El Mecánico prologó la primera propuesta diciéndole al Perito Mercantil: "Bueno, ¿estás ahora de acuerdo? ¿A eso ya no se le puede llamar violación forzosa, no te parece?" A lo cual repuso el Perito con rostro afable: "Ya no." Después el Mecánico trajo a colación lo que yo estaba a punto de mencionar.

"Digo que está lo suficientemente tranquila para que la dejemos en libertad en su cuarto." "No me cabe la menor duda", dije yo.

"Es inofensiva", añadió el Agente de Seguros.

El Perito Mercantil fue el único que se mostró receloso.

"¿Estáis seguros de que no correríamos riesgo?"

"No hay peligro -dijo el Agente de Seguros-.

Como es natural, primero tomaremos toda clase de medidas. Ahora hay en la puerta un pestillo por la parte de adentro. Podemos sacar el pestillo de una puerta en la que no nos haga falta y colocarlo en la puerta del dormitorio por la parte de afuera. De esta forma, cuando uno de nosotros esté con ella podrá cerrar la puerta por dentro. Al salir, cerraremos el pestillo de la parte de afuera para que no se le ocurra hacer ninguna trastada".

"Sí -dijo el Mecánico ofreciendo la solución-. Hay otro pestillo en la puerta trasera de la cocina. No nos hace falta.-Lo sacaré y lo colocaré en su puerta algo más arriba que el pestillo de dentro".

El Perito Mercantil se mostró satisfecho de esta medida de precaución.

El Agente de Seguros resumió brevemente el siguiente paso.

"Muy bien, a partir de esta noche gozará de completa libertad dentro de los límites del espacio que le ha sido asignado. Podrá moverse con entera libertad, ir al cuarto de baño cuando lo desee, leer y hacer lo que quiera".

Se hicieron a este respecto varias propuestas unánimemente aprobadas. Todas las propuestas constituían pequeñas recompensas al Objeto, en agradecimiento a su sentido común y buen comportamiento.

El Perito Mercantil propuso prestarle el aparato de televisión portátil. Dijo que no nos hacía falta y que ella podría distraerse un poco. Lo aprobamos tras asegurarnos de que no existía ningún canal local que pudiera delatar la localización de nuestro escondite.

El Agente de Seguros propuso suministrarle bebidas alcohólicas y vasos para que el ambiente le resultara más acogedor.

El Mecánico se opuso a cualquier recipiente de cristal que pudiera convertirse en arma agresiva, y presentó una enmienda por la cual se le suministraría al Objeto bebidas alcohólicas en frascos de plástico y vasos de plástico. Se aprobó por unanimidad.

Por mi parte, yo dije que me gustaría entregarle algunos libros y revistas que me había traído para que pudiera distraerse un poco. No hubo objeciones. Fue una reunión amistosa, en la que se demostró que distintas personas pertenecientes a diferentes estratos sociales, pueden llegar perfectamente a un acuerdo y vivir en armonía cuando son felices y no se producen contratiempos.

Todo el mundo esperaba ansiosamente su cita nocturna con el Objeto.

Estamos a domingo, día que siempre confiere cierto aire festivo a todas las actividades humanas. El Agente de Seguros ha sacado una baraja y, como de costumbre, hemos echado a suerte los turnos; primero el que sacara la carta más alta, después el que le siguiera inmediatamente, etc. El orden de privilegio de visita de esta noche será el siguiente: Primero, el Agente de Seguros; después el Perito Mercantil; en tercer lugar el Escritor, es decir, un servidor de ustedes, y en cuarto el Mecánico.

Grandes esperanzas. Tal como afirmó John Suckling en el siglo XVII: "La esperanza te hace amar una dicha;, El Cielo no sería Cielo, si supiéramos cómo era".

En el transcurso de todo este día y parte de la noche -que aún no había finalizado, puesto que todavía faltaba un servicio-, Sharon se vio sumida en un creciente estado de esquizofrenia.

Se trataba de un estado por el que ya había pasado en determinados momentos de su carrera: el estado de ser dos personas distintas a lo largo de veinticuatro horas, de verse sumergida de día en la en la identidad de otra persona, en un papel imaginario que ella creía auténtico y era el que interpretaba en los platós, y de ser, en el transcurso de su tiempo libre, ella misma si bien con menos convencimiento.

Esta cuestión de separarse de sí misma y volver a ser ella misma, siempre la había dejado confusa y agitada, hasta hacía algunos años en que tuvo ocasión de definir mejor su verdadera identidad, consiguiendo que la auténtica Sharon Fields no se viera afectada por los papeles que interpretaba.

En cierta ocasión buscó remedio a su conflicto interior a través de la lectura de los comentarios de Robert Stevenson a propósito de la creación de “El extraño caso del Doctor Jekyl y el Señor Hyde”. En dicho relato, el autor había intentado resolver "esa acusada sensación de desdoblamiento de la personalidad que se produce en determinadas ocasiones y abruma la mente de toda criatura pensante".

Eso no es que se refiriera precisamente a su problema, pero constituyó para ella un consuelo. Entonces era cierto. Todas las personas poseían una doble personalidad, eran dos personas en una según las circunstancias.

Pero dicho descubrimiento no solucionó su problema y Sharon se esforzó por ser una sola persona y puede decirse que casi lo consiguió.-Pero ahora, en cautiverio, se había producido de nuevo el conflicto como consecuencia de su necesidad de sobrevivir. Había aceptado el reto de uno de sus más difíciles papeles, es decir, el de interpretar la figura de la persona que no era, de la persona que todos los hombres se imaginaban o deseaban que fuera.

Viviendo intensamente dicho papel, había conseguido escapar a la humillación y amortiguar su dolor. Esta tarde había interpretado el papel de la Sharon Agradecida.

Al parecer, sus actuaciones de ayer constituyeron un éxito resonante. Sus horribles admiradores la inundaron de regalos. Entraron después del almuerzo, la desataron, le concedieron libertad dentro del dormitorio y el cuarto de baño, le anunciaron su nueva autonomía y le recordaron que ésta sería limitada y que ella seguía estando prisionera, cosa que subrayaron colocándole un pestillo adicional por la parte de afuera. Después empezaron a llegarle los regalos de sus carceleros: un pequeño aparato portátil de televisión por parte del Tiquismiquis, dos montones de libros de bolsillo y revistas por parte del Soñador, una bolsa de golosinas y una botella de plástico conteniendo whisky por parte del Vendedor.

Y ella había interpretado el papel de la agradecida Margarita Gautier, la hechicera cortesana que recibía dones, halagaba y demostraba su gratitud a sus admiradores.

Pero tras marcharse ellos y dejarla encerrada, había vuelto a ser ella misma y se había llenado de odio al pensar en su estimulación de colaboración, si bien logró experimentar cierto alivio al dirigir dicho odio hacia ellos.

¡Cuánto les odiaba! Cuánto les aborrecía y cuánto ansiaba vengarse de todos y cada uno de ellos, por la degradación y desdicha en que la habían sumido. Cuánto les detestaba por obligarla a arrastrarse ante ellos, por esperar de ella que se mostrara agradecida por el hecho de haberla desatado y dejándola sin embargo encerrada.

Entonces se preguntó por primera vez si la prisión en la que se encontraba sería a prueba de huidas. Al fin y al cabo, la habían confinado en una simple habitación corriente, no en una prisión con barrotes de hierro. Habiendo recuperado la libertad de movimiento, cabía la posibilidad de escapar.

Pensando en dicha posibilidad, había recorrido la estancia cuidadosamente, estudiando y examinando todas las paredes. Se percató de que no le sería posible abrir la puerta. Los goznes estaban oxidados y los pestillos resultaban inexpugnables.

Le resultaría difícil aun en el caso de disponer de las necesarias herramientas, pero no había herramientas ni las habría. El pavimento y el techo no revelaban señales de escotillones o troneras.