Bajó las piernas y se elevó y descendió siguiendo su ritmo girando y embistiendo, pidiendo más y más, más fuerte más fuerte, rascándole y arañándole la carne para su mayor deleite.

– Estoy a punto de alcanzarlo -gimió-, ya no puedo contenerme.

– Los dos juntos, nena -le dijo él jadeando -enloquecido-, ahora…

Al poco rato yacía tendida a su lado como exhausta y satisfecha. Al observar que el sujeto iba a levantarse, le agarró.

– Quédate conmigo, quédate un poquito más.

– Te daré todo lo que quieras -le dijo él sonriendo.

– Ningún hombre me había hecho eso jamás -le dijo ella sin soltarle-. Eres una maravilla.

– Ya somos dos -le dijo él.

– ¿Tienes que irte? ¿No puedes quedarte toda la noche?

– Ojalá pudiera, pero no quiero que los demás piensen que te disfruto en exclusiva.

– Que se vayan al cuerno. ¿Qué te importa lo que piensen? ¿Por qué no piensas en mí?

– En ti pienso, nena -le dijo él apartándole las manos de sus hombros-. Será mejor que descanses. Conseguirás de mí todo lo que quieras. Tenemos mucho tiempo por delante.

Se levantó de la cama y ella permaneció inmóvil. Este "tiempo por delante" la había entristecido, la había alejado de su papel y del escenario. Se dejó atar sumisamente de nuevo las muñecas a los pilares.

– O mucho me equivoco o ésta va a ser la última vez -le prometió-. Eres un encanto y no quiero que estés atada.

– Gracias -le dijo ella débilmente.

– A partir de ahora nos lo vamos a pasar muy bien -le prometió él.

Eso si yo pudiera tener una oportunidad, hermano, pensó. Pero tenía que seguir fingiendo.

– ¿Cuándo volveré a verte? -le preguntó.

– Cuando esté dispuesto -repuso él guiñándole un ojo-. Mañana por la noche lo más tardar.

Reseña de primerísima edición: El momento culminante de la carrera teatral de la señorita Fields. Cabe únicamente preguntarse adónde será capaz de llegar.

“Cuaderno de notas de Adam Malone. -Domingo 22 de junio”

Al llegar a Más a Tierra tenía intención de anotar, día a día, todas las incidencias de esta reunión extraordinaria del Club de los Admiradores. Pero me he abstenido de hacerlo hasta ahora como consecuencia de dos factores.

El primero de ellos fue mi desaliento a propósito de mi actuación sexual -o falta de actuación, para ser más exactos-con el Objeto. Tras haberme pasado tantísimos meses anhelando la unión sexual con ella y alcanzar finalmente la oportunidad de consumar dicha unión, mi inesperado fracaso me sumió en un estado de profundo desaliento. Como es natural, procuré disimular mi depresión y estos últimos días me los he pasado fingiendo.

Pero por dentro me sentía muy pesimista y, tras dos humillantes fracasos, la ansiedad y el temor me hicieron creer que sería inevitable un tercero. Hasta anoche me obsesionaba la idea de unirme a ella. Había logrado dejar de autoanalizarme, ya que ello no me había permitido alcanzar ninguna solución inmediata.

En su lugar, procuré buscar algún medio práctico que pudiera serme útil en el transcurso del breve período de tiempo de que disponía.

Recordé que en toda mi vida sólo había fracasado otras dos veces, hace cinco o seis años. Hubo una joven y rubia, auxiliar de dentista, con quien no pude hacerlo, a pesar de lo mucho que ambos estábamos deseando hacernos el amor.

Recuerdo que probé toda clase de afrodisíacos -desde atiborrarme de ostras y plátanos a la utilización del polvo chino que se extrae del cuerno del rinoceronte, desde mosca española (que se hace con escarabajos secos pulverizados) a la yohimbina (extraída de la corteza de un árbol africano)-, pero ninguno de tales remedios dio resultado.

Estaba a punto de probar alguna de las nuevas drogas, la PCPA y la L-dopa, que, según se afirma, son capaces de provocar una hipersexualidad en algunos casos, cuando, de repente, sucedió todo como sin darnos cuenta.

Una noche dejamos de probarlo y estábamos paseando, cuando ella me dijo algo a propósito de lo mucho que le gustaba mi cuerpo y entonces lo conseguimos. La arrastré hacia unos matorrales, le levanté la falda y se solucionó el problema.

La segunda vez, quizás un año más tarde, creo que fue con aquella preciosa viuda morena, de treinta y tantos años. La conocí en el cine. Se hallaba sentada a mi lado y, al salir, empezamos a hablar y ella me invitó a su apartamento.

En cuanto entramos en su casa, empezó a desnudarse. Estaba muy excitada y yo también me excité mucho. Estaba a punto de penetrarla cuando eyaculé. El desdichado incidente se repitió de nuevo al día siguiente. Al llegar la tercera noche, ella me ofreció dos tragos muy fuertes y empezó a acariciarme y, cuando ya estuve listo, me facilitó dos preservativos y me los hizo poner el uno encima del otro y dio resultado.

En los años sucesivos ya no hubo problema. Después de mis dos fracasos con el Objeto -que me dejaron profundamente confuso-, decidí hallar una solución práctica. Pensé en acercarme a Riverside para ver a un médico, no fuera caso de que padeciera una infección de próstata o una irritación del prepucio. Después, caso de que no se descubriera el origen, tenía intención de pedirle al médico algo de que había oído hablar, un anestésico local llamado Nupercainal, que algunos amigos me habían dicho que era estupendo si te lo aplicabas a la punta del miembro cuatro o cinco minutos antes de hacer el amor.

Al parecer, esta sustancia insensibiliza el prepucio y evita que se produzca un orgasmo rápido. No obstante, no me agradaba la idea de acudir a visitar a un médico a espaldas de mis amigos y me constaba que éstos no me lo permitirían caso de proponérselo.

Sea como fuere, había estado pensando en este desesperado remedio hasta anoche, cuando cesó finalmente mi obsesión. En estos momentos, mi ansiedad es mucho menor. Ello se debe a que el Objeto me ha manifestado los verdaderos sentimientos que yo le inspiro, y me ha dicho con toda sinceridad que no me preocupe, porque está dispuesta a ayudarme a consumar nuestra unión. Su actitud me ha librado de buena parte de mi angustia. No obstante, dicha angustia había sido hasta ahora tan abrumadora que me había impedido poner en práctica mi idea de llevar un diario.

Sin lugar a dudas, éste fue el primer factor que me impidió hacerlo. El segundo factor que me ha impedido escribir el diario fue la violenta e ilógica oposición del Mecánico, a pesar de haberle yo prometido que se trataría de algo muy secreto y privado. Sin embargo, he decidido anotar algunos puntos destacados siempre que tenga ocasión (como me sucede en estos momentos en que el Mecánico está echando una siesta) y seguir toda la cronología de la puesta en práctica del primer proyecto del Club cuando regrese a casa y ya no tenga que actuar de acuerdo con los demás.

Hemos organizado un almuerzo informal del Club de los Admiradores y aquí están casi en estilo taquigráfico, los principales puntos de la decisión a que hemos llegado. Al reunirnos para almorzar, todos nosotros nos mostrábamos más alegres, tranquilos y satisfechos que en otras ocasiones. Por primera vez nos mostramos unánimemente entusiastas a propósito de nuestra aventura.

A través de nuestras palabras resultó evidente que el Objeto había cumplido su promesa. Estaba claro que había llegado al convencimiento de que la colaboración tenía sus ventajas, había hecho las paces con su situación y ya no nos causaría más problemas. Es más, pude deducir que con mis compañeros había hecho algo más que limitarse simplemente a colaborar.

Había superado su resentimiento y les había ofrecido su amistad. Me divertí pensando en cuál sería su reacción si supieran o tuvieran la más mínima idea de los sentimientos que yo le inspiraba al Objeto.

El Objeto y yo guardaremos celosamente nuestro secreto. Sea como fuere, gracias al entusiasmo provocado por el Objeto, se hicieron varias propuestas, que se sometieron individualmente a votación.