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Arrugó la frente y miró por la ventana de su despacho.

Todavía no ha terminado: la conspiración contra Lisbeth Salander continúa. Es la única manera de explicar los teléfonos pinchados, que atacaran a Annika, el robo del informe sobre Salander de 1991. Y, tal vez, el asesinato de Zalachenko.

Pero no tenía pruebas.

Tras consultar a Malin Eriksson y Christer Malm, Mikael tomó la decisión de que la editorial de Millennium también publicaría, antes del juicio, el libro de Dag Svensson sobre el trafficking. Era mejor presentar todo el lote a la vez, y no había razón alguna para esperar. Todo lo contrario: el libro no despertaría el mismo interés en ningún otro momento. Malin era la principal responsable de la edición final del libro de Dag Svensson, mientras que Henry Cortez ayudaba a Mikael a redactar el del caso Salander. De ese modo, Lottie Karim y Christer Malm (este último en contra de su voluntad) pasaban a ser temporales secretarios de redacción de Millennium y Monica Nilsson se convertía en la única reportera disponible. La consecuencia de este incremento en la carga de trabajo fue que toda la redacción anduviera de culo y que Malin Eriksson se viera obligada a contratar a numerosos periodistas freelance para producir textos. Temían que les saliera caro, pero no les quedó otra elección.

Mikael anotó en un post-it amarillo que tenía que aclarar el tema de los derechos de autor con la familia de Dag Svensson. Había averiguado que sus padres vivían en Örebro y que eran los únicos herederos. En la práctica, no necesitaba ningún permiso para publicar el libro en nombre de Dag Svensson, pero, en cualquier caso, tenía la intención de ir a Örebro, hacerles una visita y obtener su consentimiento. Lo había ido aplazando porque había estado demasiado ocupado, pero ya era hora de resolver ese detalle.

Luego sólo quedaban otros cientos de detalles. Algunos de ellos concernían a la cuestión del enfoque que le iba a dar a la figura de Lisbeth Salander en los textos. Para poder determinarlo de manera definitiva debía hablar con ella personalmente para que le permitiera contar toda la verdad o, por lo menos, una parte. Pero esa conversación privada no se llegaría a mantener, ya que Lisbeth Salander se encontraba detenida y tenía prohibidas las visitas.

En ese aspecto tampoco Annika Giannini era de gran ayuda. Ella seguía a rajatabla el reglamento vigente y no tenía intención de hacerle a su hermano de chica de los recados llevándole y trayéndole mensajes secretos. Annika tampoco contaba nada de lo que trataba con su clienta, a excepción de los detalles que se referían a la conspiración maquinada contra ella, con los que Annika necesitaba ayuda. Resultaba frustrante pero correcto. Por lo tanto, Mikael no tenía ni idea de si Lisbeth le había revelado a Annika que su ex administrador la había violado y que ella se había vengado tatuándole un llamativo mensaje en el estómago. Mientras Annika no sacara el tema, Mikael tampoco lo haría.

Pero lo que constituía un verdadero problema era, sobre todo, el aislamiento de Lisbeth Salander. Ella era una experta informática y una hacker, cosa que Mikael conocía pero Annika no. Mikael le había hecho a Lisbeth la promesa de que nunca revelaría su secreto. Y la había cumplido. El único inconveniente estaba en que ahora él sentía la imperiosa necesidad de recurrir a las habilidades de Lisbeth Salander.

Así que tenía que ponerse en contacto con ella como fuera.

Suspiró, abrió nuevamente la carpeta de Daniel Olofsson y sacó dos papeles. Uno era un extracto del registro de pasaportes en el que figuraba un tal Idris Ghidi, nacido en 1950. Se trataba de un hombre con bigote, tez morena y pelo negro con canas en las sienes.

El otro documento contenía el resumen que había hecho Daniel Olofsson sobre la vida de Idris Ghidi.

Ghidi era un refugiado kurdo de Irak. Daniel Olofsson había buscado bastante más información sobre Idris Ghidi que sobre ningún otro empleado. La explicación de esa descompensación informativa residía en que, durante un tiempo, Idris Ghidi había despertado la atención de los medios de comunicación, por lo que su nombre figuraba en varios textos de la hemeroteca.

Nacido en 1950 en la ciudad de Mosul, al norte de Irak, hizo la carrera de ingeniería y participó en el gran salto económico que se produjo en el país en los años setenta. En 1984 empezó a trabajar como profesor de técnicas de construcción en el instituto de bachillerato de Mosul. No era conocido como activista político. Sin embargo, era kurdo y, por tanto, un criminal en potencia en el Irak de Sadam Hussein. En octubre de 1987 el padre de Idris Ghidi fue detenido, sospechoso de ser un activista kurdo. No se daban más detalles sobre la naturaleza exacta del delito. Lo ejecutaron, probablemente en enero de 1988, acusado de traicionar a la patria. Dos meses más tarde, la policía secreta iraquí fue a buscar a Idris Ghidi cuando acababa de empezar una clase sobre la resistencia de materiales en la construcción de puentes. Lo llevaron a una cárcel de las afueras de Mosul donde, durante once meses, fue sometido a prolongadas torturas con el único objetivo de hacerle confesar. A Idris Ghidi nunca le quedó muy claro qué era lo que debía confesar, de modo que las torturas continuaron.

En marzo de 1989, un tío de Idris Ghidi pagó una cantidad de dinero equivalente a unas cincuenta mil coronas suecas al líder local del Partido Baath, algo que se consideró suficiente recompensa por el daño que había ocasionado Idris Ghidi al Estado iraquí. Lo soltaron dos días más tarde y se lo entregaron a su tío. En el momento de la liberación pesaba treinta y nueve kilos y era incapaz de andar. Antes de liberarlo, le destrozaron la cadera izquierda con un mazo para que en el futuro no anduviera por ahí haciendo tonterías.

Idris Ghidi se debatió entre la vida y la muerte durante varias semanas. Un tiempo después, cuando ya estaba bastante recuperado, su tío lo trasladó a la granja de un pueblo situado a unos sesenta kilómetros de Mosul. Durante el verano fue cogiendo fuerzas hasta que reunió las suficientes para volver a aprender a andar, aunque con la ayuda de unas muletas. Tenía muy claro que no se recuperaría del todo. Su única duda era qué iba a hacer en el futuro. De repente, un día de agosto, le informaron de que sus dos hermanos habían sido detenidos por la policía secreta. Nunca los volvería a ver. Suponía que se hallarían enterrados bajo algún montón de tierra en las afueras de Mosul. En septiembre, su tío se enteró de que la policía de Sadam Hussein lo estaba buscando de nuevo. Fue entonces cuando Idris Ghidi tomó la decisión de ir a ver a uno de esos parásitos anónimos que, a cambio de una recompensa equivalente a unas treinta mil coronas, lo llevó al otro lado de la frontera con Turquía y, de allí, con la ayuda de un pasaporte falso, a Europa.

Idris Ghidi aterrizó en Suecia, en el aeropuerto de Arlanda, el 19 de octubre de 1989. No sabía ni una palabra de sueco, pero le habían dado instrucciones para que se dirigiera a la policía del control de pasaportes y solicitara asilo político de inmediato, cosa que hizo en un defectuoso inglés. Fue trasladado a un centro de refugiados políticos de Upplands-Väsby, donde pasó los dos años siguientes, hasta que la Dirección General de Inmigración decidió que Idris Ghidi carecía de suficientes razones de peso para que le fuera concedido el permiso de residencia.

A esas alturas, Ghidi ya había aprendido sueco y recibido asistencia médica por su maltrecha cadera. Lo habían operado dos veces y podía desplazarse sin muletas. Mientras tanto, en Suecia, tuvo lugar el debate de Sjöbo, surgido a raíz de que los gobernantes de ese municipio se hubieran negado a recibir emigrantes, varios centros de acogida de refugiados políticos fuesen objeto de atentados y Bert Karlsson fundara el partido político Nueva Democracia.