– Y hemos podido constatar que cuentas con una gran confianza dentro de la policía… y, por supuesto, en los círculos gubernamentales -añadió Nyström.
Ekström parecía contento. Que personas anónimas de los círculos gubernamentales tuvieran confianza en él era una información que, de forma tácita, insinuaba que podía contar con cierta gratitud en el caso de que jugara bien sus cartas. Era un buen presagio para el futuro de su carrera profesional.
– Entiendo… ¿Y qué es lo que en realidad quieres?
– Mi misión es, dicho en pocas palabras, ayudarte de la manera más discreta posible con mis conocimientos. Ya sabes lo increíblemente complicada que se ha vuelto esta historia. Por una parte, se está realizando, como es debido, la instrucción de un sumario del que tú eres el máximo responsable. Nadie, ni el gobierno ni la policía de seguridad ni ningún otro, puede entrometerse en cómo la estás llevando a cabo. Tu trabajo consiste en encontrar la verdad y procesar a los culpables. Es una de las funciones más importantes de un Estado de derecho.
Ekström asintió.
– Por otra parte, sería una catástrofe nacional de proporciones más bien incomprensibles que toda la verdad sobre el caso Zalachenko saliera a la luz.
– Entonces, ¿cuál es el objetivo de tu visita?
– Primero, concienciarte de lo delicado del asunto. Creo que Suecia no se ha encontrado en una situación tan delicada desde la segunda guerra mundial. Podríamos decir que el destino de nuestro país está, en cierta medida, en tus manos.
– ¿Quién es tu jefe?
– Lo siento, pero no se me permite revelar el nombre de las personas que están trabajando en este tema. Déjame decirte tan sólo que mis instrucciones proceden de la máxima autoridad imaginable.
¡Dios mío! Actúa por orden del gobierno. Pero no lo puede decir porque provocaría una catástrofe política.
Nyström vio que Ekström mordía el anzuelo.
– Lo que sí puedo hacer, en cambio, es proporcionarte alguna información. Tengo amplios poderes para, siguiendo mi propio criterio, iniciarte en el conocimiento de cierto material que se cuenta entre lo más secreto de este país.
– De acuerdo.
– Eso significa que cuando tengas dudas sobre algo, sea lo que sea, es a mí a quien debes dirigirte. No hablarás con nadie más dentro de la policía de seguridad; sólo conmigo. Mi misión consiste en guiarte por este laberinto y, si se produce un choque de diferentes intereses, nos ayudaremos mutuamente a encontrar soluciones.
– Entiendo. En ese caso es mi deber comunicarte que agradezco que tú y tus colegas estéis dispuestos a facilitarme la labor de esa manera.
– Queremos que el proceso judicial siga su curso, aunque la situación es difícil.
– Bien. Te aseguro que voy a ser muy discreto; no es la primera vez que manejo información clasificada…
– No, ya lo sabemos.
En ese primer encuentro Ekström le había hecho docenas de preguntas que Nyström apuntó con total meticulosidad y que luego intentó contestar en la medida de lo posible. En esta tercera visita le respondería a varias de ellas. La más importante de todas se refería al grado de veracidad del informe de Björck de 1991.
– Eso es un problema -dijo Nyström.
Parecía preocupado.
– Tal vez deba empezar por explicarte que, desde que ese informe salió a flote, hemos tenido un grupo de análisis trabajando prácticamente día y noche con la única misión de averiguar lo que en realidad sucedió. Y estamos llegando a un punto en el que ya podemos empezar a sacar conclusiones. Y son conclusiones muy desagradables.
– Eso lo puedo entender, pues ese informe afirma que la policía de seguridad y el psiquiatra Peter Teleborian conspiraron para meter a Lisbeth Salander en una clínica psiquiátrica.
– ¡Ojalá no fuera más que eso! -dijo Nyström con una ligera sonrisa.
– ¿Ojalá?
– Sí. Porque, si fuera así, la cosa sería muy sencilla. Entonces se habría cometido un delito que llevaría a un proceso. El problema es que el informe no concuerda con los que se encuentran en nuestros archivos.
– ¿Qué quieres decir?
Nyström sacó una carpeta azul y la abrió.
– Éste es el verdadero informe que Gunnar Björck redactó en 1991. Aquí también están los documentos originales de la correspondencia que mantuvo con Teleborian y que guardamos en nuestro archivo. El problema es que las versiones no se corresponden.
– Aclárame eso.
– Lo peor de la historia es que Björck se ahorcara. Suponemos que no pudo hacer frente al hecho de que se descubrieran sus deslices sexuales. Millennium pensaba ponerlo en evidencia. Aquello lo condujo a una desesperación tan profunda que optó por quitarse la vida.
– Sí…
– El informe original es una investigación sobre los intentos de Lisbeth Salander de matar a su padre, Alexander Zalachenko, con una bomba incendiaria. Las primeras treinta páginas del informe que Blomkvist encontró concuerdan con el original. En ellas no hay nada raro. Es a partir de la página treinta y tres, cuando Björck extrae sus conclusiones y hace una serie de recomendaciones, donde surge la discrepancia.
– ¿Cómo?
– En la versión original, Björck recomienda claramente cinco cosas. No tenemos por qué ocultar que lo que se pretendía era suavizar el asunto Zalachenko en los medios de comunicación. Björck propone que la rehabilitación de Zalachenko, pues sufría graves quemaduras, se efectuara en el extranjero. Y cuestiones por el estilo. También propone que se le ofrezcan a Lisbeth Salander los mejores cuidados psiquiátricos imaginables.
– Vale…
– El problema es que se han modificado, muy sutilmente, unas cuantas frases. En la página treinta y cuatro hay un pasaje donde Björck parece sugerir que Salander sea tachada de psicótica con el fin de echar por tierra su credibilidad en el caso de que alguien empezara a hacer preguntas sobre Zalachenko.
– ¿Y ese pasaje no figura en el informe original?
– Eso es. Gunnar Björck nunca escribió nada semejante. Además, habría constituido una vulneración de la ley. Lo que él propuso fue que ella tuviera la asistencia que en realidad necesitaba. En la copia de Blomkvist eso se ha convertido en una conspiración.
– ¿Puedo leer el original?
– Toma. Pero tengo que llevármelo cuando me vaya. Y antes de que lo leas, déjame que llame tu atención sobre el anexo con la correspondencia que a continuación mantuvieron Björck y Teleborian. Casi toda ella es una clara falsificación. Ya no se trata de cambios sutiles sino de graves falsificaciones.
– ¿Falsificaciones?
– Creo que, en este caso, es la palabra más adecuada. El original da fe de que Peter Teleborian recibió el encargo que le hizo el tribunal para que le realizara un examen psiquiátrico forense a Lisbeth Salander. Hasta ahí todo resulta de lo más normal: Lisbeth Salander tenía doce años y había intentado matar a su padre con una bomba incendiaria; lo llamativo habría sido que no se le hubiera hecho un estudio psiquiátrico.
– Es verdad.
– Si tú hubieses sido el fiscal, supongo que también habrías pedido un informe pericial tanto social como psiquiátrico.
– Por supuesto.
– Por aquel entonces, Teleborian ya era un conocido y respetado psiquiatra infantil y además tenía experiencia en psiquiatría forense. Le encargaron la tarea, efectuó la pertinente evaluación y llegó a la conclusión de que Lisbeth Salander estaba psíquicamente enferma… No creo que sea necesario que entre en los detalles técnicos.
– Bien…
– Teleborian dejó constancia de eso en un informe que envió a Björck y que luego fue presentado ante el tribunal, que decidió que Salander ingresara en Sankt Stefan.
– Entiendo.
– En la versión de Blomkvist, el informe de Teleborian brilla por su ausencia. En su lugar, hay una correspondencia entre Björck y Teleborian que insinúa que Björck le insta a simular una evaluación psiquiátrica.