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Se levantó y se puso a su lado, junto al cristal.

– Descubrirás que ahí fuera te espera toda una serie de adversarios: jefes del turno de día y veteranos editores de textos que han creado sus propios y pequeños imperios y que son dueños de clubes de los que no puedes ser miembro. Intentarán tantear cuál es tu límite y colocar sus propios titulares y sus propios enfoques; vas a tener que actuar con mucha mano dura para hacerles frente.

Erika asintió.

– Luego están los jefes del turno de noche, Billinger y Karlsson… son un capítulo aparte. Se odian y, gracias a Dios, no hacen el mismo turno, pero se comportan como si fueran tanto los redactores jefe como los máximos responsables del periódico. Y tienes a Anders Holm, que es jefe de Noticias y con el que tendrás bastante relación. Seguro que os pelearéis unas cuantas veces. En realidad es él quien hace el SMP todos los días. Contarás con algunos reporteros que van de divos y otros que, para serte sincero, deberían jubilarse.

– ¿No hay ningún colaborador bueno?

De repente Morander se rió.

– Pues sí. Pero ya decidirás tú misma con quién quieres llevarte bien. Ahí fuera hay unos cuantos reporteros que son muy pero que muy buenos.

– ¿Y la dirección?

– El presidente de la junta directiva es Magnus Borgsjö. Fue él quien te reclutó. Es una persona encantadora, a caballo entre la vieja escuela y un aire renovador, pero, sobre todo, es quien manda. Hay otros miembros de la junta, algunos de ellos pertenecientes a la familia propietaria, que, más que otra cosa, parece que sólo están pasando el rato, y unos cuantos más que son miembros de varias juntas directivas y revolotean de un lado para otro y de reunión en reunión.

– Parece que no estás muy contento con la junta.

– Es que hay una clara división: tú publicas el periódico, ellos se encargan de la economía. No deben entrometerse en el contenido del periódico, pero siempre surgen situaciones comprometidas. Para serte sincero, Erika, esto te resultará muy duro.

– ¿Por qué?

– Desde los gloriosos días de los años sesenta, la tirada se ha visto reducida en casi ciento cincuenta mil ejemplares y el SMP empieza a acercarse a ese punto en el que no resulta rentable. Hemos reestructurado la empresa y hecho un recorte de más de ciento ochenta puestos de trabajo desde 1980. Hemos pasado al formato tabloide: algo que deberíamos haber hecho hace ya veinte años. El SMP sigue perteneciendo a los grandes periódicos, pero no falta mucho para que empiecen a considerarnos un periódico de segunda. Si es que no lo somos ya.

– Entonces, ¿por qué me han contratado? -preguntó Erika.

– Porque la edad media de los que leen el SMP es de más de cincuenta años y la incorporación de nuevos lectores de veinte años es prácticamente nula. El SMP tiene que renovarse. Y la idea de la junta era la de fichar a la redactora jefe más insospechada que se pudiera imaginar.

– ¿A una mujer?

– No sólo a una mujer, sino a la mujer que acabó con el imperio Wennerström, considerada la reina del periodismo de investigación y con fama de ser más dura que ninguna otra. Resultaba irresistible. Si tú no eres capaz de darle un nuevo aire al periódico, nadie podrá hacerlo. El SMP no ha contratado tanto a Erika Berger como a su reputación.

Eran poco más de las dos de la tarde cuando Mikael Blomkvist dejó el café Copacabana, situado junto al Kvartersbion de Hornstull. Se puso las gafas de sol y, al torcer por Bergsunds Strand para dirigirse al metro, descubrió casi inmediatamente un Volvo gris aparcado en la esquina. Pasó ante él sin aminorar el paso y constató que se trataba de la misma matrícula y que el coche estaba vacío.

Era la séptima vez que lo veía en los últimos cuatro días. No sabría decir si hacía mucho tiempo que el vehículo andaba rondando por allí, pues el hecho de que hubiese advertido su presencia había sido fruto de la más pura casualidad. La primera vez que reparó en él fue el miércoles por la mañana, cuando, de camino a la redacción de Millennium, lo vio aparcado cerca de su domicilio de Bellmansgatan. Se fijó por casualidad en la matrícula, que empezaba con las letras KAB, y reaccionó porque ése era el nombre de la empresa de Alexander Zalachenko: Karl Axel Bodin. Probablemente no habría reflexionado más sobre el tema si no hubiera sido porque, tan sólo unas cuantas horas después, vio ese mismo coche cuando comió con Henry Cortez y Malin Eriksson en Medborgarplatsen. En esa ocasión el Volvo se hallaba aparcado en una calle perpendicular a la redacción de Millennium.

Se preguntó si no se estaría convirtiendo en un paranoico, pero poco después visitó a Holger Palmgren en la residencia de Ersta y el Volvo gris estaba en el aparcamiento reservado para las visitas. Demasiada casualidad. Mikael Blomkvist empezó a mantener la vigilancia a su alrededor. No se sorprendió cuando, a la mañana siguiente, lo volvió a descubrir.

En ninguna de las ocasiones pudo ver a su conductor. Una llamada al registro de coches, sin embargo, le informó de que el turismo figuraba registrado a nombre de un tal Göran Mårtensson, de cuarenta años y domiciliado en Vittangigatan, Vällingby. Siguió investigando y descubrió que Göran Mårtensson poseía el título de consultor empresarial y que era el propietario de una sociedad domiciliada en un apartado postal de Fleminggatan, en Kungsholmen. Mårtensson tenía un interesante curriculum. En 1983, cuando contaba dieciocho años, hizo el servicio militar en la unidad especial de defensa costera y luego continuó como profesional en las Fuerzas Armadas. Ascendió a teniente y en 1989 se despidió y recondujo su carrera ingresando en la Academia de policía de Solna. Entre 1991 y 1996 trabajó en la policía de Estocolmo. En 1997 desapareció del servicio y en 1999 registró su propia empresa.

Conclusión: la Säpo.

Mikael se mordió el labio inferior. Un periodista de investigación podría volverse paranoico con bastante menos. Mikael llegó a la conclusión de que se hallaba bajo una discreta vigilancia, pero que ésta se efectuaba con tanta torpeza que se había dado cuenta.

O a lo mejor no era tan torpe: la única razón por la que se había percatado de la existencia del coche residía en esa matrícula que, por casualidad, llamó su atención porque encerraba un significado para él. Si no hubiese sido por KAB, ni siquiera se habría dignado a mirar el coche.

Durante toda la jornada del viernes, KAB brilló por su ausencia. Mikael no estaba del todo seguro, pero ese día creía haber sido seguido por un Audi rojo, aunque no consiguió ver la matrícula. El sábado, sin embargo, el Volvo volvió a aparecer.

Justo veinte segundos después de que Mikael Blomkvist abandonara el café Copacabana, Christer Malm, apostado en la sombra de la terraza del café Rosso, al otro lado de la calle, cogió su Nikon digital y sacó una serie de doce fotografías. Fotografió a los dos hombres que salieron del café poco después de Mikael y que fueron tras él pasando por delante del Kvartersbion.

Uno de los hombres era rubio y de una mediana edad difícil de precisar, aunque más tirando a joven que a viejo. El otro, que parecía algo mayor, tenía el pelo fino y rubio, más bien pelirrojo, y llevaba unas gafas de sol. Los dos vestían vaqueros y oscuras cazadoras de cuero.

Se despidieron junto al Volvo gris. El mayor abrió la puerta del coche mientras el joven seguía a Mikael Blomkvist hasta el metro.

Christer Malm bajó la cámara y suspiró. No tenía ni idea de por qué Mikael lo había cogido aparte y le había pedido encarecidamente que el domingo por la tarde se diera unas cuantas vueltas por los alrededores del café Copacabana para ver si podía encontrar un Volvo gris con la matrícula en cuestión. Le dio instrucciones para que se colocara de tal manera que pudiera fotografiar a la persona que, con toda probabilidad, abriría la puerta del coche poco después de las tres. Al mismo tiempo, debía mantener los ojos bien abiertos por si alguien seguía a Mikael Blomkvist.