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Fue retrocediendo hasta la puerta y se puso los zapatos que se había quitado al llegar a casa. Bueno, se puso un zapato, introdujo los dedos del pie dañado en el otro y entró más o menos saltando a la pata coja para observar los destrozos.

Luego descubrió un ladrillo en medio de la mesa del salón.

Se acercó cojeando hasta la puerta de la terraza y salió. En la fachada, alguien había pintado con spray una palabra cuyas letras tenían un metro de alto:

PUTA

Eran más de las nueve de la noche cuando Monica Figuerola le abrió la puerta del coche a Mikael Blomkvist. Acto seguido, rodeó el vehículo y se sentó al volante.

– ¿Te llevo a casa o quieres que te deje en algún otro sitio?

Mikael Blomkvist miraba al vacío.

– Si te soy sincero… no sé muy bien dónde. Es la primera vez que presiono a un primer ministro.

Monica Figuerola se rió.

– Has jugado tus cartas bastante bien -dijo-. No tenía ni idea de que tuvieras tanto talento para jugar al póquer y marcarte esos faroles.

– Todo lo que he dicho iba en serio.

– Ya, me refiero a que has dado la impresión de saber bastante más de lo que en realidad sabes. Me di cuenta de ello cuando entendí cómo me habías identificado.

Mikael volvió la cabeza y miró el perfil de Monica.

– Te quedaste con la matrícula de mi coche cuando estaba aparcado en la cuesta de delante de tu casa.

Él asintió.

– Les has hecho creer que estabas al corriente de todo lo que se hablaba en el despacho del primer ministro.

– ¿Y por qué no has dicho nada?

Ella le echó una rápida mirada y se incorporó a Grev Turegatan.

– Son las reglas del juego… No debería haber aparcado allí. Pero fue el único sitio que encontré. Joder, cómo controlas tus alrededores, tío.

– Estabas con un plano en al asiento delantero y hablando por teléfono. Cogí la matrícula y la comprobé por pura rutina. Como hago con todos los coches que me llaman la atención. En general, sin resultados. Pero en tu caso descubrí que trabajas para la Säpo.

– Seguía a Mårtensson. Luego me enteré de que tú ya lo estabas controlando con la ayuda de Susanne Linder, de Milton Security.

– Armanskij la puso allí para que documentara todo lo que sucediera en los alrededores de mi casa.

– La vi entrar en el portal, así que supongo que Armanskij ha instalado algún tipo de vigilancia oculta en tu domicilio.

– Correcto. Tenemos un excelente vídeo de cómo entran en mi apartamento y revisan todos mis papeles. Mårtensson llevaba consigo una fotocopiadora portátil. ¿Habéis identificado al cómplice de Mårtensson?

– Un tipo sin importancia. Un cerrajero con un pasado delictivo al que probablemente están pagando para que abra tu puerta.

– ¿Nombre?

– ¿Estoy protegida como fuente?

– Por supuesto.

– Lars Faulsson. Cuarenta y siete años. Le llaman Falun. Condenado por reventar una caja fuerte en los años ochenta y otras cosillas. Tiene un negocio en Norrtull.

– Gracias.

– Pero dejemos los secretos para la reunión de mañana.

La reunión con el primer ministro había acabado en un acuerdo que significaba que, al día siguiente, Mikael Blomkvist visitaría el Departamento de protección personal para iniciar el intercambio de información. Mikael reflexionó. Acababan de pasar la plaza de Sergel.

– ¿Sabes una cosa? Me muero de hambre. Comí sobre las dos y había pensado preparar pasta al llegar a casa, pero justo entonces me pillaste tú. ¿Has cenado?

– Hace un rato.

– Llévame a algún garito donde den comida decente.

– Toda la comida es decente.

Mikael la miró por el rabillo del ojo.

– Yo pensaba que tú eras una fanática de la dieta sana.

– No, yo soy una fanática del ejercicio. Y si haces ejercicio, puedes comer lo que quieras. Dentro de unos límites razonables, claro está.

Ella fue frenando en el viaducto de Klaraberg sopesando las alternativas. En vez de girar hacia Södermalm siguió recto hasta Kungsholmen.

– No sé cómo son los restaurantes de Södermalm, pero conozco un excelente restaurante bosnio en Fridhemsplan. Tienen un burek fantástico.

– Eso suena muy bien -dijo Mikael Blomkvist.

Tocando las letras una a una con el puntero, Lisbeth Salander iba avanzando en su redacción. Trabajaba una media de cinco horas al día. Se expresaba con exactitud. Tenía mucho cuidado en ocultar todos los detalles que pudieran ser utilizados en su contra.

El hecho de que estuviera encerrada se había convertido en una bendición. Podía trabajar cada vez que la dejaban sola en la habitación y siempre recibía el aviso de que había que esconder el ordenador de mano cuando oía el sonido de un llavero o de una llave que se introducía en la cerradura.

Cuando estaba a punto de cerrar con llave la casa de Bjurman, en las afueras de Stallarholmen, llegaron Carl-Magnus Lundin y Sonny Nieminen en sendas motos. Debido al hecho de que llevaban un tiempo buscándome por encargo de Zalachenko/Niedermann se asombraron al verme allí. Magge Lundin se bajó de la moto y comentó: «Creo que la bollera necesita una buena polla». Tanto él como Nieminen se comportaron de una forma tan amenazadora que me vi obligada a recurrir a mi derecho de actuar en legítima defensa. Abandoné el lugar montada en la moto de Lundin, la cual dejé luego delante del recinto ferial de Älvsjö.

Leyó el párrafo y asintió para sí misma en señal de aprobación. No había razones para añadir que, además, Magge Lundin la había llamado puta y que, por eso, ella se agachó, cogió el P-83 Wanad de Nieminen y castigó a Lundin pegándole un tiro en el pie. La policía, sin duda, podía imaginárselo, pero era cosa suya probar que fue eso lo que ocurrió. No tenía ninguna intención de facilitarles el trabajo confesando algo que le podría acarrear una sentencia de cárcel por lesiones graves.

El texto contaba ya con el equivalente a treinta y tres páginas y se estaba acercando al final. En ciertos pasajes se mostró enormemente parca con los detalles y se esmeró mucho en asegurarse de que en ningún momento presentaba pruebas que pudieran demostrar alguna de las muchas afirmaciones que hacía. Llegó incluso al extremo de ocultar ciertas pruebas obvias para, en su lugar, centrarse en el siguiente eslabón de la cadena de acontecimientos.

Reflexionó un rato y volvió a leer esa parte del escrito en la que daba cuenta de la sádica y brutal violación cometida por el abogado Nils Bjurman. Era el pasaje al que le había dedicado más tiempo y uno de los pocos que redactó varias veces hasta que estuvo contenta con el resultado final. El párrafo comprendía diecinueve líneas. En un tono neutro y objetivo daba cumplida cuenta de cómo él le pegó, la tiró boca abajo sobre la cama, le tapó la boca con cinta y la esposó. A continuación explicaba que, a lo largo de la noche, practicó con ella repetidos y violentos actos sexuales en los que se incluían tanto la penetración oral como la anal. Después describía cómo, en una de las violaciones, él cogió una prenda de ella -su camiseta-, se la pasó alrededor del cuello y se la mantuvo apretada durante tanto tiempo que, en algunos momentos, ella llegó a perder la conciencia. A todo eso le seguían unas cuantas líneas más en las que hacía alusión a los objetos que él usó durante la violación, como por ejemplo un látigo corto, un tapón anal, un grueso consolador y unas pinzas con las que le pellizcó los pezones.

Frunció el ceño y estudió el texto. Después levantó el puntero y redactó unas cuantas líneas más.

En una ocasión en la que todavía tenía la boca tapada, Bjurman comentó el hecho de que yo llevara varios tatuajes y piercings, entre ellos un arito en el pezón izquierdo. Me preguntó si me gustaban los piercings y, acto seguido, dejó un instante la habitación. Volvió con una aguja con la que me perforó el pezón derecho.

Tras leerlo dos veces, asintió de forma aprobatoria. El tono burocrático le confería al pasaje un carácter tan surrealista que parecía una absurda fabulación.