– Trabaja en el hospital de Sahlgrenska como limpiador -apostilló Kurdo Baksi.
– Ya lo sé -contestó Mikael.
– Bueno, no he podido evitar leer en los periódicos que estás implicado en esa historia de Salander.
– Correcto.
– Le pegaron un tiro.
– Eso es.
– Tengo entendido que está ingresada en el Sahlgrenska.
– También es correcto.
Kurdo Baksi tampoco se había caído de un guindo.
Comprendió que Mikael Blomkvist estaba tramando algo; era su especialidad. Conocía a Mikael desde la década de los ochenta. Nunca habían sido amigos íntimos, pero siempre se habían llevado bien y cada vez que Kurdo le pedía un favor ahí estaba Mikael. En todos esos años se habían tomado alguna que otra cerveza juntos si habían coincidido en alguna fiesta o en algún bar.
– ¿Me vas a involucrar en algo que debería saber? -preguntó Kurdo.
– No te voy a involucrar en nada. Tu único papel ha sido el de hacerme el favor de presentarme a uno de tus amigos. Y repito: no le voy a pedir a Idris que haga nada ilegal.
Kurdo asintió. Eso le bastaba. Mikael se levantó.
– Te debo una.
– Hoy por ti, mañana por mí -dijo Kurdo Baksi.
Henry Cortez colgó el teléfono y empezó a hacer tanto ruido al tamborilear con los dedos en el borde de la mesa que Monica Nilsson, molesta, arqueó una ceja y le clavó la mirada. Ella constató que él se encontraba profundamente absorto en sus pensamientos. Se sentía algo irritada por todo en general, pero decidió no pagarlo con él.
Monica Nilsson sabía que Blomkvist andaba chismorreando con Cortez, Malin Eriksson y Christer Malm sobre la historia de Salander, mientras que de ella y de Lottie Karim se esperaba que se encargaran del trabajo duro para el próximo número de una revista que se había quedado sin directora desde que Erika se marchó. Malin era bastante buena, pero no tenía la experiencia ni el peso de Erika Berger. Y Cortez no era más que un niñato.
La irritación de Monica Nilsson no se debía a que se sintiera excluida o a que ella quisiera el trabajo que hacían ellos: nada más lejos de la realidad. Su misión consistía en cubrir la información relativa al gobierno, al Riksdag y a las direcciones generales. Era un trabajo con el que se encontraba a gusto y que controlaba a la perfección. Además, andaba muy liada con otros encargos, como el de escribir una columna semanal para una revista sindical, diversos trabajos de voluntaria para Amnistía Internacional y algunas cosas más. Eso era incompatible con ser redactora jefe de Millennium, lo cual significaba trabajar doce horas diarias como mínimo y sacrificar los fines de semana y los días festivos.
Sin embargo, tenía la sensación de que algo había cambiado en Millennium. De repente la revista le resultaba extraña. Y no podía precisar con exactitud qué era lo que estaba mal.
Mikael Blomkvist continuaba siendo tan irresponsable como siempre, desaparecía en sus misteriosos viajes e iba y venía como le daba la gana. Cierto: era copropietario de Millennium y podía decidir lo que quería hacer, pero, joder, algo de responsabilidad se le podía pedir, ¿no?
Christer Malm era el otro copropietario y resultaba más o menos igual de útil que cuando estaba de vacaciones. Se trataba sin duda de una persona inteligente y, además, había asumido el puesto de jefe cuando Erika se hallaba de vacaciones u ocupada con otras historias, pero lo que él hacía era más bien llevar a cabo lo que otras personas ya habían decidido. Era brillante en todo lo relacionado con el diseño gráfico y la maquetación, pero completamente retrasado cuando se trataba de planificar una revista.
Monica Nilsson frunció el ceño.
No, estaba siendo injusta; lo que la sacaba de quicio era que algo había ocurrido en la redacción: Mikael trabajaba con Malin y Henry y, en cierto modo, todos los demás se habían quedado fuera. Habían creado su propio círculo y se encerraban en el despacho de Erika… de Malin, y salían todos callados. Con Erika la revista siempre había sido un colectivo. Monica no entendía qué era lo que había ocurrido, aunque sí que la hubieran dejado al margen.
Mikael trabajaba en la historia de Salander y no soltaba prenda. Algo que, por otra parte, era lo más normal: tampoco dijo ni mu sobre el reportaje de Wennerström -ni siquiera a Erika-, pero esta vez tenía a Malin y Henry como confidentes.
En fin, que Monica estaba irritada. Necesitaba unas vacaciones. Necesitaba cambiar de aires. Vio a Henry Cortez ponerse la americana de pana.
– Voy a salir un rato -le comentó-. Dile a Malin que estaré fuera un par de horas.
– ¿Qué pasa?
– Creo que tengo una buena historia. Muy buena. Sobre inodoros. Quiero comprobar algunos detalles, pero, si todo sale bien, el número de junio tendrá un buen reportaje.
– ¿Inodoros? -preguntó Monica Nilsson, siguiéndolo con la mirada.
Erika Berger apretó los dientes y, lentamente, dejó en la mesa el texto sobre el inminente juicio contra Lisbeth Salander. Se trataba de un texto corto, a dos columnas, que aparecería en la página cinco con las noticias nacionales. Se quedó mirándolo un minuto y frunció los labios. Eran las tres y media del jueves. Llevaba doce días trabajando en el SMP. Cogió el teléfono y llamó al jefe de Noticias Anders Holm.
– Hola. Soy Berger. ¿Puedes buscarme al reportero Johannes Frisk y traérmelo al despacho ahora mismo?
Colgó y esperó pacientemente hasta que Holm entró en el cubo de cristal con paso tranquilo y despreocupado seguido de Johannes Frisk. Erika consultó su reloj.
– Veintidós -dijo.
– ¿Qué? -preguntó Holm.
– Veintidós minutos. Has tardado veintidós minutos en levantarte de la mesa, caminar quince metros hasta la de Johannes Frisk y arrastrar tus pies hasta aquí.
– No me has dicho que fuera urgente. Estoy bastante ocupado…
– No te he dicho que no fuera urgente. Te he dicho que buscaras a Johannes Frisk y que vinieras a mi despacho inmediatamente y cuando yo digo inmediatamente es inmediatamente, no esta noche ni la próxima semana ni cuando a ti te plazca levantar el culo de la silla.
– Oye, me parece que…
– Cierra la puerta.
Erika esperó hasta que Anders Holm hubo cerrado la puerta. Lo examinó en silencio. Sin duda, era un jefe de Noticias muy competente y su papel consistía en asegurarse de que el SMP se llenara cada día con los textos adecuados, redactados de modo comprensible y presentados en el orden y con el espacio estipulados en la reunión matutina. En consecuencia, Anders Holm tenía cada día entre sus manos una tremenda cantidad de tareas con las cuales hacía malabarismos sin que ninguna de ellas se le cayera.
El problema de Anders Holm era que ignoraba de forma sistemática las decisiones tomadas por Erika Berger. Durante esas dos semanas ella había tratado de encontrar una fórmula para colaborar con él: había razonado amablemente, había probado a darle órdenes directas, lo había animado a que se replanteara las cosas por sí mismo. Lo había intentado todo para que él entendiera cómo quería ella que fuera el periódico.
Sin ningún resultado.
El texto que ella rechazaba por la tarde acababa, a pesar de todo, yendo a la imprenta por la noche, en cuanto ella se iba a casa. «Se nos cayó un texto y nos quedó un hueco que tenía que llenar con algo.»
El titular que Erika había decidido se veía, de pronto, ignorado y sustituido por otro completamente distinto. Y no era que la elección resultara siempre errónea, pero se llevaba a cabo sin consultar con ella. Y se hacía de forma ostensiva y desafiante.
Siempre se trataba de pequeños detalles. La reunión de la redacción prevista para las 14.00 se adelantaba de repente a las 13.50 sin que nadie se lo comunicara, de manera que, cuando ella llegaba, ya se habían tomado casi todas las decisiones. «Lo siento… entre una cosa y otra se me pasó avisarte.»