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Llegó al chalet de Saltsjöbaden más pronto de lo habitual, a eso de las siete de la tarde, desactivó la alarma de la entrada y constató sorprendida que su marido, Greger Backman, no estaba en casa. Tardó un rato en recordar que esa mañana ella lo había besado con un cariño especial porque él se iba a París para dar unas conferencias y no volvería hasta el fin de semana. Fue consciente de que no tenía ni idea de a quién le iba a dar las charlas, ni de qué trataban ni de cuándo había recibido la invitación.

Mire, perdone, pero he perdido a mi marido. Se sintió como el personaje de un libro del doctor Richard Schwartz y se preguntó si necesitaría la ayuda de un psicoterapeuta.

Subió a la planta superior, llenó la bañera y se desnudó. Cogió la carpeta de la investigación, se metió con ella en la bañera y dedicó la siguiente media hora a leerla. Cuando terminó no pudo reprimir una sonrisa: Henry Cortez iba a ser un periodista formidable. Tenía veintiseis años y llevaba cuatro trabajando en Millennium, desde que se licenció. Ella sintió un cierto orgullo. Toda esa historia de los inodoros y del señor Borgsjö llevaba la firma de Millennium de principio a fin y no había ni una sola línea que no estuviera muy bien documentada.

Pero también se sintió triste. Magnus Borgsjö era una buena persona y le caía bien. Era discreto, escuchaba, tenía encanto y no le parecía nada arrogante. Además, era su jefe y el que le había dado el trabajo. Maldito Borgsjö… ¿Cómo coño has podido ser tan estúpido?

Reflexionó un rato intentando encontrar una conexión alternativa o alguna circunstancia atenuante, pero ya sabía que no iba a dar con nada que le sirviera de excusa.

Dejó la carpeta de la investigación en el alféizar de la ventana y se estiró en la bañera para meditar sobre el tema.

Era inevitable que Millennium publicara el reportaje. Si ella hubiese seguido como redactora jefe de la revista, no lo habría dudado ni un segundo, y el hecho de que la hubieran puesto al corriente de la historia con antelación no era más que un gesto personal que dejaba claro que Millennium, en la medida de lo posible, quería paliar los daños que a ella, como persona, le pudiesen ocasionar. Si la situación hubiera sido al revés -esto es: si el SMP hubiese encontrado alguna mierda oculta sobre el presidente de la junta de Millennium (aunque, en realidad, fuera ella)-, tampoco habría dudado sobre si publicarlo o no.

La publicación iba a dañar seriamente a Magnus Borgsjö. En realidad, lo más grave del asunto no era que su empresa Vitavara AB le hubiese pedido inodoros a una empresa de Vietnam que figuraba en la lista negra que la ONU había confeccionado con las empresas que se dedican a la explotación laboral infantil. En este caso concreto, la empresa utilizaba, además, mano de obra esclava, la de los prisioneros, algunos de los cuales podrían ser definidos, sin duda, como prisioneros políticos. Lo más grave era que Magnus Borgsjö conocía esas circunstancias y, aun así, había elegido continuar solicitando los inodoros de Fong Soo Industries. Se trataba de una avaricia que, tras la estela dejada por otros gánsteres capitalistas como el destituido director ejecutivo de Skandia, no gustaba mucho al pueblo sueco.

Magnus Borgsjö, naturalmente, afirmaría que no conocía las condiciones de trabajo de Fong Soo, pero Henry Cortez tenía una buena documentación al respecto, de modo que, en el instante en que Borgsjö intentara poner esa excusa, también sería tachado de mentiroso. Porque la verdad era que en el mes de junio de 1997, Magnus Borgsjö viajó a Vietnam para firmar los primeros contratos. En esa ocasión pasó diez días en el país y, entre otras cosas, visitó las fábricas de la empresa. Si intentara mantener que nunca supo que varios de los trabajadores de la fábrica sólo tenían doce o trece años, quedaría como un idiota.

La cuestión de la posible falta de conocimientos de Borgsjö se zanjaría definitivamente por el hecho de que Henry Cortez podría probar que la comisión de la ONU que se ocupaba de estudiar la explotación laboral de los niños incluyó en 1999 a Fong Soo Industries en la lista de empresas que utilizaban mano de obra infantil. Eso provocó la aparición de numerosos artículos en la prensa e indujo a dos organizaciones sin ánimo de lucro, independientes entre sí, entre ellas la mundialmente reconocida International Joint Effort Against Child Labour de Londres, a escribir una serie de cartas a empresas que eran clientes de Fong Soo. A Vitavara AB se mandaron no menos de siete, dos de las cuales se dirigieron personalmente a Magnus Borgsjö. La organización de Londres, encantada, había entregado la documentación a Henry Cortez y aprovechó para comentarle que Vitavara AB no había contestado a ninguna de las cartas.

Sin embargo, Magnus Borgsjö viajó a Vietnam en otras dos ocasiones -2001 y 2004- para renovar los contratos. Ese era el golpe de gracia. Todas las posibilidades con que Borgsjö contaba para alegar ignorancia se acababan ahí.

La atención mediática que se desencadenaría sólo podría conducir a una sola cosa: si Borgsjö fuera inteligente, pediría perdón públicamente y dimitiría de todos sus cargos, porque si se intentara defender, sería aniquilado en el proceso.

A Erika le daba igual que Borgsjö fuese el presidente de la junta de Vitavara AB o no. Para ella, lo más grave era que también fuera presidente del SMP. La publicación de todo ese asunto significaría que se vería obligado a dimitir. En una época en la que el periódico se encontraba al borde del abismo y se acababa de poner en marcha un plan de renovación, el SMP no se podía permitir un presidente de junta que tuviera una vida dudosa. Perjudicaría al periódico. Así que él tendría que irse del SMP.

A Erika Berger, por consiguiente, se le presentaban dos líneas distintas de actuación:

Podía ir a hablar con Borgsjö, ponerle las cartas sobre la mesa, enseñarle la documentación e inducirlo a que él mismo llegara a la conclusión de que debía dimitir antes de que se publicara el reportaje.

Pero si ponía trabas, entonces convocaría a los miembros de la junta, les informaría de la situación y les obligaría a destituirlo. Y si la junta no estuviera de acuerdo con esa forma de proceder, se vería obligada a dimitir de inmediato como redactora jefe del SMP.

Cuando Erika Berger llegó a ese punto de su reflexión, el agua de la bañera ya se había enfriado. Se duchó, se secó, entró en el dormitorio y se puso una bata. Luego cogió el móvil y llamó a Mikael Blomkvist. No hubo respuesta. En su lugar, bajó a la planta baja para preparar café y, por primera vez desde que había empezado a trabajar en el SMP, comprobar si, por casualidad, ponían alguna película en la tele con la que poder relajarse.

Al pasar por delante de la entrada del salón sintió un agudo dolor en el pie, bajó la mirada y descubrió que sangraba profusamente. Dio otro paso y el dolor le recorrió todo el pie. Se acercó hasta una silla de época saltando sobre una pierna y se sentó. Al levantar el pie descubrió, para su horror, que se había clavado un trozo de cristal en el talón. Al principio se sintió desfallecer. Luego se armó de valor, agarró el trozo de cristal y se lo sacó. Le dolió endiabladamente y la sangre empezó a salir a borbotones de la herida.

Abrió un cajón de la cómoda de la entrada donde tenía los fulares, los guantes y los gorros. Encontró un fular que se apresuró a envolver alrededor del pie y atar con fuerza. No fue suficiente y lo reforzó con otra improvisada venda. El flujo de sangre se redujo un poco.

Asombrada, se quedó mirando el ensangrentado trozo de cristal. ¿Cómo ha venido a parar hasta aquí? Luego descubrió más cristales en el suelo. ¿Qué coño…? Se levantó, echó un vistazo al salón y vio que el gran ventanal panorámico con vistas al mar se hallaba roto y que todo el suelo estaba lleno de cristales.