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– Se deshizo del coche, lo hemos encontrado abandonado, y dudo mucho que, esté donde esté, siga llevando el uniforme. Por lo visto, el tío andaba metido en toda esa mierda de extrema derecha, de supremacía blanca y todo el rollo. Seguramente conoce gente que le conseguirá ropa sin hacer preguntas.

– Menudo policía.

– Sí, es curioso. Fue el tío que encontró el cadáver la semana pasada. Era su ronda y, como era policía, ni se me ocurrió que pudiera ser culpable. Ese día descubrí que era un gilipollas, pero sólo lo vi como el policía que había encontrado el cadáver. Él debía de saberlo. Lo calculó todo para que tuviéramos que darnos prisa para salir de ahí. El tío fue bastante listo.

– O la tía.

– Sí, es más probable que fuera ella. Pero bueno, me siento más, no lo sé, frustrado o decepcionado por no haberme fijado en él ese día que por dejarlo escapar hoy. Debería haberlo considerado; más de una vez el que encuentra el cadáver es el asesino. El uniforme me cegó.

Eleanor se levantó de la mesa y se acercó a Harry. Le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió.

– Lo cogerás. No te preocupes.

Bosch asintió y se besaron.

– ¿Qué ibas a decir antes? -preguntó ella-. Cuando los dos hablamos a la vez.

– Ah… Ya no me acuerdo.

– No debía de ser muy importante.

– Quería decirte que te quedaras aquí conmigo.

Ella apoyó la cabeza sobre el pecho de él, para que Bosch no pudiera verle los ojos.

– Harry…

– Sólo para ver cómo va. Siento… Es casi como si no hubiera pasado todo este tiempo. Quiero…, quiero estar contigo. Puedo cuidarte; aquí puedes sentirte segura y tomarte el tiempo que necesites para volver a empezar. Buscar un trabajo, hacer lo que quieras hacer.

Eleanor se separó de él para mirarlo a los ojos. En esos momentos lo único que Harry quería era conservarla cerca de él y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. La advertencia de Irving era lo que menos le preocupaba.

– Pero ha pasado mucho tiempo, Harry. No podemos tirarnos tan de cabeza.

Bosch asintió y bajó la mirada. Sabía que ella tenía razón, pero seguía trayéndole sin cuidado.

– Te quiero a ti, Harry -afirmó Eleanor-. A nadie más. Pero es mejor ir despacio para estar seguros. Los dos.

– Yo ya estoy seguro.

– Quizá sólo lo piensas.

– Santa Mónica está muy lejos de aquí.

Ella sonrió.

– Pues tendrás que quedarte a dormir cuando vengas a verme -dijo ella, y soltó una carcajada.

Harry asintió y se dieron un largo abrazo.

– ¿Sabías que me haces olvidar muchas cosas? -le susurró Bosch al oído.

– Tú también -contestó ella.

Mientras hacían el amor sonó el teléfono, pero la persona que llamó no dejó un mensaje en el contestador. Más tarde, cuando Bosch salió de la ducha, Eleanor le dijo que habían telefoneado otra vez pero tampoco habían dejado mensaje.

Finalmente, mientras Eleanor hervía el agua para la pasta, el teléfono sonó una tercera vez y Bosch lo cogió antes de que saltara el contestador.

– ¿Bosch?

– Sí, ¿quién es?

– Soy Roy Lindell. No sé si te acuerdas… Luke Goshen.

– Claro que me acuerdo. ¿Eras tú el que ha llamado antes?

– Sí, ¿por qué no lo cogías?

– Estaba ocupado. ¿Qué quieres?

– Conque fue esa zorra, ¿no?

– ¿Qué?

– La mujer de Tony.

– Sí.

– ¿Conocías a ese tal Powers?

– No. Sólo de vista.

Bosch no quería decirle nada que él no supiera. Lindell soltó un suspiro de aburrimiento.

– Sí, bueno, Tony me dijo una vez que le daba más miedo su mujer que Joey El Marcas.

– ¿Ah, sí? -preguntó Bosch, repentinamente interesado-. ¿Dijo eso? ¿Cuándo?

– No recuerdo. Lo soltó una vez, cuando estábamos charlando en el club. Recuerdo que acabábamos de cerrar, él estaba esperando a Layla y nos pusimos a hablar.

– Gracias por decírmelo, Lindell. ¿Qué más te contó?

– Te lo estoy diciendo ahora, ¿no? Además, antes no podía contártelo. Estaba metido en mi papel, tío, y mi personaje no podía decirle nada a la poli. Y después…, bueno, después pensé que habías intentado joderme y por eso no te conté nada.

– Pero ahora has cambiado de opinión.

– Sí. Mira, Bosch, la mayoría de los tíos no te habrían llamado. ¿Crees que alguien más del FBI va a admitir que la pifiamos contigo? Ni de coña. Pero me gusta tu estilo. Te apartan del caso y ¿qué haces?: te revuelves y atacas de nuevo. Y resulta que al final vas y lo resuelves. Hay que tener pelotas y mucho estilo. Eso me va.

– ¿Te va? Pues me alegro. ¿Qué más te dijo Tony Aliso sobre su mujer?

– No mucho, sólo que era más fría que un témpano. Me contó que lo tenía cogido por los huevos; que no podía sacarle el divorcio sin perder la mitad de su pasta y arriesgarse a que ella pululara por ahí sabiéndolo todo sobre su negocio y sus socios. Ya me entiendes.

– ¿Por qué no le pidió a Joey que se la cargara?

– Supongo que Joey la conocía y le tenía cariño. Fue Joey quien se la presentó a Tony hace años. Creo que Tony sabía que si se lo pedía a Joey, él le diría que no y al final ella se enteraría. Y si se lo pedía a otro, tendría que darle explicaciones a Joey. El Marcas tenía la última palabra en esas cosas y no habría querido que Tony contratara a un desconocido que pudiese poner en peligro la operación de blanqueo.

– ¿Crees que ella conocía mucho a Joey? ¿Que ahora podría estar con él?

– Ni en broma. Ella ha matado a la gallina de los huevos de oro. Tony representaba dinero limpio y, para Joey, el dinero tiene prioridad.

Bosch y Lindell permanecieron unos segundos en silencio.

– ¿Y ahora qué vas a hacer? -preguntó finalmente Bosch.

– ¿Te refieres a mi caso? Pues esta misma noche vuelvo a Las Vegas y mañana por la mañana voy a testificar ante el jurado de acusación. Supongo que me pasaré con ellos un par de semanas como mínimo. Tengo una historia bastante buena que contarles. Si todo va bien, para Navidad tendremos a Joey y su gente en el bote.

– Espero que lleves guardaespaldas.

– Sí, claro. No estoy solo.

– Bueno, buena suerte, Lindell. Tonterías aparte, a mí también me gusta tu estilo. Una cosa. ¿Por qué me contaste lo de los de Samoa? Eso no encajaba con tu personaje.

– Tuve que hacerlo, Bosch. Me asustaste.

– ¿De verdad creíste que te mataría?

– No estaba seguro, pero eso no me preocupaba. Tenía a gente vigilando que tú no conocías, pero sí sabía que se la cargarían a ella. Y soy un agente, tío. Era mi deber intentar evitarlo. Por eso te lo conté. Me sorprendió que no me descubrieras en ese momento.

– Ni se me ocurrió. Lo hacías muy bien.

– Bueno, engañé a quien tenía que engañar. Ya nos veremos, Bosch.

– Sí, seguro. ¿Lindell?

– ¿Qué?

– ¿Sabía Joey El Marcas que Tony Aliso le robaba dinero?

Lindell se rió.

– Nunca te rindes, ¿verdad, Bosch?

– No.

– Bueno, esa información es parte de la investigación y no puedo hablar sobre ella. Oficialmente.

– ¿Y oficiosamente?

– Yo no te he dicho nada, ¿vale? Pero la respuesta a tu pregunta es que Joey pensaba que todo el mundo le robaba. No confiaba en nadie. Cada vez que me ponían un micrófono, yo sudaba la gota gorda, porque nunca sabías cuándo te iba a poner la mano en el pecho. Yo llevaba con él más de un año y todavía me lo hacía de vez en cuando. Tenía que llevar el micrófono en el sobaco. ¿Has intentado despegarte cinta adhesiva del sobaco? Duele un huevo.

– ¿Y Tony?

– A eso iba. Sí, Joey creía que Tony le robaba y yo también. Tienes que comprender que un poco estaba permitido. Joey sabía que todo el mundo tenía que sacarse un dinerillo extra para ser feliz, pero tal vez pensaba que Tony estaba llevándose más de lo que le tocaba. Si es así, nunca me lo dijo. Lo único que sé es que lo hizo seguir un par de veces a Los Ángeles y consiguió un contacto en el banco de Tony en Beverly Hills. Esta persona le pasaba los saldos mensuales de Tony.