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– Me parece que el jefe de Noticias tendrá algo que objetar…

– No te preocupes por Holm. He hablado con el jefe de la redacción de temas jurídicos para que no surja ningún conflicto. Pero vas a investigar el fondo, no a cubrir las noticias. ¿Te parece bien?

– Me parece fenomenal.

– Bueno, pues… venga, ya está. Nos vemos el lunes.

Le hizo señas para que se fuera del cubo de cristal. Al levantar la vista sorprendió a Anders Holm observándola desde el otro lado del mostrador central. El bajó la mirada y fingió no haberla visto.

Capítulo 11 Viernes, 13 de mayo – Sábado, 14 de mayo

Mikael Blomkvist tuvo mucho cuidado en asegurarse de que no lo vigilaban cuando el viernes por la mañana, muy temprano, fue andando desde la redacción de Millennium hasta la antigua casa de Lisbeth Salander en Lundagatan. Debía ir a Gotemburgo para ver a Idris Ghidi. El problema era dar con un medio de transporte seguro con el que no corriera el riesgo de ser observado ni de dejar huellas. Tras pensarlo bien, decidió rechazar la opción del tren, ya que no quería usar ninguna tarjeta de crédito. Por lo general, solía coger el coche de Erika Berger, algo que, sin embargo, ya no era posible. Pensó en pedirle a Henry Cortez, o a quien fuera, que le alquilara uno, pero siempre aparecía el inconveniente de que todo ese papeleo dejaría una huella.

Al final, se le ocurrió la solución más obvia. Tras sacar una considerable suma de dinero de un cajero automático de Götgatan, utilizó las llaves de Lisbeth Salander para abrir la puerta de su Honda color burdeos, que llevaba abandonado en la calle, delante de su antigua casa, desde el mes de marzo. Ajustó el asiento y advirtió que el depósito de gasolina estaba medio lleno. Por último, dio marcha atrás, se incorporó al tráfico y se dirigió hacia la E 4 por el puente de Liljeholmen.

Al llegar a Gotemburgo aparcó en una calle perpendicular a Avenyn a las 14.50. Se tomó un almuerzo tardío en el primer café que encontró. A las 16.10, cogió el tranvía que iba a Angered y se bajó en el centro. Tardó veinte minutos en encontrar la dirección donde vivía Idris Ghidi. Llegó a su cita con él con un retraso de poco más de diez minutos.

Idris Ghidi cojeaba. Le abrió la puerta, estrechó la mano de Mikael y lo invitó a pasar a un salón amueblado de forma espartana. En una cómoda que estaba junto a la mesa ante la cual Idris lo invitó a sentarse había una docena de fotografías enmarcadas que Mikael estudió.

– Mi familia -dijo Idris Ghidi.

Hablaba con un fuerte acento. Mikael sospechaba que no sobreviviría al examen de lengua sueca que proponía el Partido Liberal.

– ¿Son tus hermanos?

– Los dos de la izquierda fueron asesinados por Sadam en los años ochenta, al igual que mi padre, el del centro. Y mis dos tíos también fueron asesinados por Sa-dam, pero en los años noventa. Mi madre murió en el año 2000. Mis tres hermanas viven. Residen en el extranjero: dos en Siria, y la otra, la menor, en Madrid.

Mikael movió afirmativamente la cabeza. Idris Ghidi sirvió café turco.

– Kurdo Baksi te manda saludos.

Idris Ghidi asintió.

– ¿Te explicó lo que yo quería?

– Kurdo me comentó que querías contratarme para un trabajo, pero no de qué se trataba. Déjame que te diga, ya desde el principio, que no lo voy a aceptar si es algo ilegal. No me puedo permitir implicarme en una cosa así.

Mikael volvió a asentir.

– No hay nada ilegal en lo que te quiero pedir, pero es raro. El encargo que te voy a hacer durará un par de semanas y tendrás que realizarlo, todos los días. Pero sólo te llevará poco más de un minuto y estoy dispuesto a pagarte mil coronas a la semana. El dinero te lo daré en mano de mi propio bolsillo y no lo declararé a Hacienda.

– Entiendo. ¿Qué quieres que haga?

– Tú trabajas como limpiador en el hospital de Sahlgrenska.

Idris Ghidi hizo de nuevo un gesto afirmativo con la cabeza.

– Una de tus tareas consiste en limpiar todos los días, o seis días a la semana si lo he entendido bien, el pasillo 11 C, que es donde está la unidad de cuidados intensivos.

Idris Ghidi asintió.

– Esto es lo que quiero que hagas.

Mikael Blomkvist se inclinó hacia delante y se lo explicó.

El fiscal Richard Ekström contempló pensativo a su visita: un rostro arrugado enmarcado en un pelo corto y canoso. Era la tercera vez que se encontraba con el comisario Georg Nyström. Este lo visitó por primera vez durante los días que siguieron al asesinato de Zalachenko. Le mostró una placa que confirmaba que trabajaba para la DGP /Seg. Y mantuvieron una larga y discreta conversación.

– Es importante que comprendas que yo no intento influir en absoluto en tu manera de actuar o de hacer tu trabajo -le'aclaró Nyström.

Ekström asintió.

– También debo subrayar que, bajo ninguna circunstancia, puedes hacer pública la información que te voy dar.

– Entiendo -dijo Ekström.

A decir verdad, Ekström debía reconocer que no lo entendía muy bien, pero no quería parecer un idiota haciendo demasiadas preguntas. Lo que sí le había quedado claro era que el tema de Zalachenko debía ser tratado con la máxima discreción. Y también que las visitas de Nyström eran totalmente informales, aunque con el beneplácito de las más altas autoridades de la policía de seguridad.

– Estamos hablando de vidas humanas -le explicó Nyström ya en la primera reunión-. Por lo que a la policía de seguridad respecta, todo lo que concierne a la verdad del caso Zalachenko está clasificado. Te puedo confirmar que es un antiguo agente que desertó del espionaje militar ruso y una de las personas clave en la ofensiva rusa contra la Europa occidental de los años setenta.

– Vale… Eso es, por lo visto, lo que Mikael Blomkvist sostiene.

– Y en este caso tiene toda la razón. Es periodista y se ha tropezado con uno de los asuntos más secretos de toda la historia de la defensa sueca.

– Va a publicarlo.

– Por descontado. Él representa a los medios de comunicación con todas sus ventajas y desventajas. Vivimos en una democracia y, naturalmente, no podemos influir en lo que escribe la prensa. La desventaja en este caso es, por supuesto, que Blomkvist sólo conoce una pequeña parte de la verdad sobre Zalachenko y que gran parte de lo que sabe es mentira.

– Entiendo.

– Pero lo que Blomkvist no entiende es que si la verdad sobre Zalachenko sale a la luz, los rusos podrán identificar a los informadores y a las fuentes que tenemos en Rusia. Eso quiere decir que ciertas personas que se juegan la vida luchando por la democracia corren el riesgo de morir.

– Pero ¿no es Rusia hoy en día una democracia? Quiero decir que si esto hubiese ocurrido durante la época comunista…

– Eso son ilusiones. Se trata de gente que es culpable de espionaje contra Rusia y no hay régimen en el mundo que acepte eso, aunque haya pasado mucho tiempo. Y varias de esas fuentes siguen en activo…

Ya no existían agentes así, pero eso no lo podía saber el fiscal Ekström. Tenía que fiarse de la palabra de Nyström. Y tampoco podía remediar sentirse halagado por compartir, de manera informal, información sobre uno de los secretos mejor guardados de toda Suecia. Le sorprendía un poco que la defensa sueca hubiera conseguido infiltrarse en la defensa rusa del modo que insinuaba Nyström, y entendía que, naturalmente, se trataba de información que no debía difundirse bajo ningún concepto.

– Cuando me encargaron que contactara contigo ya habíamos hecho una completa evaluación de tu persona -dijo Nyström.

El arte de la seducción siempre consiste en dar con los puntos débiles de los seres humanos. La debilidad del fiscal Ekström radicaba en lo convencido que estaba de su propia importancia y en el hecho de que él, como cualquier persona, apreciara los halagos. Se trataba de conseguir que se sintiera elegido.