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– Te puedo asegurar que es ciento por ciento verdadera.

– Pues yo voy a explicarte por qué hay un error fundamental en el artículo. ¿Quién te dio el soplo?

– Una fuente policial.

– ¿Quién?

Johannes Frisk dudó. Era una reacción automática. Al igual que todos los demás periodistas del mundo, se mostraba reacio a revelar el nombre de su fuente. Pero, por otra parte, Erika Berger era la redactora jefe y, por consiguiente, una de las pocas personas que podían requerirle esa información.

– Un policía de la brigada de delitos violentos llamado Hans Faste.

– ¿Te llamó él a ti o lo llamaste tú a él?

– Me llamó él a mí.

Erika Berger movió afirmativamente la cabeza.

– ¿Por qué crees que te llamó?

– Lo entrevisté un par de veces cuando perseguían a Salander. Sabe quién soy.

– Y sabe que tienes veintisiete años, que estás haciendo una suplencia y que te puede utilizar a su antojo cada vez que quiere sacar a la luz una información que al fiscal le interesa difundir.

– Sí, ya, todo eso lo entiendo. Pero, mira, un policía me da un soplo, voy a tomar un café con Faste y me cuenta todo esto. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? Lo he citado tal cual.

– Estoy convencida de que lo has citado tal cual. Pero lo que deberías haber hecho es llevarle la información a Anders Holm, quien, a su vez, debería haber llamado a mi puerta para explicarme la situación y juntos deberíamos haber decidido cómo actuar.

– Entiendo. Pero yo…

– Le diste el material a Holm, el jefe de Noticias. Tú hiciste lo que debías; es Holm quien actuó mal. Pero analicemos tu artículo. Primero, ¿por qué quiere Faste filtrar esa información?

Johannes Frisk se encogió de hombros.

– ¿Qué quiere decir eso: que no lo sabes o que pasas del tema?

– Que no lo sé.

– Vale. Y si yo te digo que esta historia es completamente falsa y que Salander no tiene nada que ver con los anabolizantes, ¿qué me dices?

– No puedo demostrar lo contrario.

– Exacto. Con lo cual me estás diciendo que tú crees que debemos publicar una historia que tal vez sea falsa sólo porque carecemos de conocimientos sobre lo contrario.

– No, tenemos una responsabilidad periodística. Pero se trata de buscar el equilibrio. No podemos renunciar a publicar cuando existe una fuente que, de hecho, afirma explícitamente algo.

– Filosofía pura. Podríamos preguntarnos por qué le interesa a esa fuente que esa información salga a la luz. Déjame que te explique por qué he dado la orden de que todo lo que esté relacionado con Salander pase por mi mesa: da la casualidad de que yo tengo ciertos conocimientos sobre el tema que nadie más de esta redacción tiene. Los de la redacción de temas jurídicos están al corriente de ello y saben que no puedo contarles nada. Millennium va a publicar un reportaje que, por razones contractuales, no puedo revelarle al SMP, a pesar de estar trabajando aquí. Recibí la información en calidad de redactora jefe de Millennium y ahora mismo me encuentro entre dos tierras. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

– Sí.

– Y esos conocimientos míos de cuando yo estaba en Millennium me permiten afirmar, sin el menor atisbo de duda, que esa historia es una mentira y que su único objetivo es hacerle daño a Lisbeth Salander ante el inminente juicio.

– No es fácil hacerle daño a Lisbeth Salander después de todas las cosas que se han dicho sobre ella…

– Cosas que, en su mayoría, son falsas y retorcidas. Hans Faste es uno de los responsables de que se hayan extendido todas esas ideas de que Lisbeth Salander es una paranoica y violenta lesbiana que se dedica al satanismo y al sexo BDSM. Y los medios de comunicación han comprado la campaña de Faste por la sencilla razón de que se trata de una fuente aparentemente seria y porque siempre resulta divertido escribir sobre sexo. Y ahora lo que pretende es darle un nuevo enfoque para continuar minando la imagen que la opinión pública tiene de Lisbeth Salander, y quiere que el SMP le ayude a difundirlo. Sorry, pero conmigo no.

– Entiendo.

– ¿Ah, sí? Bien. Entonces te lo resumiré en una sola frase: tu misión como periodista consiste en cuestionarlo y examinarlo todo con sentido crítico, no en repetir lo primero que alguien te diga, por muy bien situado que esté en la administración del Estado. Que no se te olvide nunca. Escribes muy bien, pero ese talento no tendrá ningún valor si olvidas tu misión.

– Ya.

– Voy a suprimir tu artículo.

– Vale.

– No se sostiene. No me creo el contenido.

– De acuerdo.

– Eso no significa que no confíe en ti.

– Gracias.

– Por eso voy a mandarte a tu mesa y proponerte un nuevo artículo.

– ¿Ah, sí?

– Está relacionado con mi contrato con Millennium. No puedo revelar, por lo tanto, lo que sé de la historia de Salander. Al mismo tiempo, soy redactora jefe de un periódico que corre el riesgo de patinar considerablemente porque la redacción no tiene la información de la que yo dispongo.

– Mmm.

– Y eso no puede ser. Nos hallamos ante una situación única y que sólo atañe a Salander. Por eso he decidido buscar a un reportero al que guiar por el buen camino para que no nos pillen con los pantalones bajados y el culo al aire cuando Millennium publique la historia.

– ¿Y tú crees que Millennium va a publicar algo remarcable sobre Salander?

– No es que lo crea; lo sé. Millennium está preparando un scoop que le dará la vuelta a la historia de Salander y me saca de quicio no poder hacerlo yo. Pero, simplemente, resulta imposible.

– Pero acabas de decir que suprimes mi artículo porque sabes que es falso… Con lo cual has dado a entender que hay algo en esta historia que todos los periodistas han pasado por alto.

– Exacto.

– Perdóname, pero me cuesta creer que todos los medios de comunicación de Suecia hayan caído en la misma trampa…

– Lisbeth Salander ha sido objeto de una persecución mediática. En esos casos las normas establecidas dejan de tener vigencia y cualquier sinsentido va a parar a primera página.

– ¿Me quieres decir que Lisbeth Salander no es lo que parece?

– Empieza por imaginarte que es inocente de los cargos de los que se la acusa, que la imagen que se ha dado de ella en las portadas de los periódicos es una tontería y que hay en movimiento otras fuerzas muy diferentes a las que han salido a la luz hasta ahora.

– ¿Eso es lo que piensas?

Erika Berger asintió con la cabeza.

– Entonces eso significa que lo que acabo de escribir es parte de una continua campaña contra ella.

– Exacto.

– Pero ¿no me puedes decir de qué va la historia?

– No.

Pensativo, Johannes Frisk se rascó un instante la cabeza. Erika Berger esperó.

– De acuerdo… ¿Qué quieres que haga?

– Vuelve a tu mesa y ponte a pensar en otro reportaje. No te estreses, pero poco antes del juicio me gustaría poder publicar un largo texto, tal vez de dos páginas enteras, que analice el grado de veracidad de todas las afirmaciones que se han hecho hasta ahora sobre Lisbeth Salander. Empieza por los recortes de prensa: haz una lista de todas las cosas que se han dicho sobre ella y luego las vas repasando una por una.

– Vale…

– Piensa como un periodista. Averigua quién difunde la historia, por qué lo hace y a quién beneficia.

– Pero no estaré en el SMP cuando empiece el juicio. Como ya te he dicho, ésta es mi última semana de suplencia.

Erika abrió una funda de plástico que sacó de un cajón de su mesa y le dio un papel a Johannes Frisk.

– He prolongado tu suplencia tres meses más. Continúa esta semana con tu trabajo y el lunes vienes a verme.

– Vale…

– Bueno, si es que quieres que prolonguemos tu contrato…

– Claro que sí.

– Se te contratará para hacer una investigación al margen del habitual trabajo de redacción. Estarás bajo mis órdenes directas. Cubrirás de modo especial el juicio de Salander por encargo del SMP.