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– El objetivo tuvo que ser otro: una organización secreta dentro de la organización.

– Eso fue después de lo de Wennerström. Todo el mundo andaba paranoico.

– ¿Una especie de policía de espías secreta?

– La verdad es que hay algunos casos paralelos en elextranjero. En Estados Unidos se creó en los años sesenta un grupo especial de cazadores internos de espías dentro de la CIA. Fue liderado por un tal James Jesus Angleton y estuvo a punto de dar al traste con toda la CIA. La pandilla de Angleton se componía de fanáticos y paranoicos: sospechaban que todos los de la CIA eran agentes rusos. Uno de los resultados de sus empeños fue que gran parte de la actividad de la CIA quedara prácticamente paralizada.

– Pero eso no son más que especulaciones…

– ¿Dónde se guardan los antiguos expedientes del personal?

– Gullberg no figura ahí. Ya lo he buscado.

– ¿Y el presupuesto? Una operación así debe ser financiada de alguna manera…

Siguieron hablando hasta la hora de la comida, cuando Monica Figuerola se disculpó y se fue al gimnasio para poder reflexionar con tranquilidad.

Erika Berger entró cojeando en la redacción del SMP a mediodía. Le dolía tanto el pie que no podía apoyar la planta ni lo más mínimo. Fue saltando a la pata coja hasta su jaula de cristal y, aliviada, se dejó caer en la silla. Peter Fredriksson la vio desde el lugar que ocupaba en el mostrador central. Ella le hizo señas para que viniera.

– ¿Qué te ha pasado? -preguntó.

– Pisé un trozo de cristal que se rompió y se quedó dentro del talón.

– Pues vaya gracia…

– Pues sí, vaya gracia. Peter, ¿alguien ha recibido algún nuevo correo electrónico raro?

– Que yo sepa no.

– Vale. Estate atento. Quiero saber si está pasando algo extraño en torno al SMP.

– ¿Qué quieres decir?

– Me temo que algún chalado está mandando correos envenenados y que me ha elegido a mí como su víctima. Así que quiero que me informes si te enteras de algo.

– ¿Tipo el correo que recibió Eva Carlsson?

– Cualquier historia que te parezca rara. Yo he recibido un montón de correos absurdos que me acusan de todo y que proponen diversas cosas perversas que deberían hacerse conmigo.

El rostro de Peter Fredriksson se ensombreció.

– ¿Durante cuánto tiempo?

– Un par de semanas. Venga, ahora cuéntame: ¿qué vamos a poner en el periódico mañana?

– Mmm.

– ¿Mmm qué?

– Holm y el jefe de la redacción de asuntos jurídicos están en pie de guerra.

– Vale, y ¿por qué?

– Por Johannes Frisk. Has prolongado su suplencia y le has encargado un reportaje, y él no quiere comentar de qué va.

– No puede hacerlo. Ordenes mías.

– Eso es lo que él dice. Lo cual ha provocado que Holm y la redacción de asuntos jurídicos estén molestos contigo.

– Entiendo. Concierta una reunión con ellos para esta tarde a las tres; se lo explicaré.

– Holm está bastante mosqueado…

– Y yo estoy bastante mosqueada con él, así que estamos en paz.

– Está tan mosqueado que se ha quejado a la junta.

Erika levantó la vista. Mierda. Tengo que ocuparme del tema de Borgsjö.

– Borgsjö viene esta tarde y quiere reunirse contigo. Sospecho que es por Holm.

– De acuerdo. ¿A qué hora?

– A las dos.

Empezó a repasar la agenda del mediodía.

El doctor Anders Jonasson visitó a Lisbeth Salander durante la comida. Ella apartó un plato de verduras en salsa. Como siempre, le realizó un breve reconocimiento, pero ella notó que él ya no ponía tanto empeño.

– Estás bien -constató.

– Mmm. Deberías hacer algo con la comida de este sitio.

– ¿Con la comida?

– ¿No podrías conseguirme una pizza o algo así?

– Lo siento. El presupuesto no da para tanto.

– Me lo imaginaba.

– Lisbeth, mañana tendremos una reunión para hablar de tu estado de salud…

– Entiendo. Ya estoy bien.

– Estás lo suficientemente bien como para que te trasladen a Estocolmo, a los calabozos de Kronoberg.

Ella asintió.

– A lo mejor podría prolongar el traslado una semana más, pero mis colegas empezarían a sospechar.

– No lo hagas.

– ¿Seguro?

Ella hizo un gesto afirmativo.

– Estoy preparada. Y tarde o temprano tenía que ocurrir.

– Vale -dijo Anders Jonasson-. Entonces mañana daré luz verde para que te trasladen. Lo cual significa que es muy probable que lo hagan de inmediato.

Ella asintió.

– Es posible, incluso, que lo hagan este mismo fin de semana. La dirección del hospital no te quiere aquí.

– Lo entiendo.

– Y… bueno, tu juguete…

– Se quedará en el hueco de detrás de la mesilla.

Ella señaló el sitio.

– De acuerdo.

Permanecieron un momento en silencio antes de que Anders Jonasson se levantara.

– Tengo que ver a otros pacientes más necesitados de mi ayuda.

– Gracias por todo. Te debo una.

– Sólo he hecho mi trabajo.

– No. Has hecho bastante más. No lo olvidaré.

Mikael Blomkvist entró en el edificio de la jefatura de policía de Kungsholmen por la puerta de Polhemsgatan. Monica Figuerola lo recibió y lo acompañó hasta las dependencias del Departamento de protección constitucional. Mientras subían en el ascensor, en silencio, se miraron de reojo.

– ¿Es realmente una buena idea que yo me deje ver por aquí? -preguntó Mikael-. Alguien podría descubrirme y empezar a preguntarse cosas.

Monica Figuerola asintió.

– Esta será la única reunión que mantengamos aquí. En lo sucesivo nos veremos en un pequeño local que hemos alquilado junto a Fridhemsplan. Nos darán las llaves mañana. Pero no pasa nada. Protección constitucional es una unidad pequeña y prácticamente autosuficiente de la que nadie de la DGP /Seg se preocupa. Y no estamos en la misma planta que el resto de la Säpo.

Saludó a Torsten Edklinth con un simple movimiento de cabeza, sin extenderle la mano, y a dos colaboradores que, por lo visto, formaban parte de la investigación de Edklinth. Se presentaron como Stefan y Anders. Mikael advirtió que no dijeron sus apellidos.

– ¿Por dónde empezamos? -preguntó Mikael.

– ¿Qué os parece si empezamos por servirnos un poco de café? Monica…

– Sí, por favor -dijo Monica Figuerola.

Mikael se percató de que el jefe de protección constitucional vaciló un segundo antes de levantarse e ir a por la cafetera para traerla hasta la mesa donde ya habían puesto las tazas; sin duda, Torsten Edklinth habría preferido que eso lo hubiera hecho Monica Figuerola. Pero también se percató de que Edklinth sonrió para sí, algo que Mikael interpretó como una buena señal. Luego Edklinth se puso serio.

– Para serte sincero, no sé muy bien cómo manejar esta situación: que haya un periodista presente en las reuniones de trabajo de la policía de seguridad debe de ser un hecho singular. Como ya sabéis, lo que aquí se va a tratar es, en muchos aspectos, información clasificada.

– No me interesan los secretos militares; me interesa el club de Zalachenko -dijo Mikael.

– Pero es necesario que encontremos un equilibrio entre nuestros intereses. Primero: los colaboradores aquí presentes no serán mencionados en tus escritos.

– De acuerdo.

Edklinth miró asombrado a Mikael Blomkvist.

– Segundo: sólo te comunicarás conmigo o con Monica Figuerola. Seremos nosotros los que decidamos qué información podemos compartir contigo.

– Si tienes una larga lista de exigencias, deberías habérmelo comentado ayer.

– Ayer todavía no me había dado tiempo a reflexionar sobre el tema.

– Entonces te diré una cosa: ésta es, sin duda, la primera y la última vez en toda mi carrera profesional que le voy a contar a un policía el contenido de un artículo que aún no ha sido publicado. Así que, como tú mismo has dicho… para serte sincero, no sé muy bien cómo manejar esta situación.