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Por mucho que lo intentara, Erika Berger no alcanzaba a entender el motivo por el que Anders Holm había adoptado esa actitud hacia ella, pero constató que ni las distendidas conversaciones ni las reprimendas en tono amable surtían efecto. Hasta ahora siempre había preferido no discutir delante de los otros colaboradores de la redacción e intentar dejar su irritación para las conversaciones privadas. Eso no había dado ningún fruto, así que ya iba siendo hora de expresarse con mayor claridad, esta vez ante el colaborador Johannes Frisk, algo que garantizaba que el contenido de la conversación se extendiera por toda la redacción.

– Lo primero que hice cuando empecé fue decirte que tenía un especial interés por todo lo relacionado con Lisbeth Salander. Te manifesté mi deseo de ser informada con antelación de todos los artículos previstos y te dije que quería echarle un vistazo y dar mi visto bueno a todo lo que fuera a ser publicado. Y eso te lo he recordado por lo menos una docena de veces, la última en la reunión del viernes pasado. ¿Qué parte de las instrucciones es la que no entiendes?

– Todos los textos programados o en vías de producción se encuentran en la agenda de la intranet. Se te envían siempre a tu ordenador. Estás informada en todo momento.

– Y una mierda. Cuando esta mañana cogí el SMP de mi buzón me encontré con un artículo a tres columnas sobre Salander y el desarrollo del asunto en torno a Stallarholmen publicado en el mejor espacio posible de Noticias nacionales.

– Sí, el texto de Margareta Orring. Ella es freelance y no me lo dejó hasta las siete de la tarde.

– Margareta Orring llamó para proponer su artículo a las once de la mañana de ayer. Tú lo aprobaste y le encargaste el texto a las once y media. Y en la reunión de las dos de la tarde tú no dijiste ni una palabra al respecto.

– Está en la agenda del día.

– ¿Ah, sí? Escucha lo que pone en la agenda del día: «Margareta Orring, entrevista con la fiscal Martina Fransson. Ref: confiscación de droga en Södertälje».

– Sí, claro, la idea original era una entrevista con Martina Fransson referente a una confiscación de esteroides anabolizantes en la que se detiene a un prospect de Svavelsjö MC.

– Exacto. Pero en la agenda del día no se dice ni una palabra sobre Svavelsjö MC ni que la entrevista se fuera a centrar en Magge Lundin y Stallarholmen y, por consiguiente, en la investigación sobre Lisbeth Salander.

– Supongo que eso saldría durante la entrevista…

– Anders, no entiendo por qué, pero me estás mintiendo ante mis propias narices. He hablado con Margareta Orring. Te explicó claramente en qué se iba a centrar su entrevista.

– Lo siento; supongo que no me quedó claro que se fuera a centrar en Salander. Y, además, me lo entregó muy tarde. ¿Qué querías que hiciera? ¿Anularlo todo? La entrevista de Orring era muy buena.

– En eso estamos de acuerdo. El texto es excelente. Pero ya llevas tres mentiras en más o menos el mismo número de minutos. Porque Orring lo dejó a las tres y veinte, o sea, mucho antes de que yo me fuera a casa a eso de las seis.

– Berger, no me gusta tu tono.

– ¡Qué bien! Porque, para tu información, te diré que a mí no me gustan ni tu tono ni tus excusas ni tus mentiras.

– Me da la sensación de que piensas que estoy maquinando alguna conspiración contra ti.

– Sigues sin contestar a mi pregunta. Y otra cosa: este texto de Johannes Frisk ha aparecido sobre mi mesa. No recuerdo que hayamos hablado de ello en la reunión de las 14.00. ¿Cómo es posible que uno de nuestros reporteros se haya pasado todo el día trabajando sobre Salander sin que yo esté al corriente?

Johannes Frisk se rebulló en su asiento. Sin embargo, se quedó inteligentemente callado.

– Bueno… hacemos un periódico y debe de haber cientos de textos que tú no conozcas. En el SMP hay unos hábitos a los que debemos adaptarnos todos. No tengo ni el tiempo ni la posibilidad de ocuparme de unos determinados textos de un modo especial.

– No te he pedido que trates ningún texto de un modo especial. Te he exigido que, en primer lugar, me informes de todo lo relacionado con el caso Salander y luego que yo dé mi visto bueno a todo lo que se publica sobre el tema. En fin, una vez más: ¿qué parte de esas instrucciones es la que no entiendes?

Anders Holm suspiró y dejó ver un rostro un atormentado.

– De acuerdo -dijo Erika Berger-. Me expresaré con más claridad; no tengo la intención de estar discutiendo continuamente contigo. A ver si entiendes este mensaje: si esto se repite una vez más, te destituiré del puesto de jefe de Noticias. Será muy sonado y se armará un revuelo de mil demonios, pero luego se calmará y tú acabarás editando la página de Familia, la de Humor o algo por el estilo. No quiero tener un jefe de Noticias en el que no confío, que no está dispuesto a colaborar y que, además, se dedica a minar mis decisiones. ¿Lo has entendido?

Anders Holm hizo un gesto con las manos que insinuaba que las amenazas de Erika Berger eran absurdas.

– ¿Lo has entendido? ¿Sí o no?

– Te estoy escuchando.

– Y yo te he preguntado si lo has entendido. ¿Sí o no?

– Crees realmente que vas a salirte con la tuya… Si este periódico sale cada día es porque yo, y otras piezas indispensables de esta máquina, nos matamos trabajando. La junta directiva va a…

– La junta hará lo que yo diga. Estoy aquí para darle un nuevo aire al periódico. Tengo una misión detalladamente formulada que hemos negociado y que me da derecho a introducir importantes cambios por lo que a los jefes de redacción se refiere. Puedo deshacerme de la carroña y reclutar sangre nueva de fuera si así lo deseo. Y te voy a decir una cosa, Holm: cuantos más días pasan, más carroña me pareces.

Erika se calló. Su mirada se cruzó con la de Anders Holm. Parecía furioso.

– Eso es todo -dijo Erika Berger-. Te sugiero que reflexiones sobre lo que te acabo de decir.

– No pienso…

– Tú verás. Eso es todo. Ahora vete.

Se dio la vuelta y salió del cubo de cristal. Ella lo vio atravesar el inmenso mar que era la redacción y desaparecer en dirección a la sala de café. Johannes Frisk se levantó e hizo amago de seguirle los pasos.

– Tú no, Johannes. Quédate. Siéntate.

Sacó su texto y le echó nuevamente un vistazo.

– Tengo entendido que estás haciendo una suplencia.

– Sí. Llevo cinco meses aquí y ésta es la última semana.

– ¿Cuántos años tienes?

– Veintisiete.

– Lamento que hayas tenido que presenciar esta batalla entre Holm y yo. Cuéntame la historia de tu artículo.

– Esta mañana me dieron un soplo y se lo comenté a Holm. Me dijo que continuara con la historia.

– Vale. Hablas de que la policía está investigando si Lisbeth Salander se ha visto implicada en la venta de esteroides anabolizantes. ¿Tiene esto alguna relación con el texto de ayer de Södertälje donde también aparece el tema de los esteroides?

– Que yo sepa no, pero es posible. Esta historia de los esteroides tiene que ver con la relación de Salander con los boxeadores: Paolo Roberto y sus amigos.

– ¿Paolo Roberto toma anabolizantes?

– ¿Qué?… No, claro que no. Se trata más bien del mundo del boxeo. Salander suele entrenarse con una serie de oscuros personajes de un club de Södermalm. Pero bueno, ése es el enfoque de la policía; no el mío. De ahí habrá surgido la sospecha de que ella podría estar implicada en la venta de anabolizantes.

– ¿De modo que en lo único que se apoya la historia es en un rumor?

– El hecho de que la policía esté investigando esa posibilidad no es un rumor, es algo cierto. Ahora bien, no tengo ni idea de si se equivocan o no…

– De acuerdo, Johannes. Entonces quiero que sepas que lo que te estoy diciendo ahora no tiene nada que ver con mi relación con Anders Holm. Creo que eres un excelente periodista. Escribes bien y tienes muy buen ojo para los detalles. En resumen: que ésta es una buena historia. Mi único problema es que no me la creo.