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– Vale. ¿Y?

– Su competidor más cercano era una empresa mayorista sueca que se llama Vitavara AB y que vende inodoros auténticamente suecos a mil setecientas coronas cada uno. Así que los compradores inteligentes de las empresas municipales de construcción empezaron a rascarse la cabeza y a preguntarse por qué estaban pagando mil setecientas coronas por un inodoro cuando por quinientas podían traerles de Tailandia uno igual.

– ¿Tal vez porque era de mejor calidad? -preguntó Lottie Karim.

– No. La misma.

– Tailandia -dijo Christer Malm-. Eso huele a trabajo infantil y cosas por el estilo. Lo que explicaría el bajo precio.

– No -contestó Henry Cortez-. En Tailandia el trabajo infantil existe sobre todo en la industria textil y en la de los souvenirs. Y en el comercio sexual de los pedófilos, por supuesto. Esto es una industria seria. La ONU controla el trabajo infantil y yo he controlado a la empresa. Se han portado bien. Es una empresa grande, moderna y muy respetada en el ramo de los sanitarios.

– Vale… pero estamos hablando de países con bajos salarios, lo cual significa que corres el riesgo de escribir un artículo que abogue por que la industria sueca sea aniquilada por la industria tailandesa. Despide a los trabajadores suecos, cierra las fábricas de aquí y empieza a importar de Tailandia. Me temo que los sindicatos no te van a dar ninguna medalla…

Una sonrisa se dibujó en los labios de Henry Cortez. Se echó hacia atrás y puso una cara de desvergonzada chulería.

– Pues no -contestó-. Adivina dónde fabrica Vitavara AB esos inodoros por los que pagas mil setecientas coronas.

Se hizo el silencio en la redacción.

– En Vietnam -dijo Henry Cortez.

– No puede ser -respondió la redactora jefe Malin Eriksson.

– Sí, querida -terció Henry-. Llevan por lo menos diez años haciendo inodoros en régimen de subcontratación. A los trabajadores suecos los despidieron en los años noventa.

– Joder.

– Pero ahora viene lo mejor. Si los importáramos directamente de la fábrica de Vietnam, el precio rondaría las trescientas noventa coronas. Adivina cómo se explica la diferencia de precio entre Tailandia y Vietnam.

– No me digas que…

Henry Cortez asintió. Su sonrisa ya era más ancha que su cara.

– Vitavara AB le encarga el trabajo a algo que se llama Fong Soo Industries. Figura en la lista de la ONU sobre las empresas que emplean mano de obra infantil; o eso es, al menos, lo que dice una investigación que se realizó en el año 2001. Pero la gran mayoría de los trabajadores son prisioneros.

Malin Eriksson sonrió.

– Esto es bueno -dijo-. Esto es muy bueno. ¿Tú qué quieres ser de mayor? ¿Periodista? ¿Cuándo podrías tener el artículo?

– En dos semanas. Tengo que comprobar algunas cosas sobre comercio internacional. Y luego necesitamos al malo de la película, de modo que debo averiguar quiénes son los propietarios de Vitavara AB.

– Entonces, ¿lo podríamos incluir en el número de junio? -preguntó Malin esperanzada.

– No problem.

El inspector Jan Bublanski observó con una mirada inexpresiva al fiscal Richard Ekström. La reunión duraba ya cuarenta minutos y Bublanski sintió un intenso deseo de alargar la mano y coger ese ejemplar de la Ley del Reino de Suecia que estaba sobre la mesa de Ekström y darle un golpe en la cabeza con él. Se preguntó tranquilamente qué ocurriría si lo hiciera. Sin duda provocaría grandes titulares en los periódicos vespertinos y lo más probable es que lo procesaran por malos tratos. Se quitó la idea de la cabeza: el sentido de ser un hombre civilizado era, precisamente, no ceder a ese tipo de impulsos, con independencia de lo provocador que resultara el comportamiento del otro. Además, por lo general, era cuando alguien había cedido a esos impulsos cuando avisaban al inspector Bublanski.

– Bueno -dijo Ekström-. Entiendo que estamos de acuerdo.

– No, no estamos de acuerdo -contestó Bublanski para, acto seguido, levantarse-. Pero tú eres el instructor del sumario.

Iba mascullando algunas palabras cuando enfiló el pasillo que conducía a su despacho y llamó a los inspectores Curt Svensson y Sonja Modig, quienes constituían todo el personal con el que contaba esa tarde. Jerker Holmberg había decidido cogerse, muy intempestivamente, dos semanas de vacaciones.

– A mi despacho -dijo Bublanski-. Llevaos café.

Una vez sentados, Bublanski abrió su cuaderno, que tenía unas notas tomadas en la reunión con Ekström.

– La situación en la que nos encontramos ahora mismo es que nuestro instructor del sumario ha sobreseído todos los cargos contra Lisbeth Salander respecto a los asesinatos por los que se emitió la orden de busca y captura. Así que, por lo que a nosotros concierne, ella ya no forma parte de la investigación.

– Bueno, supongo que, a pesar de todo, eso habrá que considerarlo como un avance -dijo Sonja Modig.

Curt Svensson, fiel a su costumbre, no dijo nada.

– No estoy tan seguro -respondió Bublanski-. Salander sigue siendo sospechosa de graves delitos en Stallarholmen y Gosseberga. Pero eso ya no forma parte de nuestra investigación. Nosotros debemos concentrarnos en encontrar a Niedermann e investigar el tema del cementerio del bosque de Nykvarn.

– De acuerdo.

– Pero ya está claro que Ekström dictará auto de procesamiento contra Lisbeth Salander. El caso se ha trasladado a Estocolmo y se ha abierto una investigación independiente.

– ¿Ah, sí?

– Y adivina quién va a investigar a Salander.

– Me temo lo peor.

– Hans Faste se ha reincorporado al trabajo. Será él quien colabore con Ekström en la investigación sobre Salander.

– ¡Joder, pero eso es una locura! Faste es la persona más inapropiada del mundo para investigar a Salander.

– Ya lo sé. Pero Ekström tiene un buen argumento. Faste ha estado de baja desde… bueno, desde el colapso que sufrió en abril, y necesita concentrar sus esfuerzos en un caso sencillo.

Silencio.

– Así que esta misma tarde debemos entregarle a Faste todo el material que tenemos sobre Salander.

– ¿Y esa historia sobre Gunnar Björck y la Säpo y el informe de 1991…?

– La llevarán Faste y Ekström.

– Eso no me gusta nada -dijo Sonja Modig.

– A mí tampoco. Pero Ekström es el jefe y cuenta con el apoyo de las altas esferas. En otras palabras: nuestra misión sigue siendo encontrar al asesino. Curt, ¿cómo vamos?

Curt Svensson negó con la cabeza.

– Niedermann sigue desaparecido. Es como si se lo hubiese tragado la tierra. Tengo que reconocer que durante todos los años que llevo en el cuerpo jamás he visto un caso parecido; no hay ni un solo confidente que lo conozca ni que sepa nada sobre su posible paradero.

– ¡Qué raro! -exclamó Sonja Modig-. En fin, de todas maneras, si lo he entendido bien, se le busca por el asesinato de un policía en Gosseberga, por un delito de lesiones graves a otro agente, por el intento de asesinato de Lisbeth Salander y por el secuestro y maltrato de la auxiliar dental Anita Kaspersson, así como por los asesinatos de Dag Svensson y de Mia Bergman. En todos los casos, las pruebas forenses son más que concluyentes.

– No está nada mal para empezar… ¿Cómo va la investigación sobre el experto financiero de Svavelsjö MC?

– Viktor Göransson y su pareja, Lena Nygren. Las pruebas forenses con las que contamos vinculan a Niedermann con el lugar. Sus huellas dactilares y su ADN se hallan sobre el cuerpo de Göransson; debió de desollarse los nudillos de lo lindo.

– Vale. ¿Algo nuevo sobre Svavelsjö MC?

– Sonny Nieminen ha asumido el cargo de jefe mientras Magge Lundin está detenido en espera de juicio por el secuestro de Miriam Wu. Se rumorea que Nieminen ha prometido una gran recompensa para el que le sople dónde se esconde Niedermann.

– Lo que todavía hace más raro que aún no se haya dado con él. ¿Qué hay del coche de Göransson?