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– No aceptaré bajo ninguna circunstancia que me hagas una entrevista, y no voy a hablar de mi paciente.

– Me parece muy bien -dijo Mikael.

Al final, Anders Jonasson hizo un breve gesto de cabeza en señal de aprobación y acompañó a Mikael Blomkvist al café en cuestión.

– ¿De qué se trata? -preguntó Jonasson en un tono neutro cuando les sirvieron los cafés-. Te escucho pero no pienso comentar nada.

– Tienes miedo de que te cite o te deje en evidencia en algún artículo… Permíteme que, ya desde el principio, te deje muy claro que eso no sucederá nunca. Por lo que a mí respecta, esta conversación nunca ha tenido lugar.

– De acuerdo.

– Quiero pedirte un favor. Pero antes de hacerlo debo explicarte exactamente por qué, para que puedas considerar si te parece aceptable desde un punto de vista moral.

– No me gusta el cariz que está tomando esta conversación.

– Sólo te pido que me escuches. Como médico de Lisbeth Salander, tu trabajo consiste en velar por su salud física y mental. Como amigo de Lisbeth Salander, mi trabajo consiste en hacer lo mismo. No soy médico y, por lo tanto, no puedo hurgar en su cabeza para sacarle balas ni nada por el estilo, pero tengo otras aptitudes que son igual de importantes, si no más, para su bienestar.

– Vale.

– Soy periodista y he averiguado la verdad de lo que le ocurrió.

– De acuerdo.

– Puedo contarte a grandes rasgos de qué va para que te hagas tu propia idea.

– Bien.

– Tal vez debería empezar comunicándote que Annika Giannini es la abogada de Lisbeth Salander. Ya la conoces.

Anders Jonasson asintió.

– Annika es mi hermana y soy yo quien le paga para que defienda a Lisbeth Salander.

– ¿Ah, sí?

– Que es mi hermana lo puedes comprobar en el registro civil. El favor que te voy a pedir no puedo pedírselo a ella. Annika no habla de Lisbeth conmigo: ella también se acoge al secreto profesional y, además, se rige por un reglamento completamente distinto al mío.

– Mmm.

– Supongo que has leído la historia de Lisbeth en los periódicos.

Jonasson hizo un gesto afirmativo.

– La han descrito como una asesina en masa lesbiana, psicótica y enferma mental. Tonterías. Lisbeth Salander no es ninguna psicótica y sin duda está tan cuerda como tú o como yo. Y sus preferencias sexuales no son asunto de nadie.

– Si lo he entendido bien, creo que se han reconsiderado los hechos. Ahora parece ser que se relaciona a ese alemán con los crímenes.

– Lo cual es totalmente correcto. Ronald Niedermann es culpable; no es más que un asesino sin ningún tipo de escrúpulos. Pero Lisbeth tiene enemigos muy malos. Pero malos malos de verdad. Algunos de esos enemigos se encuentran dentro de la policía sueca de seguridad.

Anders Jonasson arqueó las cejas, escéptico.

– Cuando Lisbeth tenía doce años la encerraron en una clínica psiquiátrica de Uppsala porque había tropezado con un secreto que la Säpo quería mantener oculto a cualquier precio. Su padre, Alexander Zalachenko, el mismo que acaba de ser asesinado en tu hospital, es un espía ruso que desertó, una reliquia de la guerra fría. Tambien era un maltratador de mujeres que, año tras año, maltrató a la madre de Lisbeth. Lisbeth le devolvió el golpe cuando tenía doce años e intentó matar a Zalachenko con una bomba incendiaria de gasolina. Fue por eso por lo que la encerraron en la clínica.

– ¿Y dónde está el problema? Si intentó matar a su padre, tal vez no faltaran razones para que la ingresaran y recibiera tratamiento psiquiátrico.

– Mi historia, la que voy a publicar, es que la Säpo sabía lo que había estado ocurriendo pero optaron por proteger a Zalachenko porque él era una importante fuente de información. De manera que se inventaron un falso diagnóstico y se aseguraron de que Lisbeth fuera recluida.

Anders Jonasson puso una cara tan escéptica que Mikael no pudo reprimir una sonrisa.

– Tengo pruebas de todo lo que te estoy contando. Y voy a publicar un extenso reportaje para cuando se celebre el juicio de Lisbeth. Créeme: se va a armar la de Dios.

– Me lo imagino.

– Voy a poner en evidencia y atacar duramente a dos médicos que han hecho de chico de los recados para la Säpo y que colaboraron para encerrar a Lisbeth en el manicomio. Los voy a denunciar y seré implacable con ellos. Uno de esos médicos es una persona muy conocida y respetada. Pero, en fin, ya tengo toda la documentación que necesito.

– Lo entiendo. Sería una vergüenza para todo el cuerpo que un médico hubiera estado implicado en algo así.

– No, yo no creo en la culpa colectiva. Es una vergüenza para los implicados. Eso mismo se puede aplicar a la Säpo. No me cabe duda de que hay buena gente trabajando para la Säpo. Pero esto va de un grupo de sectarios. Cuando Lisbeth tenía dieciocho años intentaron encerrarla de nuevo. Esta vez fracasaron, pero fue sometida a tutela administrativa. En el juicio volverán a intentar echar toda la mierda que puedan sobre ella. Yo voy a… o mejor dicho, mi hermana va a luchar para que Lisbeth sea absuelta y se anule su declaración de incapacidad.

– Me parece bien.

– Pero necesita munición. En fin, ya conoces las reglas de este juego. Tal vez debería mencionar también que en esta batalla hay unos cuantos policías que están de su parte. Pero no el fiscal que instruye el caso contra ella.

– Ya.

– Lisbeth necesita ayuda en el juicio.

– De acuerdo, pero yo no soy abogado.

– No. Pero eres médico y tienes acceso a Lisbeth.

Los ojos de Anders Jonasson se entornaron.

– Lo que quiero pedirte es algo no ético y es posible que incluso se vea como una violación de la ley.

– Vaya.

– Pero es lo correcto desde un punto de vista moral. Los derechos de Lisbeth están siendo conscientemente vulnerados por las personas que deberían protegerla.

– ¿Ah, sí?

– Puedo ponerte un ejemplo. Como ya sabes, Lisbeth tiene prohibidas las visitas y no puede leer los periódicos ni comunicarse con el exterior. Además, el fiscal también ha conseguido que se imponga a su abogada la obligación de guardar silencio. Annika está respetando el reglamento estoicamente. En cambio, ese mismo fiscal es la principal fuente de filtración de los periodistas que siguen publicando mierda sobre Lisbeth Salander.

– ¿De veras?

– Esta historia, sin ir más lejos -Mikael le enseñó uno de los periódicos vespertinos de la semana anterior-. Una fuente de dentro del equipo de investigación afirma que Lisbeth está trastornada, lo que se traduce en que se están creando toda una serie de especulaciones sobre su estado mental.

– He leído el artículo. No dice más que tonterías.

– Entonces, ¿no piensas que Salander esté loca?

– Ahí no me puedo pronunciar. En cambio, sí sé que no se le ha hecho ningún tipo de evaluación psiquiátrica. Así que el artículo es una chorrada.

– Vale. Pero yo puedo documentar que es un policía que se llama Hans Faste y que trabaja para el fiscal Ekström el que ha filtrado esas informaciones.

– Vaya.

– Ekström va a solicitar que el juicio se celebre a puerta cerrada, lo cual significa que nadie de fuera podrá examinar y evaluar las pruebas que hay contra ella. Pero lo peor es que… ahora el fiscal ha aislado a Lisbeth, de modo que no va a poder hacer la investigación que necesita para poder defenderse.

– Si no me equivoco, es su abogada la que debe encargarse de eso.

– Como seguramente te habrá quedado ya claro a estas alturas, Lisbeth es una persona muy especial. Tiene secretos que yo conozco pero que no puedo revelarle a mi hermana. En cambio, Lisbeth puede elegir si quiere utilizarlos como defensa en el juicio.

– Ajá.

– Y para hacerlo, Lisbeth necesita esto.

Mikael puso sobre la mesa el ordenador de mano Palm Tungsten T3 de Lisbeth Salander y un cargador de batería.

– Esta es el arma más importante con que cuenta Lisbeth en su arsenal. La necesita.