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– Me voy a Las Vegas a buscar a Joey y creo que tú sabrás encontrarlo -anunció Bosch-. ¿Queréis ayudarme? Porque está claro que con la Metro no puedo contar.

– ¿Cómo estás tan seguro de que ella está allí?

– Porque envió una señal de auxilio. Qué, ¿os apuntáis o no?

– Sí. Te doy un número y llámanos cuando llegues.

Después de colgar, Bosch volvió al salón, donde Eleanor ya había apagado el vídeo.

– No puedo más. Es malísima. ¿Qué pasa?

– La vez que seguiste a Tony Aliso por Las Vegas dices que fue a un banco con su novia, ¿no?

– Sí.

– ¿A qué banco? ¿Dónde?

– Em… Creo que estaba en Flamingo, al este del Strip y al este de Paradise Road. No me acuerdo del nombre… Ah, creo que era el Silver State National. Sí, eso es, el Silver State.

– El Silver State en Flamingo, ¿estás segura?

– Sí.

– ¿Y parecía que estaba abriendo una cuenta?

– Sí, pero no lo sé seguro. Es lo malo de seguir a alguien sola. Al ser una sucursal muy pequeña, no pude quedarme mucho tiempo por ahí. Me pareció que ella estaba firmando los papeles y Tony sólo observaba, pero tuve que salir y esperar a que ellos terminaran. Acuérdate de que Tony me conocía. Si me veía, habría descubierto que yo lo estaba espiando.

– Vale, me voy. -¿Ahora?

– Ahora mismo. En cuanto haga unas llamadas.

Bosch volvió a la cocina y llamó a Grace Billets. Mientras le explicaba lo que había descubierto y le contaba lo que él creía que pasaba, puso en marcha la cafetera. Después de que la teniente le diera permiso para viajar, llamó a Edgar y Rider y quedó con ellos en la comisaría al cabo de una hora.

Con una taza de café en la mano, Bosch se apoyó en la encimera y reflexionó sobre la situación. Le pareció que había una contradicción. Si el capitán de la Metro era el topo de la organización en la policía, ¿por qué se había dado tanta prisa en detener a Goshen al comprobar las huellas dactilares que Bosch le había dado? Después de darle muchas vueltas, Bosch concluyó que Felton lo había visto como una oportunidad para librarse de Goshen. El capitán debió de pensar que su rango en los bajos fondos de Las Vegas subiría si Lucky desaparecía del mapa. Tal vez incluso había planeado el asesinato de Goshen para asegurarse de que Joey le debiera un favor. O bien Felton ignoraba que Goshen conocía sus actividades en la organización o bien planeaba deshacerse de él antes de que tuviera ocasión de contárselo a nadie.

Bosch bebió un sorbo de café hirviendo y apartó esos pensamientos de su mente. Entonces volvió al salón donde Eleanor seguía sentada en el sofá.

– ¿Te vas?

– Sí. Tengo que recoger a Jerry y Kiz.

– ¿Por qué esta noche?

– Porque tenemos que llegar antes de que el banco abra mañana por la mañana.

– ¿Crees que Verónica irá al banco?

– Es un presentimiento. Me parece que Joey al fin se ha dado cuenta de que si él no se cargó a Tony lo hizo otra persona cercana a él. Y esa persona ahora tiene su dinero. Joey conoce a Verónica desde hace años y se habrá imaginado que lo mató ella. Creo que envió a Felton para que lo comprobara, recuperara su dinero y se la cargara si ella era culpable. Pero Verónica debió de convencerle de que no lo hiciera. Seguramente mencionó que tenía dos millones de Joey en una caja de seguridad de Las Vegas. Creo que eso evitó que Felton la matase y por eso se la llevó consigo. Es muy posible que Verónica sólo viva hasta que consigan esa caja. Creo que ella le dio a Felton el último recibo de Aliso porque pensó que él lo canjearía y quizá nosotros lo estuviéramos esperando.

– ¿Qué te hace pensar que el dinero está en el banco que yo vi?

– Que sabemos lo que Tony tenía en Las Vegas, todas sus cuentas corrientes, y allí no está. Según Powers, Tony guardó el dinero en una caja de seguridad a la que Verónica no tendría acceso hasta que él muriera porque no tenía firma. Así que yo creo que está en Las Vegas; es el único sitio adonde había viajado en el último año. Y si un día llevó a su novia a abrir una cuenta, seguramente la llevó al mismo banco.

Eleanor asintió.

– Tiene gracia -comentó Bosch.

– ¿El qué?

– Que todo esto resulte ser un robo a un banco. La clave del caso no es el asesinato de Tony, sino el dinero que sisó y escondió. Un robo con un asesinato como efecto secundario. Y así es como nos conocimos tú y yo. En un robo a un banco.

Eleanor asintió y se quedó callada al recordarlo. Inmediatamente Bosch se arrepintió de haber sacado el tema.

– Perdona -se disculpó-. Supongo que no tiene tanta gracia. Eleanor lo miró desde el sofá.

– Voy contigo a Las Vegas -fue su respuesta.

VIII

La sucursal del Silver State National Bank donde Tony Aliso había llevado a su amante estaba en la esquina de un pequeño centro comercial, entre una tienda de electrodomésticos y un restaurante mexicano llamado La Fuentes. El lunes de madrugada, cuando llegaron los detectives del Departamento de Policía de Los Ángeles y los agentes del FBI, el aparcamiento estaba casi vacío. El banco no abría hasta las nueve y los otros negocios lo hacían a las diez.

Como los establecimientos estaban cerrados, a los agentes se les presentó el problema de dónde instalar sus puestos de vigilancia. Era demasiado obvio apostar cuatro coches del gobierno en el aparcamiento. Hubieran llamado demasiado la atención, ya que allí sólo había otros cinco vehículos: cuatro en los extremos y un viejo Cadillac en primera fila, enfrente del banco. Al Cadillac le faltaba la matrícula, tenía el parabrisas roto, las ventanas abiertas y el maletero cerrado con un candado y una cadena que habían pasado por uno de sus múltiples agujeros oxidados. Parecía tristemente abandonado por su dueño, quizás otra víctima de Las Vegas. El coche se había quedado clavado a pocos metros del banco, como alguien perdido en el desierto, que muere de sed a pocos metros de un oasis.

Tras realizar un reconocimiento de la zona, los federales decidieron usar el Cadillac como escondite. Abrieron el capó y colocaron a un agente con una camiseta grasienta haciendo ver que reparaba el viejo motor. El equipo de vigilancia lo completaban cuatro agentes ocultos en una furgoneta sin ventanas, que estacionaron junto al Cadillac. A las siete de esa mañana la habían llevado al taller de material del FBI, donde habían rotulado «Restaurante Mexicano La Fuentes» en letras rojas. La pintura todavía estaba secándose cuando se llevaron la furgoneta a las ocho de la mañana.

A las nueve, el aparcamiento comenzaba a llenarse, en su mayor parte con empleados de las tiendas y un par de clientes del Silver State que esperaban a que el banco abriera para realizar alguna operación urgente. Bosch lo observaba todo desde el asiento trasero de un coche federal; en el asiento de delante estaban Lindell y un agente llamado Baker. Habían aparcado en una gasolinera al otro lado de Flamingo Road, la calle del banco. Edgar y Rider se hallaban en otro coche federal un poco más arriba. Había otros dos vehículos más del FBI, uno parado y el otro dando vueltas por la zona. Estaba previsto que Lindell entrara en el aparcamiento en cuanto éste se llenara de coches, para no llamar la atención. El plan también incluía un helicóptero del FBI que estaba sobrevolando el centro comercial.

– Ahora abren -informó una voz por la radio del coche.

– Recibido, La Fuentes -contestó Lindell.

Los vehículos del FBI iban equipados con un pedal adicional y un micrófono en la visera. De esta forma el conductor sólo tenía que pisar el pedal y hablar, es decir, se ahorraba llevarse el micrófono a la boca, un movimiento que a menudo lo delataba. Bosch había oído que también la policía de Los Ángeles se había decidido a instalar esta tecnología en sus vehículos, pero que las unidades de narcóticos y equipos de vigilancia especializados tendrían prioridad.