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Irving hizo una pausa. Aunque era un castigo más severo de lo que esperaba, Bosch permaneció impasible. Edgar, en cambio, no pudo contener un suspiro. En cuanto a la posibilidad de apelación que había mencionado Irving, ésta sólo existía sobre el papel. Las sanciones disciplinarias impuestas por el jefe en persona casi nunca se anulaban ya que eso supondría que tres capitanes del Comité de Derechos votaran en contra de su superior. Invalidar la decisión de un investigador de Asuntos Internos era una cosa, pero invalidar la decisión del jefe de policía era un suicidio político.

– De todos modos -prosiguió Irving-, el jefe deja en suspenso las sanciones a la espera de los próximos acontecimientos y evaluaciones.

Hubo un momento de silencio mientras los detectives intentaban comprender el significado de la última frase.

– ¿Qué quiere decir con «deja en suspenso»? -le inquirió Edgar.

– Pues que el jefe os está ofreciendo una oportunidad -explicó Irving-. Quiere ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos días. Todos vosotros deberéis presentaros mañana a trabajar y continuar como podáis con la investigación. Hemos hablado con la fiscalía y están dispuestos a acusar a Powers; nos traerán los papeles mañana a primera hora. Ya hemos corrido la voz y el jefe lo anunciará a la prensa dentro de un par de horas. Si tenemos suerte, atraparemos a ese tío antes de que encuentre a la mujer o haga más daño. Y si tenemos suerte, quizá vosotros también la tengáis.

– ¿Y Verónica Aliso? ¿No van a presentar cargos contra ella?

– Aún no. Primero tenemos que detener a Powers. Goff dice que sin él, la confesión grabada carece de valor. Goff no podrá emplearla contra ella sin que el propio Powers la presente en el estrado.

Bosch bajó la vista.

– O sea que sin él, ella se escapa.

– Eso parece.

Bosch asintió.

– ¿Qué va a decir el jefe? -le preguntó a Irving.

– Va a contar exactamente lo que ha pasado. Vosotros saldréis bien parados en algunas cosas y no tanto en otras. No va a ser un gran día para este departamento.

– ¿Y por eso nos van a caer dos meses? ¿Por ser portadores de malas noticias?

Irving tensó la mandíbula y lo taladró con la mirada.

– No pienso rebajarme a contestar eso. -Entonces el subdirector se dirigió a Rider y Edgar-: Vosotros dos ya os podéis retirar. Yo tengo que discutir otro asunto con el detective Bosch.

Al ver que se iban, Bosch se preparó para la reprimenda de Irving provocada por su último comentario. No estaba muy seguro de por qué lo había hecho, ya que sabía que suscitaría la ira del subdirector. No obstante, cuando Rider cerró la puerta de la oficina, Irving habló de otro asunto.

– Detective, quiero que sepa que ya he hablado con los federales y todo está solucionado.

– ¿Cómo es eso?

– Les dije que, tras los hechos de hoy, había quedado claro, clarísimo, que usted no tuvo nada que ver con la manipulación de pruebas. Les dije que el culpable era Powers y que íbamos a dar por terminado ese aspecto concreto de nuestra investigación interna.

– De acuerdo, jefe. Gracias.

Pensando que eso era todo, Bosch se dispuso a marcharse. -Detective, hay una cosa más.

Bosch se volvió hacia él.

– He discutido este asunto con el jefe de policía, y hay otro aspecto que le preocupa.

– ¿Cuál?

– La investigación iniciada por el detective Chastain reveló información sobre su asociación con una delincuente convicta. A mí también me preocupa. Me gustaría recibir algún tipo de garantía por su parte de que esto no va a seguir así. Y me gustaría darle esa garantía al jefe de policía.

Bosch se quedó unos momentos en silencio.

– No puedo dársela.

Irving miró al suelo. Los músculos de su mandíbula volvieron a tensarse.

– Me decepciona, detective Bosch -concluyó-. Este departamento ha hecho mucho por usted. Y yo también. Yo le he apoyado en algunos momentos difíciles. Usted nunca ha sido fácil, pero creo que tiene un talento que este departamento y esta ciudad necesitan. Supongo que por eso merece la pena tenerle con nosotros. ¿No querrá fallarme a mí y a otra gente de este departamento?

– No.

– Pues siga mi consejo y cumpla con su deber, hijo. Ya sabe cuál es. No le digo más.

– Sí, señor.

– Eso es todo.

Bosch vio un polvoriento Ford Escort con matrícula de Nevada aparcado delante de su casa. En el pequeño comedor, Eleanor Wish lo esperaba sentada con la lista de anuncios clasificados del Times del domingo. Tenía un cigarrillo encendido en el cenicero junto al periódico y un rotulador para marcar las ofertas de empleo. Cuando Harry lo vio, el corazón le dio un vuelco. Si ella estaba buscando trabajo, quería decir que tal vez iba a quedarse en Los Ángeles; a quedarse con él. Para redondearlo, toda la casa olía a deliciosa comida italiana.

Bosch se acercó a Eleanor, le puso la mano en el hombro y probó con un beso en la mejilla. Ella le acarició la mano. Al incorporarse, Harry se dio cuenta de que estaba buscando en la sección de apartamentos amueblados de Santa Mónica, no en la sección de empleos.

– ¿Qué estás preparando?

– Mis espaguetis con salsa. ¿Te acuerdas?

Bosch asintió, aunque no lo recordaba. Sus recuerdos de los días pasados con Eleanor cinco años antes se centraban en ella, en los momentos íntimos y en todo lo que sucedió más tarde.

– ¿Qué tal en Las Vegas? -preguntó Bosch, sólo por decir algo.

– Como siempre. Es un sitio que no se echa de menos. No me importaría nada no volver nunca más.

– ¿Estás buscando un piso por aquí?

– He pensado que valía la pena mirar.

Eleanor ya había vivido en Santa Mónica. Bosch recordó el dormitorio con balcón de su apartamento. Desde la barandilla se olía el mar y, si te asomabas un poco, se veía Ocean Park Boulevard. De todos modos, Bosch sabía que ella no podía permitirse un sitio así en las circunstancias en las que se hallaba, por lo que debía de estar buscando en la zona al este de Lincoln.

– Ya sabes que no hay prisa -le dijo-. Puedes quedarte aquí. Hay una buena vista, es tranquilo… ¿Por qué no…?, no sé, ¿por qué no te lo tomas con calma?

Ella lo miró, pero decidió no decir lo que iba a decir. Bosch se dio cuenta.

– ¿Quieres una cerveza? -preguntó Eleanor para cambiar de tema-. He comprado más. Están en la nevera.

Bosch asintió, dejándola escapar por el momento, y entró en la cocina. Al ver una olla a presión se preguntó si Eleanor la había comprado o se la había traído de Las Vegas. Abrió la nevera y sonrió. ¡Qué bien lo conocía! Había traído Henry Weinhard's en botella. Bosch sacó dos y se las llevó al comedor, donde abrió la de Eleanor y luego la suya. Los dos comenzaron a hablar a la vez.

– Tú primero -dijo ella.

– No, tú.

– ¿Seguro?

– Sí, ¿qué?

– Sólo iba a preguntarte cómo te han ido las cosas hoy.

– Ah. Bueno, bien y mal. Al final logramos que el tío confesara y acusara a la mujer.

– ¿A la mujer de Tony Aliso?

– Sí. Ella lo planeó todo desde el principio. Según él, claro. Lo de Las Vegas fue una pista falsa.

– Genial. ¿Cuál es la parte mala?

– Pues que resulta que el tío es un poli y…

– ¡Ostras!

– Espera; eso no es lo peor. Se nos ha escapado.

– ¿Se os ha escapado? ¿Qué quieres decir?

– Pues que se fugó de la mismísima comisaría. En la bota tenía escondida una pistola, una Raven pequeñita, y no la vimos al registrarlo. Edgar y yo lo llevamos al lavabo y, por el camino, debió de pisarse los cordones. A propósito, claro. Luego, cuando Edgar se dio cuenta y le dijo que se los atara, el tío sacó la Raven. Se escapó, salió al aparcamiento y se largó en un coche patrulla. Todavía llevaba el uniforme.

– ¡Joder! ¿Y aún no lo han encontrado?

– No, y ya hace ocho horas. Se ha esfumado.

– Bueno, ¿adónde puede ir en un coche patrulla y de uniforme?