Изменить стиль страницы

Bosch volvió a poner las fotos en su sitio, avergonzado por su voyeurismo desconsiderado del dolor de aquella niña. Luego volvió a su mesa y llamó a su casa. Hacía más de veinticuatro horas que no había pasado por allí y esperaba que Eleanor Wish contestara -había dejado la llave debajo del felpudo- o que hubiera un mensaje de ella. Después de que sonara tres veces, oyó su propia voz en el contestador diciéndole que dejara un mensaje. Bosch marcó su código para consultar sus mensajes y la máquina le dijo que no había ninguno.

Harry se quedó un rato pensando en Eleanor, con el auricular todavía en la oreja. De pronto oyó su voz.

– Harry, ¿eres tú?

– ¿Eleanor?

– Estoy aquí.

– ¿Por qué no contestabas?

– Porque pensaba que era para ti.

– ¿Cuándo has llegado?

– Ayer por la noche. Te estaba esperando. Gracias por dejar la llave.

– De nada… Eleanor, ¿dónde has estado?

– En Las Vegas. Necesitaba mi coche… cerrar mi cuenta corriente, cosas así. ¿Dónde has estado tú toda la noche?

– Trabajando. Tenemos un nuevo sospechoso en la comisaría. ¿Pasaste por tu apartamento?

– No, no tenía por qué. Sólo hice lo que tenía que hacer y volví.

– Perdona por despertarte.

– No importa. Estaba preocupada por ti, pero no quería llamarte por si estabas liado con algo.

Bosch quería preguntarle qué iba a pasar entre ellos, pero estaba tan feliz de que ella estuviera en su casa que no se atrevió a estropearlo.

– No sé cuándo volveré a casa -dijo.

Bosch oyó abrirse y cerrarse las puertas del pasillo y unos pasos que se acercaban a la oficina de detectives.

– ¿Tienes que colgar? -preguntó Eleanor.

– Em…

Edgar y Rider entraron en la oficina. Rider llevaba una bolsa de pruebas de color marrón con algo muy pesado dentro. Edgar acarreaba una caja de cartón en la que alguien había escrito la palabra «Navidad» con rotulador grueso. Sonreía de oreja a oreja.

– -contestó Bosch-. Tengo que colgar.

– Vale. Hasta luego.

– ¿Estarás ahí?

– Aquí estaré.

– Vale, Eleanor. En cuanto pueda iré para allá.

Bosch colgó y miró a sus dos compañeros. Edgar seguía sonriendo.

– Te hemos traído tu regaló de Navidad, Harry -anunció Edgar-. Tenemos a Powers en esta caja.

– ¿Son las botas?

– No, no había botas; es aún mejor que las botas.

– Enséñamelo.

Edgar levantó la tapa de la caja y sacó un sobre de color marrón. Luego inclinó la caja para que Harry pudiera ver el interior. Bosch silbó, asombrado.

– Feliz Navidad -dijo Edgar.

– ¿Lo has contado? -preguntó Bosch, todavía hipnotizado por los fajos de billetes.

– Cada fajó lleva un número -explicó Rider-. Si los sumas hay un total de cuatrocientos ochenta mil dólares. O sea que está todo.

– No es un mal regaló, ¿eh, Harry? -comentó Edgar con entusiasmo.

– No. ¿Dónde estaba?

– En un altillo -contestó Edgar-. Uno de los últimos sitios donde miramos. Vi la caja en cuanto asomé la cabeza.

Bosch asintió.

– Vale. ¿Qué más?

– Encontramos esto debajo del colchón.

Edgar extrajo unas fotos del sobre marrón. Eran copias de diez por quince, cada una con la fecha impresa digitalmente en la esquina inferior izquierda. Bosch las puso sobre la mesa y las examinó con cuidado, cogiéndolas por las esquinas. Esperaba que Edgar también las hubiera tratado del mismo modo.

La primera foto era de Tony Alisó entrando en un coche, aparcado delante del Mirage. La segunda también era de la víctima caminando hacia la entrada del Dolly's. A continuación había una serie de fotos de Tony hablando con el hombre que Alisó conoció como Luke Goshen. Ésas estaban tomadas desde lejos y de noche, pero en la entrada del club había tantos rótulos de neón que estaba muy iluminada. Se veía claramente que eran Alisó y Goshen.

Luego había unas fotos del mismo sitió, pero la fecha de la esquina inferior era distinta. Las imágenes mostraban a una chica joven que salía del club y entraba en el coche de Alisó. Bosch la reconoció en seguida, era Layla. También había fotos de Tony y Layla juntó a la piscina del Mirage. En la última instantánea, el cuerpo bronceado de Tony se inclinaba sobre la tumbona de Layla para besarla en la boca.

Bosch miró a Edgar y Rider. Edgar seguía sonriendo, pero Rider no.

– Es tal como imaginábamos -comentó Edgar-. Powers siguió a Alisó hasta Las Vegas, lo cual demuestra que tenía la información para prepararlo todo. Él y la viuda. Los tenemos, Harry. Esto demuestra premeditación, alevosía, de todo. Los tenemos a los dos; de aquí van directos al patíbulo.

– Puede ser. -Bosch miró a Rider-. ¿Qué te pasa, Kiz?

Ella sacudió la cabeza.

– No lo sé, me parece todo demasiado fácil. El sitió estaba muy limpió. No había ni botas viejas ni señal alguna de que Verónica Alisó hubiera estado en ese lugar. Y después encontramos todo esto tan fácilmente que es como si quisieran que lo encontráramos. Quiero decir que si Powers se deshizo de las botas, ¿por qué iba a dejar las fotos bajó el colchón? Y comprendo que quisiera quedarse con la pasta, pero ponerla en el altillo me parece un poco tonto.

Ella señaló las fotos y el dinero con un gestó de despreció. Bosch asintió y se reclinó sobre la silla.

– Creó que tienes razón -convino-. Powers no es tan idiota.

Bosch pensó en lo parecida que era esa situación al hallazgo de la pis ola en casa de Goshen. Aquello también había resultado ser demasiado fácil.

– Creó que todo es una trampa, obra de Verónica -concluyó Bosch-. Powers sacó las fotos, se las dio a ella y le dijo que las destruyera. Sin embargo, ella no lo hizo sino que se las guardó por si acaso. Seguramente fue Verónica quien las colocó debajo de su cama y puso el dinero en el altillo. ¿Era fácil de acceder a él?

– -contestó Rider-. La trampilla tenía una escalera plegable.

– Espera un momento. ¿Por qué iba ella a tenderle una trampa? -preguntó Edgar.

– No creo que ésa fuera su intención inicial -repuso Bosch-. Debía de ser un plan de emergencia. Si las cosas comenzaban a ir mal, si nosotros nos acercábamos demasiado, Verónica le cargaba el muerto a Powers. Tal vez cuando lo envió a buscar la bolsa, ella se fue a su casa con las fotos y el dinero. ¿Quién sabe cuando se le ocurrió? Te aseguro que cuándo le contemos a Powers que hemos encontrado esto en su casa, los ojos se le saldrán de las órbitas. ¿Qué tienes ahí, Kiz? ¿La cámara?

Rider asintió y depositó la bolsa en la mesa.

– Una Nikon con teleobjetivo y el recibo de compra con la tarjeta de crédito.

Bosch asintió y se distrajo un segundo. Estaba pensando en cómo usar las fotos y el dinero con Powers. Aquélla era su oportunidad de obligarlo a hablar y tenía que hacerlo bien.

– Esperad, esperad -exclamó Edgar, con cara de confusión-. Aún no lo entiendo. ¿Quién dice que es una trampa? Quizás él guardaba el dinero y las fotos, y los dos iban a repartírselo cuando pasara un tiempo. ¿Por qué tiene que ser una traición de ella?

Bosch miró a Rider y luego a Edgar.

– Porque Kiz tiene razón. Es demasiado fácil.

– No si Powers pensaba que no teníamos ni idea. Si él creía que nadie sospechaba de él hasta el momento en que saltamos de detrás de los arbustos.

Bosch negó con la cabeza.

– No lo sé. Dudo que él se hubiera comportado conmigo como lo hizo ahí dentro si sabía que tenía todo eso en su casa. Yo creo que ha sido una trampa. Ella se lo está pasando todo a él. Si la interrogamos nos contará algún rollo de que el tío estaba obsesionado con ella. Tal vez, si es buena actriz, nos dirá que tuvo una aventura con Powers pero que en seguida cortó con él. Luego nos explicará que no la dejaba en paz y que mató a su marido porque quería tenerla toda para él.