Изменить стиль страницы

Anders Jonasson miró con suspicacia el ordenador.

– ¿Por qué no se lo das a su abogada?

– Porque sólo Lisbeth sabe cómo acceder a las pruebas.

Anders Jonasson permaneció callado durante un buen rato sin tocar el ordenador de mano.

– Déjame que te hable del doctor Peter Teleborian -dijo Mikael mientras sacaba la carpeta donde había reunido todo el material importante.

Permanecieron sentados durante más de dos horas hablando en voz baja.

Eran poco más de las ocho de la tarde del sábado cuando Dragan Armanskij dejó su despacho de Milton Security y fue andando hasta la sinagoga de la congregación de Södermalm de Sankt Paulsgatan. Llamó a la puerta y, tras presentarse, el rabino en persona lo hizo pasar.

– He quedado aquí con un amigo -dijo Armanskij.

– Una planta más arriba. Le enseñaré el camino.

El rabino le ofreció una kipá que Armanskij se puso con no pocas dudas. Se había criado en una familia musulmana donde lo de ponerse una kipá en la cabeza y visitar la sinagoga no formaba precisamente parte de sus hábitos diarios. Se sentía incómodo con ella.

Jan Bublanski también llevaba una.

– Hola, Dragan. Gracias por haberte tomado la molestia de venir. Le he pedido al rabino que nos deje una sala para que podamos hablar con tranquilidad.

Armanskij se sentó enfrente de Bublanski.

– Supongo que tendrás tus razones para andar con tanto secretismo…

– Iré directamente al grano: sé que eres amigo de Lisbeth Salander.

Armanskij asintió.

– Quiero saber lo que tú y Blomkvist habéis tramado para ayudar a Salander.

– ¿Y qué te hace creer que estamos tramando algo?

– Pues que el fiscal Richard Ekström me ha preguntado por lo menos una docena de veces qué es lo que en realidad sabéis en Milton Security sobre la investigación de Salander. Y no pregunta por curiosidad sino porque le preocupa que montes algo que pueda tener repercusiones mediáticas.

– Mmm.

– Y si Ekström está preocupado, es porque sabe que estás tramando algo. O por lo menos se lo teme, o supongo que ha hablado con alguien que tiene miedo de que así sea.

– ¿Con alguien?

– Dragan, no juegues conmigo al escondite. Tú sabes muy bien que en 1991 Salander fue objeto de un abuso judicial, y tengo miedo de que vaya a ser objeto de otro cuando empiece el juicio.

– Estamos en una democracia y eres policía: si posees alguna información al respecto, debes actuar.

Bublanski hizo un gesto afirmativo.

– Pienso actuar. La cuestión es cómo.

– Venga, dime lo que tengas que decirme.

– Quiero saber en qué andáis metidos Blomkvist y tú. Supongo que no os habéis quedado de brazos cruzados.

– Es complicado. ¿Cómo sé que me puedo fiar de ti?

– Hay un informe de 1991 que Mikael Blomkvist encontró…

– Lo conozco.

– Ya no tengo acceso a ese informe.

– Yo tampoco. Las dos copias que Blomkvist y su hermana tenían se han extraviado.

– ¿Extraviado? -preguntó Bublanski.

– La copia de Blomkvist se la llevaron cuando entraron a robar en su casa, y la de Annika Giannini se la quitaron en un atraco en Gotemburgo. Todo eso ocurrió el mismo día en que mataron a Zalachenko.

Bublanski permaneció callado un largo rato.

– ¿Por qué no sabemos nada de ese asunto?

– Mikael Blomkvist lo expresó así: sólo existe un momento bueno para publicar y una infinita cantidad de momentos malos.

– Pero vosotros… o sea, él… ¿piensa publicarlo?

Armanskij asintió.

– Un atraco en Gotemburgo y un robo aquí, en Estocolmo. El mismo día. Eso significa que nuestros enemigos están bien organizados -comentó Bublanski.

– Además, tal vez deba añadir que tenemos pruebas de que el teléfono de Giannini está pinchado.

– Aquí hay alguien que está cometiendo una larga serie de delitos.

– Por lo tanto, la cuestión es saber quién es nuestro enemigo -concluyó Dragan Armanskij.

– Eso es. En última instancia es la Säpo la que tiene interés en silenciar el informe de Björck. Pero, Dragan… estamos hablando de la policía de seguridad sueca. Es una autoridad estatal. No me creo que esto sea algo consentido por la Säpo. Ni siquiera creo que sean capaces de orquestar algo así.

– Ya lo sé. A mí también me cuesta digerir todo esto. Por no mencionar el hecho de que alguien entre en el hospital de Sahlgrenska y le vuele la tapa de los sesos a Zalachenko.

Bublanski permaneció callado. Armanskij remató la faena:

– Y al mismo tiempo Gunnar Björck va y se ahorca.

– Así que creéis que se trata de crímenes premeditados. Conozco a Marcus Erlander, el que hizo la investigación en Gotemburgo. No encuentra nada que indique que fuera algo más que el acto impulsivo de una persona enferma. Y hemos investigado la muerte de Björck minuciosamente. Todo apunta a que fue un suicidio.

Armanskij movía la cabeza mientras escuchaba.

– Evert Gullberg, setenta y ocho años, enfermo de cáncer y a punto de morir, tratado por depresión clínica unos meses antes del asesinato. He puesto a Fräklund a que saque todo lo que pueda sobre Gullberg de los archivos públicos.

– Hizo el servicio militar en Karlskrona en los años cuarenta, estudió Derecho y luego se introdujo en el mundo de las empresas privadas como asesor fiscal. Durante más de treinta años tuvo un despacho aquí, en Estocolmo: perfil discreto, clientes privados… quienesquiera que fueran. Se jubiló en 1991. Regresó a su ciudad natal, Laholm, en 1994… Nada que destacar.

– Pero…

– Excepto unos detalles desconcertantes. Fräklund no ha podido hallar en ningún sitio ninguna referencia a Gullberg. Jamás se le ha mencionado en ningún periódico y no hay nadie que sepa qué clientes tenía. Es como si nunca hubiese existido como profesional.

– ¿Qué quieres decir?

– La Säpo es la conexión obvia. Zalachenko era un desertor ruso; ¿y quién mejor para ocuparse de él que la Säpo? Y luego está lo de la capacidad de organización que fue necesaria para conseguir que en 1991 encerraran a Lisbeth Salander en el psiquiátrico. Por no hablar de robos, atracos y teléfonos pinchados quince años después… Pero yo tampoco creo que la Säpo esté detrás de esto. Mikael Blomkvist los llama El club de Zalachenko… una pequeña secta compuesta por veteranos y fríos guerreros salidos de su hibernación que se esconden en algún oscuro pasillo de la Säpo.

Bublanski asintió.

– ¿Y qué podemos hacer?

Capítulo 12 Domingo, 15 de mayo – Lunes, 16 de mayo

El comisario Torsten Edklinth, jefe del Departamento de protección constitucional de la Säpo, se pellizcó el lóbulo de la oreja mientras, pensativo, contemplaba al director ejecutivo de la prestigiosa empresa de seguridad Milton Security, quien de pronto lo había llamado para insistir en invitarlo a cenar el domingo en su casa de Lidingö. La esposa de Armanskij, Ritva, les había servido un guiso delicioso. Comieron y mantuvieron una educada conversación. Edklinth se preguntaba qué sería en realidad lo que quería Armanskij. Después de la cena, Ritva se fue al sofá para ver la tele y los dejó solos en la mesa. Armanskij empezó a contar la historia de Lisbeth Salander paso a paso.

Edklinth giraba lentamente la copa del vino tinto.

Dragan Armanskij no era ningún tonto. Eso ya lo sabía.

Edklinth y Armanskij se conocían desde hacía doce años, cuando una diputada de izquierdas recibió una serie de anónimas amenazas de muerte. Ella lo puso en conocimiento del líder del grupo de su partido, tras lo cual se informó al departamento de seguridad del Riksdag. Se trataba de vulgares amenazas que daban a entender que su desconocido autor poseía ciertos conocimientos personales sobre la diputada. La historia fue, por consiguiente, objeto de interés de la policía de seguridad. La diputada recibió protección mientras duró la investigación.