Изменить стиль страницы

– Vaya, me alegro de que a ti no te quepa ninguna duda, pero tú no eres el fiscal ni el maldito jurado.

Bosch no respondió porque era inútil. Tenía que esperar a que se disipara la rabia de la teniente antes de poder hablar con tranquilidad.

– ¿Dónde está? -quiso saber Billets.

– En la sala tres -contestó Bosch.

– ¿Qué le habéis dicho al oficial de guardia?

– Nada, porque ocurrió al final del turno. Powers iba a recoger la bolsa de Aliso y luego a fichar, así que pudimos encerrarlo mientras estaban pasando lista para el siguiente turno y no había nadie por los pasillos. Yo aparqué su coche y dejé la llave en la oficina de guardia. Le dije al teniente que estaba de servicio que íbamos a usar a Powers para un pequeño registro porque necesitábamos a un agente de uniforme. Él me contestó que de acuerdo y supongo que se fue a casa. Que yo sepa, nadie sabe que lo tenemos ahí.

Billets reflexionó un instante. Cuando habló, parecía más tranquila; más como la persona que normalmente ocupaba el despacho acristalado.

– De acuerdo. Voy a pasarme por allí a buscar café, a ver si me preguntan por él. Cuando vuelva, quiero hablar de todo esto con detalle para ver qué tenemos.

Billets se dirigió lentamente hacia el pasillo al fondo de la oficina de detectives. Bosch la contempló mientras se alejaba y después marcó el número de la oficina de seguridad del Mirage. Tras dar su nombre a la persona que contestó, le dijo que tenía que hablar urgentemente con Hank Meyer.

Cuando el hombre mencionó que eran más de las doce, Bosch insistió en que era una emergencia y le aseguró que Meyer estaría dispuesto a hablar con él. Bosch le dio todos los números donde podría localizarlo, empezando con su teléfono de la comisaría, y colgó. Después volvió a repasar la documentación del caso.

– ¿Has dicho que está en la tres?

Bosch levantó la vista y asintió. Billets había vuelto con una taza de café humeante.

– Quiero echarle un vistazo.

Bosch la acompañó por el pasillo hasta llegar a las cuatro puertas que daban a las salas de interrogación. Las puertas número uno y dos estaban a la izquierda; la tres y la cuatro a la derecha, a pesar de que no había una sala número cuatro. Aquella puerta daba a un pequeño cubículo con una ventana de cristal que permitía observar la sala tres. Al otro lado del cristal había un espejo. Billets entró en la sala cuatro y vio a Powers sentado en una silla directamente enfrente del espejo, tieso como una vara. Tenía las manos esposadas a la espalda; todavía llevaba el uniforme, pero le habían quitado el cinturón. Powers miraba directamente su imagen en el espejo, lo cual producía un efecto un poco siniestro en la sala cuatro. Parecía que los estuviera mirando directamente a los ojos, como si no hubiera nada que los separase.

Billets miró a aquel hombre con la vista fija en ella.

– Ya sabes que hay mucho en juego -susurró.

– -contestó Bosch.

Los dos permanecieron un rato en silencio hasta que Edgar abrió la puerta para anunciar que Hank Meyer estaba al teléfono. Bosch regresó a la oficina y le pidió a Meyer lo que necesitaba. Meyer le contestó que estaba en casa y tendría que ir al hotel, pero que lo llamaría lo antes posible. Bosch le dio las gracias y colgó. Para entonces, Billets se había sentado en una de las sillas de la mesa de Homicidios.

– Vale -dijo-. Contadme exactamente qué ha pasado.

Bosch, que seguía siendo el responsable, se pasó los siguientes quince minutos narrando cómo había encontrado la bolsa de Tony Aliso, cómo le había tendido la trampa a Verónica y esperado en el bosque de Mulholland hasta que apareció Powers. Luego le dijo que la explicación que Powers les había dado no tenía ningún sentido.

– ¿Qué más ha dicho? -preguntó Billets al final.

– Nada. Jerry y Kiz lo metieron en la sala y ya está.

– ¿Y qué más tenéis?

– Para empezar, tenemos su huella en el interior de la puerta del maletero. También tenemos pruebas de su asociación con la viuda.

Billets arqueó las cejas, sorprendida.

– En eso estábamos trabajando cuando usted llegó. El domingo por la noche, al buscar el nombre de la víctima en el ordenador, a Jerry le salió una denuncia de robo. Alguien entró en la casa de Aliso en el mes de marzo. Jerry encontró el informe, pero no parecía guardar conexión con el caso; era un robo normal y corriente. Sin embargo, el agente que recibió la denuncia de la señora Aliso era Powers. Creemos que la relación comenzó con el robo; ahí es donde se conocieron. Después de eso, tenemos la lista de entradas y salidas de la garita del guardia. En la lista están anotadas las rondas que hizo la policía en Hidden Highlands con el número del coche patrulla. La lista muestra que el vehículo asignado a Powers había estado patrullando la urbanización dos o tres noches a la semana, las mismas que sabemos por sus tarjetas de crédito que Tony estaba fuera de la ciudad. Creemos que iba a verse con Verónica.

– ¿Qué más? -preguntó la teniente-. De momento sólo tenéis un montón de casualidades.

– Las casualidades no existen -dijo Bosch-. No como éstas.

– Continúa.

– Como le decía, la historia de Powers de por qué fue al bosque no tiene sentido. Bajó a buscar la bolsa de Aliso y la única forma de que supiera que valía la pena volver a por ella era a través de Verónica. Es él, teniente. Él es el asesino.

Billets meditó un momento. Bosch creía que sus argumentos comenzaban a convencerla, pero aún tenía otra carta en la manga.

– Hay otra cosa. ¿Recuerda nuestro problema con Verónica? No sabíamos cómo podía haber salido de Hidden Highlands sin que apareciera en la lista de entradas y salidas.

– Sí.

– Pues bien, la lista muestra que la noche del asesinato, el coche de Powers entró a patrullar en dos ocasiones. Las dos veces fue cosa de entrar y salir. La primera vez entró a las diez y salió a las diez y diez. La segunda entró a las once cuarenta y ocho y salió cuatro minutos más tarde. En la lista constaba como una patrulla de rutina.

– ¿Y qué?

– La primera vez entró y la recogió a ella. Verónica se ocultó en el suelo del asiento de atrás. Fuera estaba oscuro y el guarda sólo vio a Powers que volvía a salir. Los dos esperaron a Tony, se lo cargaron y después Powers la llevó a casa, lo cual explica la segunda entrada.

– Parece que encaja -opinó Billets, asintiendo con la cabeza-. ¿Cómo ves el asesinato en sí?

– Siempre habíamos pensado que tuvieron que hacerlo dos personas. Verónica sabía en qué vuelo llegaba Tony; eso les permitió calcular la hora. Powers la fue a buscar y los dos se plantaron en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland a esperar al Rolls blanco, que debió de pasar alrededor de las once. Powers siguió a Tony hasta la curva cerca del bosque, encendió las luces del coche patrulla y le indicó que se detuviera, como si se tratara de un control de la policía. Entonces le ordenó a Tony que saliera del coche y se dirigiera al maletero, que tal vez abrió Tony o tal vez Powers después de esposarlo. De cualquier forma, Powers descubrió entonces que tenía un problema: la bolsa y la caja de vídeos no le dejaban mucho espacio libre. Powers no tenía demasiado tiempo porque un coche podría aparecer por detrás y descubrirlos, así que cogió la bolsa y la caja y las arrojó colina abajo. Entonces le dijo a Tony que se metiera en el maletero. Tony quizá se negó y se resistió un poco. Total, que Powers lo roció con su Pepper Spray y lo metió en el maletero. Quizá Powers le quitó los zapatos en ese momento, para evitar que hiciera ruido ahí dentro.

– Aquí entra Verónica -prosiguió Rider-. La viuda condujo el Rolls mientras Powers la seguía en el coche patrulla. Los dos sabían adónde iban. Necesitaban un lugar donde el coche no pudiera ser hallado en varios días, a fin de que Powers tuviera tiempo de ir a Las Vegas, colocarle la pistola a Goshen y dejar un par de pistas más, como la llamada anónima a la Metro. La llamada e-a lo que iba a señalar a Luke Goshen como culpable, no las huellas dactilares. Eso fue un golpe de suerte para ellos. Bueno, me estoy adelantando. Decía que Verónica condujo el Rolls y Powers la siguió hasta el claro que da al Hollywood Bowl. Ella abrió el maletero y Powers hizo el trabajo sucio. O tal vez él le pegó un tiro y la obligó a ella a pegar el segundo. De esa manera eran cómplices de verdad, hermanos de sangre.