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Que Idris Ghidi figurara en la hemeroteca se debía, en concreto, a que, a última hora, consiguió un nuevo abogado que se dirigió a los medios de comunicación para explicar su situación. Otros kurdos establecidos en Suecia se comprometieron con el caso, entre ellos algunos miembros de la combativa familia Baksi. Se convocaron reuniones de protesta y se redactaron varias peticiones a la ministra de Inmigración Birgit Friggebo. Todo esto recibió tanta atención mediática que la Dirección General de Inmigración cambió de parecer y Ghidi obtuvo el permiso de residencia y de trabajo en el Reino de Suecia. En enero de 1992 abandonó el centro de refugiados de Upplands-Väsby como un hombre libre.

Tras su salida del centro de refugiados empezó una nueva etapa: debía encontrar un empleo al tiempo que continuaba yendo a fisioterapia por su cadera. Idris Ghidi no tardó en descubrir que el hecho de ser un ingeniero técnico bien preparado, con un buen expediente y muchos años de experiencia, no significaba absolutamente nada. Durante los siguientes años trabajó como repartidor de periódicos, lavaplatos, limpiador y taxista. Tuvo que dejar el empleo de repartidor por algo tan simple como que no podía subir y bajar escaleras al ritmo que se le exigía. Le gustaba ser taxista excepto por dos cosas: desconocía por completo el plano de las calles y carreteras de la región de Estocolmo y era incapaz de permanecer más de una hora quieto en la misma posición sin que el dolor de cadera se hiciera insufrible.

En el mes de mayo de 1998, Idris Ghidi se mudó a Gotemburgo. La razón fue que un familiar lejano se compadeció de él y le ofreció un empleo fijo en una empresa de limpieza. A Idris Ghidi le resultaba imposible trabajar a jornada completa, así que le dieron un puesto a media jornada como encargado de un equipo de limpieza del hospital de Sahlgrenska con el que la empresa tenía una contrata. Su trabajo era fácil y rutinario y consistía en fregar suelos, seis días por semana, en una serie de pasillos, entre ellos el 11 C.

Mikael Blomkvist leyó el resumen de Daniel Olofsson y examinó el retrato de Idris Ghidi que aparecía en el registro de pasaportes. Luego entró en la hemeroteca y descargó varios de los artículos utilizados por Olofsson para su resumen. Los leyó con mucha atención y se quedó reflexionando durante un buen rato. Encendió un cigarrillo: con Erika Berger fuera, la prohibición de fumar en la redacción no había tardado en ablandarse. Henry Cortez tenía incluso -ostensiblemente- un cenicero sobre su mesa.

Por último, Mikael sacó la hoja que Daniel Olofsson había redactado sobre el doctor Anders Jonasson. La leyó con unos pliegues en la frente de lo más profundos.

El lunes, Mikael Blomkvist no vio el coche con la matrícula KAB y no tuvo la sensación de que lo estuvieran siguiendo pero, aun así, decidió jugar sobre seguro cuando, desde Akademibokhandeln, se dirigió a la entrada lateral de los grandes almacenes NK, por donde accedió, para a continuación salir por la puerta principal; haría falta ser un superhombre para poder vigilar a una persona dentro de NK. Apagó sus dos móviles y pasó por el centro comercial Gallerian hasta la plaza de Gustaf Adolf, llegó hasta el edificio del Riksdag y entró en Gamla Stan. Por lo que pudo ver, nadie lo estaba siguiendo. Se fue metiendo por algunas pequeñas y estrechas calles y dando grandes rodeos hasta que llegó a la dirección correcta y llamó a la puerta de la editorial Svartvitt.

Eran las dos y media de la tarde. Mikael llegó sin previo aviso, pero allí estaba el redactor Kurdo Baksi, a quien se le iluminó la cara cuando descubrió a Mikael Blomkvist.

– ¡Hombre, mira quién ha venido! -exclamó Kurdo Baksi cariñosamente-. Ya nunca vienes a verme.

– ¿Ah, no? ¿Y qué es lo que estoy haciendo ahora? -dijo Mikael.

– Ya, pero han pasado por lo menos tres años desde la última vez.

Se estrecharon la mano.

Mikael Blomkvist conocía a Kurdo Baksi desde los años ochenta. Él fue una de las personas que le echó una mano a Kurdo cuando éste empezó a sacar su revista Svartvitt haciendo fotocopias clandestinas por la noche en las oficinas del sindicato LO. Kurdo fue pillado in fraganti por Per-Erik Åström, por aquel entonces secretario de investigación de LO, quien años más tarde se convertiría en cazador de pedófilos y prestaría sus servicios a la asociación de ayuda a la infancia Rädda Barnen. Una noche, ya tarde, Åström entró en la sala de la fotocopiadora y se encontró con un cabizbajo Kurdo Baksi junto a montones de páginas del primer número de Svartvitt. Åström le echó un vistazo a la pésimamente maquetada portada y dijo que con esa puta pinta la revista no iba a ningún sitio. Luego diseñó el logotipo que figuraría en la cabecera de Svartvitt durante quince años, hasta que la revista pasó a mejor vida y se convirtió en la editorial Svartvitt. Por esa época, Mikael estaba atravesando un horrible período como informador del gabinete de prensa de LO: su única experiencia en el mundo de los informadores. Per-Erik Aström lo convenció para que corrigiera las pruebas y ayudara a Kurdo a editar Svartvitt. A partir de ese momento, Kurdo Baksi y Mikael Blomkvist se hicieron amigos.

Mikael Blomkvist se sentó en un sofá mientras Kurdo Baksi iba a por café a la máquina del pasillo. Estuvieron charlando un rato de todo un poco, tal y como sucede cuando pasas mucho tiempo sin ver a un amigo, pero fueron interrumpidos una y otra vez porque el móvil de Kurdo no paró de sonar y él no hacía más que mantener breves conversaciones telefónicas en kurdo o posiblemente turco o árabe o alguna otra lengua que Mikael no entendía. Cada vez que Mikael visitaba la editorial Svartvitt se repetía la misma historia: la gente llamaba de todo el mundo para hablar con Kurdo.

– Querido Mikael: te veo preocupado. ¿Qué te pasa? -acabó preguntando Kurdo.

– ¿Puedes apagar el móvil durante cinco minutos para que hablemos tranquilos?

Kurdo apagó el teléfono.

– Vale… necesito que me hagas un favor. Un importante y urgente favor… Y el tema no puede salir de esta habitación.

– Tú dirás.

– En 1989 un refugiado kurdo llamado Idris Ghidi llegó a Suecia procedente de Irak. Cuando estaba a punto de ser extraditado, tu familia le ayudó, gracias a lo cual consiguió el permiso de residencia. No sé si fue tu padre u otro miembro de tu familia.

– Fue mi tío, Mahmut Baksi. Conozco a Idris. ¿Qué le pasa?

– En la actualidad trabaja en Gotemburgo. Necesito que me haga un trabajo sencillo. Pagado, claro.

– ¿Qué tipo de trabajo?

– Kurdo: ¿tú confías en mí?

– Por supuesto. Somos amigos.

– El trabajo que necesito que haga es algo peculiar. Muy peculiar. No quiero contarte en qué consiste, pero te aseguro que no se trata de nada ilegal o que os vaya a crear problemas a ti o a Idris Ghidi.

Kurdo Baksi observó atentamente a Mikael Blomkvist.

– Entiendo. Y no quieres contarme de qué se trata.

– Cuanta menos gente lo sepa, mejor. Lo que necesito es que le hables a Idris de mí para que esté dispuesto a escuchar lo que tengo que decirle.

Kurdo reflexionó un momento. Luego se acercó a su mesa y abrió una agenda. Tardó poco tiempo en encontrar el número de Idris Ghidi. Acto seguido levantó el auricular. La conversación se mantuvo en kurdo y, a juzgar por la expresión del rostro de Kurdo, se inició con las habituales frases de saludo y cortesía. Luego se puso serio y le explicó la razón de su llamada.

– ¿Cuándo quieres verlo?

– Si es posible, el viernes por la tarde. Pregúntale si puedo ir a su casa.

Kurdo siguió hablando un ratito más antes de despedirse y colgar.

– Idris Ghidi vive en Angered -dijo Kurdo Baksi-. ¿Tienes la dirección?

Mikael asintió.

– El viernes llegará a casa sobre las cinco de la tarde. Estará encantado de recibirte.

– Gracias, Kurdo -respondió Mikael.