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Entonces llegó el lunes. Poco después de terminar mi sesión telefónica confesional con Matthew Sims, sonó el teléfono. Era mi abogado, Walter Dickerson. Hablaba con una voz plana, con apenas un rastro de aspereza que insinuaba una infancia más bien poco acomodada y un estilo brusco en el litigio.

– Voy a ser sincero con usted, David -dijo-. Por razones que sólo ella conoce, su ex esposa ha decidido utilizar todas sus armas en este asunto, a pesar de que su propio abogado ha reconocido que cree que con lo de la orden de alejamiento ha ido demasiado lejos, teniendo en cuenta que no hay ningún antecedente de violencia doméstica, y también que, a excepción de un fin de semana, siempre ha sido cumplidor con sus visitas a Caitlin. Pero por mucho que Henry se lo explique a su esposa, ella está decidida a castigarle, lo que significa que tenemos entre manos lo que en nuestro oficio se conoce como una situación. Y se resume así: según mi experiencia, cuando alguien está tan enfadado, se pondrá aún más furioso si se intenta oponer resistencia a su voluntad. En otras palabras, podríamos acudir a los tribunales y alegar todo el rollo de que usted perdió los nervios con aquel tipo que estaba intentando destruir su carrera, pero que no le hizo ningún daño…, por lo tanto, ¿cómo podría representar un peligro para su ex esposa y su hija? Pero tenga clara una cosa: si lo hacemos, ella volverá al ataque con toda clase de acusaciones contra usted, desde ritos satánicos a tener muñecas vudú debajo de la cama…

– No está tan loca.

– Puede que no, pero está enfadadísima con usted. Si alimentamos su rabia, es usted quien lo pagará, tanto económica como emocionalmente. En fin, eso es lo que he hablado con McHenry, y aunque puede que no, sea ideal, es mejor que nada. Cree que puede convencer a su ex esposa para que en principio le permita una llamada diaria a Caitlin.

– ¿Sólo eso?

– Teniendo en cuenta que ella desea negarle totalmente el contacto, lograr que consienta una llamada diaria sería un paso adelante.

– Pero ¿algún día volveré a ver a mi hija?

– De eso no tengo ninguna duda, pero puede que lleve un par de meses…

– Un par de meses. Por favor, señor Dickerson…

– No obro milagros, David. Y tengo que escuchar lo que dice el abogado de la otra parte acerca de las intenciones de su cliente. Y lo que me está diciendo es que, ahora mismo, una llamada diaria con su hija entra en la categoría de «maná caído del cielo». Como le he dicho, está la opción de litigar, pero eso le costará como mínimo veinticinco mil, y además generará mucha publicidad. Por lo que me ha dicho Alison, y por lo que he leído en los periódicos últimamente, lo último que necesita usted es publicidad.

– De acuerdo, de acuerdo, consígame la llamada diaria.

– Es una decisión sabia -dijo Dickerson, y añadió-: Volveré a llamarle en cuanto la otra parte me dé una respuesta. Por cierto, soy un gran fan de Te vendo.

– Gracias -dije, sin mucho ánimo.

Sandy Meyer también me llamó el lunes, para informarme de que los doscientos cincuenta mil dólares que debía a Hacienda tenían que pagarse al cabo de tres semanas, y que estaba un poco preocupado por mi liquidez.

– Lo he comprobado con el Bank of America, y tienes unos veintiocho mil en la cuenta, lo que podría cubrir dos meses de pensión y gastos de tu hija. Pero después…

– Ya sabes que todo mi dinero está invertido con Bobby Barra.

– He examinado su último estado de cuentas, relativo a los últimos cuatro meses. Te ha hecho ganar bastante dinero, porque tu saldo de hace dos meses era de 533.245 dólares. El problema, David, es que no tienes otro dinero disponible, aparte del invertido en tu cartera.

– Se suponía que debía ganar dos millones de dólares este año, antes de que se me cayera el mundo encima. Ahora… ahora no voy a ingresar nada. Y ya sabes adonde han ido a parar mis grandes ganancias del primer año.

– Lo sé, a tu ex esposa y a Hacienda.

– Dios les bendiga.

– Pues parece que tendrás que liquidar la mitad de tu cartera para afrontar el pago de Hacienda. Alison también mencionó que la FRT y la Warner quieren cobrar medio millón de los derechos de autor. Si esas exigencias se hacen realidad…

– Lo sé, la suma no sale. Pero espero que Alison pueda negociar una reducción de esa cifra a la mitad.

– Lo que significa que tu cartera de inversiones quedará a cero. ¿Vas a tener algún ingreso?

– No.

– Entonces ¿cómo vas a pagar los once mil al mes de Lucy y Caitlin?

– ¿Lustrando zapatos?

– Seguro que Alison puede encontrar algún trabajo para ti.

– ¿Es que no te has enterado? Se supone que he cometido plagio. Nadie contrata a plagiarios.

– ¿No tienes ningún otro bien que yo no sepa?

– Sólo el coche.

Le oí revolver papeles.

– Es un Porsche, ¿verdad? Ahora debe de valer unos cuarenta mil dólares.

– Creo que sí.

– Véndelo.

– ¿Con qué voy a moverme?

– Con algo mucho más barato que un Porsche. Mientras, esperemos que Alison consiga hacer entrar en razón a la FRT y a la Warner. Porque, si deciden exigirte toda la cantidad, estamos jodidos.

– Ah, sí.

– Esperemos que no tengamos que llegar a ese extremo. Vayamos por pasos: según su secretaria, Bobby Barra estará de vuelta el fin de semana. Le he dejado un mensaje urgente para que me llame. Tú deberías hacer lo mismo. Para cuando vuelva, nos quedarán sólo diecisiete días para pagar a Hacienda, y se necesita tiempo para vender media cartera. Así que…

– Perseguiré a ese cabrón.

Al día siguiente, no pude evitar hablar de mis problemas económicos con Matthew Sims. Y él no pudo evitar preguntarme cómo me sentía.

– Estoy muerto de miedo -dije.

– De acuerdo -contestó-. Pongámonos en el peor de los casos posibles. Lo pierde todo. Se declara en bancarrota. Su cuenta bancària está a cero. ¿Entonces qué? ¿Cree que no volverá a trabajar?

– Claro que trabajaré, en un empleo en el que tenga que decir cosas como: «¿Quiere unas patatas con el batido?».

– Vamos, David, usted es un hombre muy inteligente…

– Pero también soy un hombre considerado persona non grata en Hollywood.

– Puede que por un tiempo.

– Puede que para siempre. Y eso es lo que me aterroriza. Que no pueda volver a escribir nunca más.

– Por supuesto que volverá a escribir.

– Sí, pero nadie lo comprará. Y, como el noventa por ciento de los autores, exceptuando a J. D. Salinger, vivo para un público: lectores, espectadores, lo que sea. Escribir es lo que sé hacer. Fui un marido desastroso, soy un padre mediocre, pero cuando se trata de palabras soy excelente. Me pasé catorce largos años intentando convencer al mundo de que era un buen escritor. ¿Y sabe qué? Al final los convencí. De hecho, llegué mucho más lejos de lo que jamás había soñado. Y ahora me lo han arrebatado todo.

– Del mismo modo que su ex esposa quiere arrebatarle a Caitlin, quiere decir.

– Está haciendo todo lo que puede.

– Pero ¿realmente cree que logrará que no vuelva a ver a su hija?

Y por quinta, o tal vez sexta vez seguida, nuestra sesión terminó conmigo diciendo:

– No lo sé.

Aquella noche dormí mal. Me desperté por la mañana con la sensación de mal augurio aguzada. Entonces me llamó Alison, y parecía un poco tensa.

– ¿Has leído el periódico esta mañana?

– Dejé de leer el periódico cuando vine aquí. ¿Qué pasa ahora?

– Muy bien, hay buenas y malas noticias. ¿Qué quieres oír primero?

– Las malas, por supuesto. Pero ¿cómo son de malas?

– Depende.

– ¿De qué?

– De lo apegado que estés al Emmy.

– ¿Esos hijos de puta quieren que lo devuelva?

– Ni más ni menos. Como aparece en Los Angeles Times de la mañana, la Academia Americana de las Artes y las Ciencias Televisivas ha aprobado una moción para retirarte el premio, debido…

– Ya me imagino el porqué.