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– Vale -dijo Armanskij mientras reunía la documentación de Mikael-. ¿Te parece bien, entonces, que le lleve todo esto a mi contacto?

– Siempre y cuando se trate de alguien de confianza.

– Sé que es una persona con un gran sentido de la ética y una vida impecablemente democrática.

– ¿En la Säpo? -preguntó Mikael Blomkvist con una evidente duda en la voz.

– Tenemos que ponernos de acuerdo. Tanto Holger Palmgren como yo hemos aceptado tu plan y vamos a colaborar contigo. Pero te aseguro que solos no podemos actuar. Habrá que buscar aliados dentro de la administración si no queremos que esto acabe mal.

– De acuerdo -dijo Mikael a regañadientes-. Estoy demasiado acostumbrado a esperar a que Millennium esté en la calle para desentenderme de un tema. Nunca he dado información sobre una historia antes de haberla publicado.

– Pues con ésta ya lo has hecho. No sólo me lo has contado a mí, sino también a tu hermana y a Palmgren.

Mikael asintió.

– Y lo has hecho porque incluso tú te has dado cuenta de que este asunto va mucho más allá de unos titulares en tu revista. En este caso no eres un periodista objetivo sino un personaje que influye en el desarrollo de los acontecimientos.

Mikael movió afirmativamente la cabeza.

– Y, como tal, necesitas ayuda para lograr lo que te has propuesto.

Mikael volvió a asentir. De todos modos, no les había contado toda la verdad ni a Armanskij ni a Annika Giannini. Seguía guardando secretos que sólo compartía con Lisbeth Salander. Le estrechó la mano a Armanskij.

Capítulo 9 Miércoles, 4 de mayo

El redactor jefe Håkan Morander falleció a mediodía, tres días después de que Erika Berger entrara como redactora jefe en prácticas en el SMP. Había pasado toda la mañana metido en el cubo de cristal mientras Erika, acompañada del secretario de redacción, Peter Fredriksson, se reunía con la redacción de deportes para saludar a los colaboradores y hacerse una idea de su forma de trabajar. Fredriksson tenía cuarenta y cinco años y, al igual que Erika Berger, era bastante nuevo en el SMP. Sólo llevaba cuatro años en el periódico. Era una persona callada y bastante competente y agradable; Erika ya había decidido que confiaría en sus conocimientos cuando le llegara el momento de hacerse con el timón del barco. Consagró gran parte de su tiempo a decidir en quiénes depositar su confianza para poder incorporarlos inmediatamente a su equipo. Fredriksson era, sin duda, uno de los candidatos. Cuando volvieron al mostrador central vieron cómo Håkan Morander se levantaba y se acercaba a la puerta del cubo de cristal. Parecía asombrado.

Luego se echó bruscamente hacia delante y se agarró al respaldo de una silla durante unos segundos antes de desplomarse al suelo.

Falleció antes de que llegara la ambulancia.

Esa tarde reinó el desconcierto en la redacción. Borgsjö, el presidente de la junta directiva, llegó a eso de las dos y reunió a los colaboradores para pronunciar unas breves palabras de recuerdo. Habló de cómo Morander había consagrado al periódico los últimos quince años de su vida y del precio que a veces exigía el periodismo. Guardaron un minuto de silencio. Acto seguido, miró inseguro a su alrededor como si no supiera muy bien cómo continuar.

Que alguien fallezca en su lugar de trabajo es algo muy poco frecuente; incluso es raro. La gente debe tener la gentileza de retirarse para morir. Debe desaparecer: jubilarse o ingresar en un hospital y reaparecer un día, de repente, para convertirse en tema de conversación en la cafetería: por cierto, ¿te has enterado de que el viejo Karlsson murió el viernes pasado? Sí, el corazón… El sindicato le va a enviar unas flores. Sin embargo, morir en tu puesto de trabajo ante los mismos ojos de tus compañeros resulta bastante más incómodo. Erika advirtió el shock que se había apoderado de la redacción. El SMP se había quedado sin timonel. De golpe, reparó en que varios de los colaboradores la miraban por el rabillo del ojo. La carta desconocida.

Sin que nadie se lo pidiera y sin saber muy bien qué decir, carraspeó, dio un pequeño paso hacia delante y habló con un tono de voz alto y firme.

– En total sólo he podido tratar a Håkan Morander tres días. No es mucho tiempo pero, por lo poco que he tenido ocasión de ver, lo cierto es que me habría gustado llegar a conocerlo mejor.

Hizo una pausa al darse cuenta por el rabillo del ojo de que Borgsjö la estaba mirando. Parecía sorprendido por el hecho de que ella se hubiese pronunciado. Dio otro paso hacia delante. No sonrías. No debes sonreír. Eso te da un aire de inseguridad. Alzó ligeramente la voz.

– Con el inesperado fallecimiento de Morander se nos plantea un problema: yo no iba a sucederle hasta dentro de dos meses y confiaba en aprender de su experiencia durante ese tiempo.

Se percató de que Borgsjö abrió la boca para decir algo.

– Lo cierto es que eso ya no va a suceder y que a partir de ahora vamos a vivir una época de cambios. Pero no olvidemos que Morander era el redactor jefe de este periódico, y este periódico debe salir también mañana. Nos quedan nueve horas para el cierre y sólo cuatro para terminar el editorial. Me gustaría preguntaros… quién de vosotros era el mejor amigo y el más íntimo confidente de Morander.

Los colaboradores se miraron unos a otros y un breve silencio invadió la sala. Al final, Erika oyó una voz por la izquierda:

– Creo que era yo.

Gunnar Magnusson, sesenta y un años, secretario de redacción de la sección de Opinión y colaborador del SMP desde hacía treinta y cinco años.

– Alguien tiene que sentarse a escribir una necrológica sobre Morander. Yo no puedo hacerlo: sería demasiado presuntuoso por mi parte. ¿Te ves con fuerzas?

Gunnar Magnusson dudó un instante, pero acabó asintiendo.

– Déjalo en mis manos -respondió.

– Le dedicaremos toda la página del editorial; prescindiremos del resto.

Gunnar asintió nuevamente.

– Necesitamos fotografías…

Erika desplazó la mirada a la derecha y se detuvo en Lennart Torkelsson, el jefe de fotografía. Este asintió.

– Hay que ponerse en marcha. Es muy posible que esto se tambalee un poco en las próximas semanas. Cuando necesite ayuda para tomar decisiones os pediré consejo y confiaré en vuestra competencia y experiencia. Vosotros sabéis cómo se hace este periódico mientras que a mí aún me queda mucho por aprender.

Se dirigió al secretario de redacción, Peter Fredriksson.

– Peter, sé que Morander confiaba mucho en ti. Durante un tiempo tendrás que ser mi mentor y llevar una carga un poco más pesada de lo habitual. Me gustaría que fueras mi consejero. ¿Te parece bien?

Movió afirmativamente la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Erika volvió a centrarse en el editorial.

– Otra cosa: esta mañana Morander estuvo redactando el editorial. Gunnar, ¿podrías entrar en su ordenador para ver si lo llegó a terminar? Aunque, de todos modos, lo vamos a publicar: se trata de su último editorial y sería una pena y una vergüenza no hacerlo. El periódico que vamos a hacer hoy sigue siendo el periódico de Håkan Morander.

Silencio.

– Si alguno de vosotros necesita descansar un rato para estar solo y pensar, que lo haga sin el menor remordimiento. Todos sabéis ya cuáles son nuestros deadlines.

Silencio. Advirtió que algunos movían la cabeza en señal de semiaprobación.

– Go to work, boys and girls -dijo en voz baja.

Jerker Holmberg hizo un gesto de impotencia con las manos. Jan Bublanski y Sonja Modig parecían dudar. Curt Svensson presentaba un aspecto indefinido. Los tres examinaron el resultado de la investigación preliminar que Jerker Holmberg había terminado esa mañana.

– ¿Nada? -preguntó sorprendida Sonja Modig.