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SEGUNDA PARTE: Hacker Republic

Del 1 al 22 de mayo

Una ley irlandesa del año 697 prohibe que las mujeres sean militares, lo que da a entender que, antes de ese año, las mujeres fueron militares. Los pueblos que en distintos momentos de la historia han tenido mujeres soldado son, entre otros, los árabes, los bereberes, los kurdos, los rajputas, los chinos, los filipinos, los maoríes, los papuas, los aborígenes australianos y los micronesios, así como los indios americanos.

Hay una rica flora de leyendas sobre las temibles guerreras de la Grecia antigua: historias que hablan de mujeres que, desde su más tierna infancia, fueron entrenadas en el arte de la guerra y el manejo de las armas, así como adiestradas para soportar toda clase de sufrimientos físicos. Vivían separadas de los hombres y se fueron a la guerra con sus propios regimientos. Los relatos contienen a menudo pasajes en los que se insinúa que vencieron a los hombres en el campo de batalla. Las amazonas son mencionadas en la literatura griega en obras como la Ilíada de Homero, escrita más de setecientos años antes de Cristo.

También fueron los griegos los que acuñaron el término amazona. La palabra significa literalmente «sin pecho» porque, con el objetivo de que a las mujeres les resultara más fácil tensar el arco, les quitaban el pecho derecho. Aunque parece ser que dos de los médicos griegos más importantes de la historia, Hipócrates y Galeno, estaban de acuerdo en que ese tipo de operación aumentaba la capacidad de usar armas, resulta dudoso que, en efecto, se les practicara. La palabra encierra una duda lingüística implícita, pues no queda del todo claro que el prefijo «a» de «amazona» signifique en realidad «sin»; incluso se ha llegado a sugerir que su verdadero significado sea el opuesto: que una amazona fuera una mujer con pechos particularmente grandes. Tampoco existe en ningún museo ni un solo ejemplo de imagen, amuleto o estatua que represente a una mujer sin el pecho derecho, cosa que, en el caso de que la leyenda sobre la extirpación del pecho hubiese sido cierta, debería haber sido un motivo más que frecuente de representación artística.

Capítulo 8 Domingo, 1 de mayo – Lunes, 2 de mayo

Erika Berger inspiró profundamente antes de abrir la puerta del ascensor y entrar en la redacción del Svenska Morgon-Posten. Eran las diez y cuarto de la mañana. Iba impecable: unos pantalones negros, un jersey rojo y una americana oscura. Había amanecido un primer día de mayo espléndido y, al atravesar la ciudad, advirtió que los integrantes del movimiento obrero ya se estaban reuniendo, lo que la llevó a pensar que ya hacía más de veinte años que ella no participaba en ninguna manifestación.

Permaneció un momento ante las puertas del ascensor, completamente sola y fuera de la vista de todo el mundo. El primer día en su nuevo trabajo. Desde su puesto, junto a la entrada, se divisaba una gran parte de la redacción, con el mostrador de noticias en el centro. Alzó un poco la mirada y vio las puertas de cristal del despacho del redactor jefe que, durante los próximos años, sería su lugar de trabajo.

No estaba del todo convencida de ser la persona más adecuada para dirigir esa amorfa organización que el Svenska Morgon-Posten constituía. Cambiar de Millennium -que tan sólo contaba con cinco empleados- a un periódico compuesto por ochenta periodistas y otras noventa personas más entre administrativos, personal técnico, maquetadores, fotógrafos, vendedores de anuncios, distribución y todo lo que se necesita para editar un periódico, suponía dar un paso de gigante. A eso había que añadirle una editorial, una productora y una sociedad de gestión. En total, unas doscientas treinta personas.

Se preguntó por un breve instante si todo aquello no sería un enorme error.

Luego la mayor de las dos recepcionistas, al percatarse de quién era la recién llegada a la redacción, salió de detrás del mostrador y le estrechó la mano.

– Señora Berger. Bienvenida al SMP.

– Llámame Erika. Hola.

– Beatrice. Bienvenida. Te acompañaré al despacho del redactor jefe Morander… Bueno, del antiguo redactor jefe, quiero decir.

– Muy amable, pero ya lo estoy viendo en esa jaula de cristal -dijo Erika, sonriendo-. Creo que encontraré el camino. De todos modos, muchas gracias por tu amabilidad.

Al cruzar la redacción a paso ligero advirtió que el murmullo de la redacción se reducía un poco. De repente sintió que todas las miradas se concentraban en ella. Se detuvo ante el mostrador central de noticias y saludó con un movimiento de cabeza.

– Luego tendremos ocasión de saludarnos como es debido -dijo para continuar caminando y llamar al marco de la puerta de cristal.

El redactor jefe Håkan Morander, que pronto dejaría su cargo, tenía cincuenta y nueve años, doce de los cuales los había pasado en ese cubo de cristal de la redacción del SMP. Al igual que Erika Berger, venía de otro periódico y, en su día, fue contratado a dedo; de modo que ya había dado ese mismo primer paseo que ella acababa de dar. Al alzar la vista la contempló algo desconcertado, consultó su reloj y se levantó.

– Hola, Erika -saludó-. Creía que empezabas el lunes.

– No podía aguantar ni un día más en casa. Así que aquí estoy.

Morander le estrechó la mano.

– Bienvenida. ¡Qué bien que alguien me releve, joder!

– ¿Cómo estás? -preguntó Erika.

Se encogió de hombros en el mismo momento en que Beatrice, la recepcionista, entraba con café y leche.

– Es como si ya funcionara a medio gas. La verdad es que prefiero no hablar de eso. Uno va por la vida sintiéndose joven e inmortal y luego, de repente, te dicen que te queda muy poco tiempo. Y si hay una cosa que tengo clara, es que no pienso malgastar lo que me quede en esta jaula de cristal.

Se frotó inconscientemente el pecho. Tenía problemas cardiovasculares: la razón de su repentina dimisión y de que Erika empezara varios meses antes de lo que en un principio se había previsto.

Erika se dio la vuelta y abarcó toda la redacción con la mirada. Estaba medio vacía. Vio a un reportero y a un fotógrafo de camino al ascensor dispuestos a cubrir -supuso ella- la manifestación del uno de mayo.

– Si molesto o si estás ocupado, dímelo y me voy.

– Lo único que tengo que hacer hoy es redactar un editorial de cuatro mil quinientos caracteres sobre las manifestaciones del uno de mayo. He escrito ya tantos que podría hacerlo hasta durmiendo. Si los socialistas quieren ir a la guerra con Dinamarca, yo tengo que explicar por qué se equivocan. Y si los socialistas quieren evitar la guerra con Dinamarca, yo tengo que explicar por qué se equivocan.

– ¿Con Dinamarca? -preguntó Erika.

– Bueno, es que una parte del mensaje del uno de mayo debe tratar sobre el conflicto de la integración. Y ni que decir tiene que, digan lo que digan, los socialistas están muy equivocados.

De pronto, soltó una carcajada.

– Suena cínico -dijo ella.

– Bienvenida al SMP.

Erika no tenía ninguna opinión formada de antemano sobre el redactor jefe Håkan Morander. Para ella era un anónimo y poderoso hombre que pertenecía a la élite de los redactores jefe. Cuando leía sus editoriales, le resultaba aburrido, conservador y todo un experto a la hora de quejarse de los impuestos, el típico liberal apasionado defensor de la libertad de expresión, pero nunca había tenido ocasión de conocerlo en persona ni de hablar con él.

– Háblame del trabajo -dijo ella.

– Yo me iré el último día de junio. Trabajaremos al alimón durante dos meses. Descubrirás cosas positivas y cosas negativas. Yo soy un cínico, de manera que por regla general suelo ver tan sólo lo negativo.