Изменить стиль страницы

– Entiendo -dijo Anders Jonasson.

– Sigo sintiendo una gran responsabilidad por ella y me gustaría tener la oportunidad de evaluar hasta qué punto ha empeorado durante los últimos diez años.

– ¿Empeorado?

– En comparación con cuando era adolescente y recibía cuidados especializados. He pensado que podríamos buscar una solución adecuada, entre médicos.

– Por cierto, ahora que recuerdo… Quizá me puedas ayudar con un tema que no entiendo muy bien. Entre médicos, quiero decir. Cuando ella ingresó aquí, en Sahlgrenska, mandé que le hicieran una amplia evaluación médica. Un colega pidió su informe pericial de psiquiatría forense. Estaba redactado por un tal Jesper H. Löderman.

– Correcto. Yo fui el director de su tesis doctoral.

– Muy bien. Pero el informe resultaba muy impreciso.

– ¿Ah, sí?

– No se da ningún diagnóstico; más bien parece el estudio académico de un paciente callado.

Peter Teleborian se rió.

– Sí, no siempre es fácil tratar con ella. Como queda claro en el informe, ella se negaba en redondo a participar en las entrevistas de Löderman. Lo que ocasionó que él se viera obligado a expresarse con términos algo vagos, cosa completamente correcta por su parte.

– De acuerdo. Pero, aun así, lo que se recomendaba era que ella fuera internada.

– Eso se basa en su historial. Nuestra experiencia sobre la evolución de su cuadro clínico se remonta a muchos años atrás.

– Eso es justo lo que no acabo de entender. Cuando ella ingresó aquí pedimos su historial a Sankt Stefan. Pero todavía no nos lo han mandado.

– Lo siento. Pero está clasificado por decisión del tribunal.

– Entiendo. ¿Y cómo vamos a ofrecerle una adecuada asistencia médica en el Sahlgrenska si no podemos acceder a su historial? Porque, de hecho, ahora somos nosotros los que tenemos la responsabilidad médica sobre ella.

– Yo me he ocupado de ella desde que tenía doce años y no creo que haya ningún médico en toda Suecia que conozca tan bien su cuadro clínico.

– ¿Y cuál es…?

– Lisbeth Salander adolece de un grave trastorno psicológico. Como tú bien sabes, la psiquiatría no es una ciencia exacta. Prefiero no comprometerme ofreciendo un solo diagnóstico exacto. Pero sufre evidentes alucinaciones que presentan claros rasgos paranoicos y esquizofrénicos. En su cuadro también se incluyen períodos maníaco-depresivos y carece por completo de empatía.

Anders Jonasson examinó al doctor Peter Teleborian durante diez segundos para, acto seguido, realizar un gesto con las manos manifestando su poca intención de discutir.

– No seré yo quien le discuta un diagnóstico al doctor Teleborian, pero ¿nunca has pensado en un diagnóstico más sencillo?

– ¿Cuál?

– El síndrome de Asperger, por ejemplo. Es cierto que no le he hecho ningún examen psiquiátrico, pero si tuviera que adivinar a botepronto lo que padece, pensaría en algún tipo de autismo como lo más probable. Eso explicaría su incapacidad para aceptar las convenciones sociales.

– Lo siento, pero los pacientes de Asperger no suelen quemar a sus padres. Créeme: nunca he visto un caso de sociopatía más claro.

– Yo la veo más bien cerrada, pero no como una psicópata paranoica.

– Es manipuladora a más no poder -dijo Peter Teleborian-. Sólo muestra lo que ella cree que tú quieres ver.

Anders Jonasson frunció imperceptiblemente el ceño. De repente, Peter Teleborian contradecía por completo su propia evaluación sobre Lisbeth Salander. Si había algo que Jonasson no creía de ella era que fuera manipuladora. Todo lo contrario: se trataba de una persona que, impertérrita, mantenía la distancia con su entorno y no mostraba ningún tipo de emoción. Intentaba casar la imagen que Teleborian describía con la que él se había forjado sobre Lisbeth Salander.

– Y eso que tú sólo la has tratado durante el breve período de tiempo en el que sus lesiones la han obligado a permanecer quieta. Yo he sido testigo de sus violentos arrebatos y de su odio irracional. He dedicado muchos años a intentar ayudar a Lisbeth Salander. Por eso he venido hasta aquí. Propongo una colaboración entre el Sahlgrenska y Sankt Stefan.

– ¿A qué tipo de colaboración te refieres?

– Tú te encargas de sus problemas físicos; no me cabe duda de que le estás dando las mejores atenciones posibles. Pero estoy muy preocupado por su estado psíquico y me gustaría poder tratarla cuanto antes. Estoy dispuesto a prestar toda mi ayuda.

– Ya.

– Necesito verla para realizar, en primer lugar, una evaluación de su estado.

– Entiendo. Pero, desafortunadamente, no te puedo ayudar.

– ¿Perdón?

– Como ya te he dicho, está detenida. Si quieres iniciar un tratamiento psiquiátrico con ella, dirígete a la fiscal Jervas, que es quien toma las decisiones en ese tipo de asuntos, y, además, eso tendría que hacerse con el consentimiento de su abogada, Annika Giannini. Si se trata de una evaluación forense, es el tribunal el que debería encargarte esa tarea.

– Esa es, precisamente, toda la burocracia que yo quería evitar.

– Ya, pero yo respondo de ella y si dentro de poco ha de ir a juicio, necesitamos tener en regla los papeles de todas las medidas que hemos adoptado. De modo que esa vía burocrática se hace imprescindible.

– Muy bien. Entonces puedo informarte de que ya he recibido una petición del fiscal Richard Ekström de Estocolmo para que la someta a un examen psiquiátrico forense. Algo que se realizará de cara a la celebración del juicio.

– Estupendo. Entonces te permitirán visitarla sin que tengamos que saltarnos el reglamento.

– Pero mientras hacemos todo ese papeleo corremos el riesgo de que su estado empeore. Sólo me interesa su salud.

– A mí también -dijo Anders Jonasson-. Y, entre nosotros: no veo ningún síntoma que me indique que es una enferma mental. Se encuentra maltrecha y sometida a una situación de gran tensión. Pero no veo en absoluto que sea esquizofrénica o que sufra de obsesiones paranoicas.

El doctor Peter Teleborian dedicó algún tiempo más a intentar convencer a Anders Jonasson para que cambiara su decisión. Cuando al fin comprendió que resultaba inútil, se levantó bruscamente y se despidió.

Anders Jonasson permaneció un largo instante contemplando pensativo la silla en la que había estado sentado Teleborian. Era cierto que no resultaba del todo inusual que otros médicos contactaran con él para darle sus consejos u opiniones con respecto al tratamiento de algún paciente. Pero se trataba, casi exclusivamente, de doctores que ya eran responsables de un tratamiento en curso; ésta era la primera vez que un psiquiatra aterrizaba como un platillo volante e insistía -saltándose todos los trámites burocráticos- en que le dejara ver a una paciente a quien, al parecer, llevaba años sin tratar. Al cabo de un momento, Anders Jonasson le echó un vistazo al reloj y constató que eran poco menos de las siete de la tarde. Cogió el teléfono y llamó a Martina Karlgren, la psicóloga de apoyo cuyos servicios ofrecía el Sahlgrenska a los pacientes que habían sufrido un trauma.

– Hola. Supongo que ya has acabado por hoy. ¿Te llamo en mal momento?

– No te preocupes. Estoy en casa y no hago nada en particular.

– Es que tengo una duda: tú has hablado con nuestra paciente Lisbeth Salander… ¿Me podrías decir cuáles son tus impresiones?

– Bueno, la he visitado tres veces y me he prestado a hablar con ella. Y siempre ha declinado la oferta, de forma amable pero resuelta.

– Ya, pero ¿qué impresión te produce?

– ¿Qué quieres decir?

– Martina, sé que no eres psiquiatra, pero eres una persona inteligente y sensata. ¿Qué impresión te ha dado?

Martina Karlgren dudó un instante.

– No sé muy bien cómo contestar a esa pregunta. La vi dos veces cuando estaba prácticamente recién ingresada y se encontraba en tan mal estado que no conseguí establecer ningún verdadero contacto con ella. Luego la volví a visitar, hará más o menos una semana, porque me lo pidió Helena Endrin.