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Powers firmó las dos hojas rápidamente. Bosch intentó no dejar traslucir su alegría al ver que el policía cometía semejante error. Se limitó a guardarse el bolígrafo en el bolsillo.

– Pon el brazo a la espalda.

– Venga, Bosch. Trátame como un ser humano. Si vamos a hablar, hablemos.

– Pon el brazo a la espalda.

Powers obedeció y soltó un suspiro de frustración. Bosch lo esposó de nuevo al respaldo de la silla y regresó a su asiento. Se aclaró la garganta mientras repasaba mentalmente los últimos detalles del caso. En aquel momento su misión era clara; tenía que hacer que Powers creyera que podía ganar, que podía salir de allí. Si lo creía, tal vez comenzaría a hablar. Y si comenzaba a hablar, Bosch pensaba que podía ganar la batalla.

– Vale -comenzó Bosch-. Te lo voy a poner fácil. Si logras convencerme de que nos hemos equivocado, saldrás de aquí antes de que amanezca.

– Eso es todo lo que quiero.

– Bueno, sabemos que tienes una relación con Verónica Aliso anterior a la muerte de su marido. Y también sabemos que lo seguiste a Las Vegas en un mínimo de dos ocasiones antes del asesinato.

Powers mantuvo los ojos fijos en la mesa, pero Bosch era capaz de leerlos como si fueran las agujas de un polígrafo. Al mencionar Las Vegas, Harry detectó un pequeño temblor en las pupilas de Powers.

– No hay duda -insistió Bosch-. Tenemos el registro del Mirage. Ahí fuiste torpe, Powers. Gracias a esa prueba podemos relacionarte con Tony Aliso en Las Vegas.

– Bueno, me gusta ir a Las Vegas. ¿Qué pasa? ¿Tony Aliso también estaba? Vaya, qué casualidad. Por lo que dicen, iba allí muy a menudo. ¿Qué más tenéis?

– Tenemos tu huella, la huella dactilar dentro del coche. Y el pasado domingo recargaste el Pepper Spray, pero no cumplimentaste un informe de empleo de fuerza para explicar por qué lo usaste.

– Se me disparó sin querer. No hice un informe de empleo de fuerza porque no la hubo. No tenéis nada. ¿Mis huellas? Claro que las tenéis, pero yo abrí el coche, gilipollas. Yo encontré el cadáver, ¿recuerdas? Esto es un chiste, tío. Creo que más me vale llamar a mi abogado y arriesgarme. Ningún fiscal va a haceros caso con esta mierda.

Bosch hizo caso omiso de sus provocaciones.

– Por último, tenemos tu pequeña expedición de esta noche. Tu explicación es absurda, Powers. Bajaste a buscar la bolsa de Aliso porque sabías que estaba allí y pensabas que había algo que tú y la viuda no habíais visto: medio millón de dólares. La única duda es si ella te avisó por teléfono o si tú estabas en la casa cuando pasamos a verla esta mañana.

Bosch se fijó en que las pupilas de Powers volvían a temblar, aunque sólo por un instante.

– Ya te he dicho que quiero a mi abogado.

– Supongo que eras el chico de los recados, ¿no? Verónica te envió a buscar el dinero mientras ella esperaba en la mansión.

Powers lanzó una carcajada forzada.

– Eso me ha gustado: «chico de los recados». Lástima que casi no conozca a esa señora, pero lo has intentado. Muy bueno, Bosch. Tú también me gustas, pero voy a decirte una cosa. -Powers se reclinó sobre la mesa y bajó la voz-. Si alguna vez te encuentro a solas por la calle, te voy a partir la cara.

Powers se incorporó y asintió. Bosch sonrió.

– ¿Sabes qué? Hasta ahora no estaba seguro, pero ahora sí. Lo hiciste tú, Powers. Tú eres el asesino. Y olvídate de la calle, porque no vas a volver a ver la luz del día. Así que dime, ¿de quién fue la idea? ¿Quién sacó el tema primero: tú o ella?

Powers bajó la mirada y sacudió la cabeza.

– Déjame ver si lo adivino -prosiguió Bosch-. Supongo que tú subiste a la mansión y viste todo lo que tenían, el dinero, los coches… Quizás habías oído hablar de Tony y empezaste por ahí… Estoy seguro de que fue idea tuya, Powers. Aunque tengo el presentimiento de que ella sabía que se te ocurriría. Es una tía lista; esperó a que se te ocurriera… -Bosch hizo una pausa-. ¿Y sabes qué? No tenemos ninguna prueba contra ella. Nada. La tía te manipuló perfectamente, hasta el final. Ella no irá a la cárcel mientras que tú -Bosch señaló a Powers con el dedo- vas a pagar por todo. ¿Es eso lo que quieres?

Powers se reclinó sobre la silla con una sonrisa de desconcierto.

– No lo entiendes, ¿verdad? -dijo Powers-. El chico de los recados eres tú. El problema es que no tienes nada que repartir. Con lo que me has dicho no puedes colgarme lo de Aliso. Yo encontré el cuerpo, tío, y abrí la puerta del maletero. Si visteis una huella, la dejé entonces. El resto es un montón de mierda que no significa nada. Si te presentas ante un fiscal con eso, se van a reír en tu cara. Así que tráeme el teléfono, chico de los recados. Anda, date prisa.

– Todavía no, Powers. Todavía no.

Bosch estaba sentado en su puesto de Homicidios con la cabeza sobre la mesa. Junto a un codo tenía una taza vacía de café y, al borde de la mesa, un cigarrillo que se había consumido por completo, dejando una nueva cicatriz en la vieja madera. Estaba solo. Eran casi las seis y un tímido rayo de sol comenzaba a asomar por las ventanas de la oficina, que estaban orientadas al norte. Harry había pasado más de cuatro horas con Powers, pero no había avanzado ni un ápice. Ni siquiera había hecho mella en su talante tranquilo. Estaba claro que el corpulento policía había ganado los primeros asaltos del combate.

Sin embargo, Bosch no dormía. Simplemente estaba descansando y esperando. Seguía concentrado en Powers. A Harry no le cabía ninguna duda; estaba seguro de que tenía al asesino esposado a esa silla. Las pocas pruebas que había conseguido apuntaban claramente al agente, pero lo que le convencía era su propia experiencia con criminales. Bosch estaba convencido de que un hombre inocente se habría asustado. Un hombre inocente no habría adoptado la actitud arrogante de Powers ni lo habría provocado de esa manera. Sólo restaba romper ese caparazón de arrogancia. Bosch estaba cansado, pero seguía animado a continuar. Lo único que le preocupaba era el tiempo; tenía el reloj en contra. Billets volvería al cabo de tres horas.

Bosch metió la colilla y las cenizas en la taza vacía y lo arrojó todo a la papelera que había debajo de la mesa. A continuación se puso en pie, encendió otro cigarrillo y dio un paseo por entre las mesas de la oficina de detectives. Quería despejarse un poco para estar listo para el siguiente asalto.

Bosch pensó en localizar a Edgar por el busca y preguntarle si él y Rider habían encontrado algo útil, pero decidió no hacerlo. Sabía que no podía perder tiempo. Además, de haber encontrado algo, ellos ya le habrían llamado.

De pie al fondo de la oficina y con estos pensamientos flotando en su cabeza, los ojos de Harry se posaron en la mesa de Delitos Sexuales. Al cabo de unos segundos se dio cuenta de que estaba mirando una Polaroid de la niña que había venido a la comisaría con su madre para denunciar que la habían violado. La foto era la primera de una pila que alguien había adjuntado a los informes sobre el caso. La detective Mary Cantu lo había dejado encima de todos sus papeles para mirárselo el lunes. Sin prestar atención, Bosch sacó la pila de fotos y comenzó a mirarlas. La niña había sido duramente maltratada. Para Bosch, los morados que había captado la cámara de Mary Cantu eran un testimonio deprimente de todo lo peor de aquella ciudad. A él siempre le había parecido más fácil tratar con víctimas muertas. Las vivas le afectaban profundamente porque nunca podían ser consoladas del todo. Siempre se quedaban con la pregunta de por qué.

A veces Bosch pensaba que Los Ángeles era un enorme desagüe donde iban a parar todas las miserias humanas. Era un lugar donde la gente buena parecía estar en minoría en comparación con la mala: los psicópatas, los tramposos, los violadores y los asesinos. Era un lugar que engendraba a alguien como Powers fácilmente. Demasiado fácilmente.