Y, puestos a colaborar, pensé que más me valía sacar algún beneficio. A mí me parece que eso denota madurez por mi parte, ¿no crees?

– Ciertamente que sí. Te admiro esa filosofía.

– ¿Cómo te lo diré para que me comprendas? Lo que quiero decirte es que, si tengo que entregarme a los otros tres, muy bien, lo haré. Pero a ti, puesto que simpatizamos intuyo que nos llevaremos muy bien, bueno, a ti me gustaría tratarte de otra manera, de una forma especial. Considero que merece la pena.

– Te doy mi palabra de que merecerá la pena -le dijo él arrebolado de entusiasmo-. Tienes clase. Y comprobarás que soy un hombre que sabe apreciar la clase.

– Gracias. Pero hay una cosa… -Se detuvo y frunció el ceño ensombreciéndosele la expresión del rostro-. No sé cómo puedes sentirte atraído hacia mí en la forma en que me has visto.

– ¿A qué te refieres? ¡Eres la mujer más hermosa del mundo!

– No, ahora no -dijo ella sacudiendo la cabeza sobre la almohada. Tal vez lo haya sido. Y tal vez pueda volver a serlo. Pero aquí, en estas circunstancias, no puedo resultar atractiva. Atada, sin poder tomarme un baño, enfundada en este camisón barato.

Esa no soy yo. Además, como todas las mujeres, tengo cierta vanidad femenina. Quiero ofrecer mi mejor aspecto cuando estoy en compañía de un hombre que me interesa. Quiero excitarle.

– Para excitarme no te hace falta nada más, Sharon. Mírame. Acabo de engordar medio kilo gracias a ti.

– Estupendo -murmuró ella dirigiéndole una mirada anhelante.

– ¿Lo dices en serio? -le preguntó él con voz ronca.

– Les he visto a todos y tú eres el mejor.

Comprimió su mole contra ella.

– Me estás volviendo loco.

Ella le besó el tórax y los hombros y le recorrió el cuello con la punta de la lengua.

– Ya averiguarías lo que soy capaz de hacer si me dieras ocasión -le murmuró ella-. Si me vieras con una bata transparente o un bikini, ya te darías cuenta. Cuando esté libre, verás lo que soy capaz de darte.

– Cariño, eres demasiado.

– Para ti no -murmuró ella.

El Vendedor le estaba rozando el pecho con la boca y ella suspiraba de placer. Levantó la cabeza e intentó mordisquearle los lóbulos de las orejas. Después le habló en tono sensual.

– Sigue, cariño, me gusta mucho. Los hombres olvidan que eso a las mujeres les gusta mucho.

Mmmmmm, Dime, cariño, ¿qué es lo que más te gusta cuando amas? ¿Te gusta lo mismo que a mí?

– ¿A ti que te gusta? -le preguntó él con un gruñido.

– Pues, todo. Todo, todo.

– Basta, basta, me estás excitando demasiado, espera tengo que…

Se le subió encima sin más preámbulos y le introdujo el hinchado miembro. Mantenía los ojos cerrados y jadeaba sin cesar.

– Anda, dámelo, dámelo -le decía ella gimiendo.

Enloqueció de excitación y, al experimentar el orgasmo, se le aplanó encima como la pared lateral de un edificio.

Ella jadeaba contra su oído.

Más tarde, sentado en la cama procurando recuperar el resuello, la miró con renovado respeto.

– Eres extraordinaria -le dijo.

– Lo acepto como un cumplido. Tú también lo eres. -Se detuvo-. Me has excitado mucho, ¿sabes?

Se le vio tan orgulloso como si acabara de ganar el premio Nobel.

– ¿De veras? ¿De veras te he excitado? Me lo había parecido pero no estaba seguro.

– Puedes estar seguro -le dijo ella sonriendo-. Ha sido una preciosidad. Lo hemos logrado juntos.

El la miró complacido y pareció que fuera a decirle algo.

– Lo que antes me estabas diciendo, ¿lo decías en serio? -le preguntó con recelo.

– ¿Te refieres a lo que podría hacer si me dieras ocasión?

– Sí. Si me encargara de soltarte, si te trajera cosas que te gustaran, ya sabes…

– Cosas sexualmente excitantes, sólo para ti.

Prendas interiores muy ligeras. Perfumes. Carmín de labios. Te asombrarías de comprobar lo útil que resulta.

– Si yo hiciera… tú has dicho que te gustaría hacer cosas distintas.

– Pruébame y verás -le dijo ella sonriéndole seductoramente.

El agitó la cabeza lentamente sin dejar de mirarla.

– Eres estupenda. Una mujer de cuerpo entero como jamás ha habido otra. Precisamente lo que he andado buscando toda la vida. -Asintió-. Muy bien. A partir de ahora vamos a ayudarnos el uno al otro.

Reseña de última edición: La señorita Sharon Fields, en el papel de protagonista, ha hecho gala de la asombrosa versatilidad que siempre cabe esperar de una verdadera estrella. Jamás había estado más convincente.

Cuarta actuación.

En escena con el Soñador.

La muchacha encantadora reducida a la quintaesencia de la feminidad en contra de sus deseos.

El amor del hombre la ha conmovido, ha conseguido llegar hasta su corazón y ella no puede evitar corresponderle. La bárbara y brutal empresa se está convirtiendo para ella en una romántica aventura. Se ha transformado, a los ojos de su amante, en la criatura soñada que éste se había inventado.

Su ardiente pasión (sabiamente guiada por ciertos recuerdos de Ellis, Van de Velde, Kinsey y, sobre todo, Masters-Johnson) se esforzará por devolverle la virilidad.

De lograr esto último, la actuación se convertiría en un triunfo.

El Soñador había entrado en la estancia con cierto recelo. No se molestó en desnudarse. Se sentó en la cama, completamente vestido, y sin moverse.

Parecía que meditara, Sharon ya sabía acerca de qué. Tendría que manejarlo con cuidado.

– Hola, hombre. No te veo muy contento.

– Es que no lo estoy.

– Yo sí debiera estar triste y no tú. ¿Es que no has venido a hacerme el amor?

– Yo bien quisiera. Créeme, lo quisiera. Pero estoy muy desalentado. Y, cuanto más lo intento, peor, Creo que ya sé lo que ocurre.

– ¿Quieres decírmelo?

– ¿Acaso quieres saberlo? -le preguntó él asombrado-. Pensaba que estabas muy molesta con nosotros.

– Lo estaba y sigo estándolo con los demás. Pero me he percatado de las diferencias que os separan. Ya no te considero igual a los demás.

– Me alegro -dijo él animándose un poco-, porque no soy igual. Te aprecio de veras. Creo que eso es lo más importante. Te aprecio lo suficiente como para saber que no está bien forzarte estando tú indefensa. Eso es lo que me perjudica. El sentimiento de culpabilidad.

– Te lo agradezco muy de veras -le dijo ella con voz gutural-. Al principio había creído que erais todos iguales Todos igualmente crueles e insensibles.

Pero ayer comprendí que no era lógico. Y desde que llegué a la conclusión de que era una necedad seguir resistiendo y que me convenía sacar el mejor partido, he podido iros viendo individualmente. Tú no tienes nada que ver con los demás.

– ¿Te has dado cuenta? -le preguntó él ansiosamente.

– Al final, sí. Eres el único que ha pronunciado la palabra "amor".

– Porque yo te amo, te amo de veras.

– Y eres el único que me ha demostrado simpatía, comprensión y ternura, el único que me ha defendido. He estado pensando en ti y he llegado a una conclusión que no me importa confesarte un secreto.

Estaba pendiente de todas y cada una de sus palabras y se le veía como rejuvenecido. Sharon decidió adentrarse en la escena más crucial.

– Tenías razón en lo que pensabas, aunque yo me obstinara en negarlo. Para mí, la característica más estimulante de un hombre que me atraiga es el hecho de que crea que no hay nada imposible de alcanzar. Me atrae el hombre que no se desalienta. Sí, estabas en lo cierto al hablar de la personalidad que podía adivinarse a través de aquellas entrevistas falsas.

Me atrae el hombre capaz de afrontar cualquier riesgo con tal de poseerme. No me gustan los hombres computadorizados que calculan todos los pros y los contras de las acciones. Me gustan los soñadores lo suficientemente arrojados como para convertir en realidad sus sueños.

La reacción del sujeto fue precisamente la que ella se había imaginado.