la situación actual del caso. Eran los últimos toques al plan; la trampa estaba tendida y aquélla era su forma de retirarse discretamente. Cuando consideró que ya había dicho y preguntado bastante, Bosch cerró la libreta en la que había tomado unos apuntes que no volvería a leer, y se levantó. Harry le dio las gracias a Verónica Aliso por su paciencia y ésta acompañó a los tres detectives hasta la puerta. Cuando Bosch traspasó el umbral, ella lo detuvo. A Harry no le sorprendió; la viuda también tenía un papel que interpretar.

– Manténgame informada, detective Bosch. Se lo ruego.

Bosch se volvió para mirarla.

– Tranquila. Si pasa algo, usted será la primera en saberlo.

Bosch acercó a Edgar y Rider hasta su coche, sin hablar sobre la entrevista hasta después de aparcar.

– Bueno, ¿qué opináis? -preguntó Harry mientras sacaba el tabaco.

– Que el anzuelo está echado -contestó Edgar.

– -convino Rider-. La cosa se pone interesante.

– ¿Y el gato? -dijo Bosch después de encender un cigarrillo.

– ¿Qué? -preguntó Edgar.

– El ruido de la casa. Ella dijo que era el gato, pero en la cocina no había ningún cuenco con comida.

– A lo mejor están fuera -sugirió Edgar.

Bosch negó con la cabeza.

– La gente que tiene gatos en casa les da de comer dentro -explicó Bosch-. Aquí en la montaña no puedes dejarlos salir, por los coyotes. A mí personalmente no me gustan los gatos. Soy alérgico y siempre noto si hay uno cerca, así que no creo que sea cierto. Kiz, tú no viste ningún gato, ¿verdad?

– No, y eso que me pasé todo el lunes ahí dentro.

– ¿Crees que era el tío? -preguntó Edgar-. ¿El que lo planeó todo con ella?