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Ella arqueó las cejas.

– Estabas leyendo un libro sobre ese tema en mi escalera.

– Ah sí, es verdad. El tema me fascina.

– Ajá.

– Me interesan bastantes cosas. En mi época de policía estudié Derecho y Ciencias Políticas. Y antes hice algunos cursos de Historia de las ideas y Filosofía.

– ¿No tienes ningún defecto?

– No leo ficción, nunca voy al cine y no veo más que las noticias de la tele. Y tú, ¿por qué te hiciste periodista?

– Porque existen instituciones como la Säpo en las que no hay transparencia ni control parlamentario y es preciso denunciarlas de vez en cuando.

Mikael sonrió.

– Si te digo la verdad, no lo sé muy bien. Pero en realidad la respuesta es la misma que la tuya: creo en una democracia constitucional a la que hay que defender de vez en cuando.

– Como hiciste con el financiero Hans-Erik Wennerström.

– Algo así.

– No estás casado. ¿Estás con Erika Berger?

– Erika Berger está casada.

– Vale. De modo que todos esos rumores que circulan sobre vosotros no son más que chorradas… ¿Tienes novia?

– Ninguna fija.

– Así que esos rumores también son verdaderos…

Mikael se encogió de hombros y volvió a sonreír.

La redactora jefe Malin Eriksson estuvo trabajando en la mesa de la cocina de su casa de Årsta hasta bien entrada la madrugada. Se pasó la noche con los ojos pegados a unas copias del presupuesto de Millennium y se la veía tan ocupada que, al cabo de un rato, su novio, Anton, desistió en sus intentos de mantener una conversación normal con ella. Así que primero se puso a fregar y después se preparó un intempestivo sándwich y un café. Luego la dejó en paz y se sentó ante la tele para ver una reposición de CSI.

Hasta ese momento, Malin Eriksson no había administrado en su vida más presupuesto que el doméstico, pero había visto cómo Erika hacía los balances mensuales, de manera que entendía bien los principios. Ahora se había convertido de repente en redactora jefe, lo que conllevaba una cierta responsabilidad presupuestaria. Pasada la medianoche, decidió que, ocurriera lo que ocurriese, necesitaba a alguien con quien hablar de esos temas. Su colega Ingela Oscarsson, que se encargaba de la contabilidad una vez por semana, no tenía ninguna responsabilidad en cuanto al presupuesto y no era de ninguna ayuda cuando se trataba de decidir cuánto pagarle a un freelance o si se podían permitir una nueva impresora láser cogiendo dinero de fondos distintos a los destinados a las mejoras técnicas. En la práctica era una situación ridicula; Millennium incluso producía beneficios, pero eso era gracias al hecho de que Erika Berger siempre había hecho equilibrios para cerrar los balances con un presupuesto cero. Algo tan sencillo como una nueva impresora láser de color de cuarenta y cinco mil coronas tenía que convertirse en una de blanco y negro de ocho mil.

Por un segundo, sintió envidia de Erika Berger: en el SMP contaban con un presupuesto en el que un gasto así se habría considerado calderilla.

La situación económica de Millennium resultó positiva en la última junta anual, pero el excedente del presupuesto procedía fundamentalmente del libro de Mikael Blomkvist sobre el asunto Wennerström. La cantidad destinada a inversiones iba reduciéndose a un ritmo preocupante. Una de las causas que habían contribuido a crear esa situación eran los gastos de Mikael en relación con la historia Salander. Millennium no disponía de los recursos que se requerían para mantener a un colaborador con un presupuesto corriente y hacer frente a todos los gastos que eso conllevaba, como coches de alquiler, habitaciones de hotel, taxis, compras de material de investigación y teléfonos móviles, y cosas similares.

Malin le dio su visto bueno a una factura del freelance Daniel Olofsson de Gotemburgo. Suspiró. Mikael Blomkvist había aprobado una suma de catorce mil coronas para investigar, durante una semana, una historia que ni siquiera se iba a publicar. Los honorarios a un tal Idris Ghidi de Gotemburgo se incluían en el presupuesto dedicado a honorarios de fuentes anónimas cuyo nombre no se podía mencionar, algo que provocaría que el contable los criticara por la ausencia de recibos y que el asunto se convirtiera en un gasto que tendría que ser aprobado por la junta. Para más inri, Millennium le pagaba unos honorarios a Annika Giannini, que aunque ciertamente iba a ser retribuida con fondos públicos, necesitaba dinero para los billetes de tren y otros gastos.

Dejó el bolígrafo y se quedó mirando los totales obtenidos. Mikael Blomkvist se había fundido, sin ninguna consideración, más de ciento cincuenta mil coronas en la historia Salander, lo cual se escapaba por completo del presupuesto. No podía continuar así.

Llegó a la conclusión de que tenía que hablar con él.

En vez de relajarse tumbada en el sofá delante de la tele, Erika Berger se pasó la noche en el servicio de urgencias del hospital de Nacka. El trozo de cristal había penetrado tan profundamente que la herida no cesaba de sangrar y en el reconocimiento médico se vio que todavía tenía clavada en el talón una punta de cristal que había que extraer. Le dieron anestesia local y luego cerraron la herida con tres puntos de sutura.

Todo el tiempo que Erika Berger permaneció en el hospital se lo pasó blasfemando e intentando llamar, ora a Greger Backman, ora a Mikael Blomkvist. No obstante, ni su marido ni su amante se dignaban coger el teléfono. A eso de las diez de la noche le habían puesto un fuerte vendaje. Le dejaron unas muletas y cogió un taxi hasta su casa.

Cojeando de un pie y apoyándose en algunos dedos del otro, le llevó un buen rato barrer y limpiar el salón. Pidió un nuevo cristal a Glasakuten. Tuvo suerte: había sido una noche tranquila en el centro y los de Glasakuten llegaron en veinte minutos. Luego la suerte la abandonó: el cristal del salón era demasiado grande y en esos momentos no disponían de un tamaño así. El operario se ofreció a cubrir el ventanal, de forma provisional, con madera de contrachapado, algo que Erika aceptó agradecida.

Mientras colocaban la madera llamó al número de teléfono de guardia de la compañía de seguros NIP, esto es, Nacka Integrated Protection, y preguntó por qué diablos la costosa alarma de la casa no se había activado cuando alguien tiró un ladrillo a través de la ventana más grande de su chalet de doscientos cincuenta metros cuadrados.

Un coche de la NIP pasó para echar un vistazo y se constató que el técnico que en su día instaló la alarma se olvidó, al parecer, de conectar los hilos de esa ventana.

Erika Berger se quedó sin palabras.

La NIP se ofreció a enmendar el error a la mañana siguiente. Erika contestó que no se molestaran. En su lugar, llamó al número de guardia de Milton Security, explicó la situación y dijo que quería un sistema de alarma completo cuanto antes. «Sí, ya sé que hay que firmar un contrato, pero dile a Dragan Armanskij que soy Erika Berger… y aseguraos de que la alarma esté instalada mañana por la mañana.»

Por último, también llamó a la policía. Le comunicaron que en esos momentos no había ningún coche patrulla disponible para ir a tomar nota de la denuncia. Le aconsejaron que se dirigiera a la comisaría más cercana al día siguiente. «Gracias.» Fuck off.

Luego se quedó sola y, de la misma rabia, la sangre le hirvió durante un largo rato hasta que la adrenalina le empezó a bajar y se dio cuenta de que iba a pasar la noche sola en un chalet sin alarma mientras alguien que la estaba llamando puta y que mostraba tendencia a la violencia rondaba por los alrededores.

Se preguntó por un instante si no debería irse al centro y pasar la noche en un hotel, pero la verdad era que Erika Berger era una de esas personas que odiaban que la expusieran a amenazas y, mucho más, que la obligaran a doblegarse ante ellas. Joder, me cago en diez. No voy a dejar que un puto saco de mierda me eche de mi propia casa.