A través de los más recientes actos sexuales había conseguido llegar a ciertas deducciones y había logrado imaginarse cuál debía ser la auténtica vida sexual de aquel individuo.

Se había imaginado las aburridas repeticiones del acto con su esposa, y lo que probablemente buscaba y a veces encontraba fuera del hogar. Había comprendido que no era un sujeto paciente y que no estaba en condiciones de proporcionar placer, sino que, por el contrario, ansiaba simplemente la satisfacción sexual sin que se le exigiera a cambio ni tiempo ni destreza.

Muy bien. Se apartó de él y empezó a desnudarle. Después, mientras él terminaba de desvestirse, se despojó rápidamente de la blusa y la falda, y únicamente se dejó puestas las provocadoras bragas negras.

Esperó a que se tendiera en la cama y después se le acercó. Le ofreció un prolongado beso francés, acariciándole el cuerpo con una mano.

La reacción del sujeto a sus dedos fue inmediata. Antes de que pudiera levantarse para hacer lo que de él se esperaba y lo que él mismo se exigía, los expertos dedos de Sharon se curvaron alrededor de su miembro.

Empujándole con la otra mano, le concedió permiso para que siguiera tendido de espaldas y le prometió silenciosamente que ella se encargaría de todo.

En pocos minutos el tipo se convirtió en una burbuja desamparada. Ella se le arrodilló encima y empezó a acariciarle el pecho y el estómago con su rápida lengua, mientras la corpulenta mole que tenía debajo se estremecía de felicidad. Sus labios se acercaron a su bajo vientre y se detuvieron.

Sharon levantó la cabeza, procuró no mirar el abultado miembro que había estado sosteniendo en su mano y, al final, se lanzó.

El tipo no cabía en sí de excitación. Le golpeaba la espalda con las manos y aporreaba la cama con los pies, y su cabeza giraba enloquecida, a uno y otro lado presa de un goce insensato.

Su orgasmo fue el más prolongado y ruidoso de todos los que había experimentado en el transcurso de aquella semana. Al regresar del cuarto de baño, le encontró tal como le había dejado: una masa inmóvil de carne saturada, mirándola con el pavor con que mira un humilde súbdito a su legendario soberano.

Ella se sentó al lado de su figura tendida, le rodeó las rodillas con sus brazos, ladeó la cabeza y le miró con expresión complacida.

– ¿Te he hecho feliz, cariño? -le preguntó.

– Ha sido lo mejor. Jamás me había excitado así.

– ¿Lo dices en serio? Espero que no sea simplemente un cumplido.

– ¡Vaya si lo digo en serio! -dijo él. Después vaciló-. Francamente, jamás pensé que tú… bueno, que accedieras a hacerme eso.

Ella arqueó las cejas mirándole con inocencia.

– ¿Por qué no? En cuestiones sexuales no existe ninguna norma acerca de lo que debe hacerse y lo que no debe hacerse y acerca de lo que está bien o está mal.

Lo que está bien es lo que hace feliz a la gente. Si a ti te ha gustado, está bien. A mí me ha gustado, deseaba hacerlo, me he sentido a gusto haciéndolo y me siento muy satisfecha.

– Ojalá hubiera muchas mujeres como tú.

– ¿Acaso no las hay?

– Qué va. Tanto mi mujer comootras muchas son demasiado inhibidas. Se atienen estrictamente al manual.

– Lástima. Porque no sólo te privan a ti de una cosa agradable sino que también se privan ellas. Pero, bueno, nosotros somos felices, ¿verdad?

El se incorporó y le dio un abrazo de oso.

– Yo sé que lo soy.

– Y yo también, cariño. -Se apartó y frunció levemente el ceño-. Sólo que… Hábil pausa. Suspiro.

Se desplazó sobre la cama y fue a sentarse en una esquina.

El se levantó y se sentó a su lado en el borde de la cama, escudriñádole el preocupado rostro.

– ¿Qué sucede? ¿Ocurre algo malo?

No ocurre nada malo, tonto. Claro que no. Es… bueno, quizá sea una estupidez -dijo ella deteniéndose.

– Anda, sigue. Nada que nos concierna puede ser una estupidez.

– Pues, bueno, si quieres que te diga la verdad -dijo ella irguiéndose-me preocupa que bueno, que puedas cansarte muy pronto de mí.

– ¡Jamás!

– No estés tan seguro. Conozco a los hombres. Cuando lo han probado y repetido todo con una mujer, empiezan a aburrirse. No querría que a nosotros nos ocurriera lo mismo, pero me doy cuenta de que va a ocurrirnos porque estoy en condiciones de inferioridad y no puedo hacer por ti todo lo que quisiera.

– ¿De qué estás hablando?

– Ya te lo dije otra vez. La mayoría de las mujeres, cuando quieren estimular a un hombre, bueno, tienen la oportunidad de hacerlo y de presentarse atractivas a sus ojos. Tal como puedo hacer cuando estoy en mi casa. Pero ahora no estoy en mi casa, estoy aquí -hizo un gesto vago-en una habitación casi vacía, sin mis efectos personales, sin nada femenino, sin posibilidad de ofrecerte variedad y emoción.

Si tuviera algunas cosas.

– ¿Qué cosas? -le preguntó perplejo.

– Ah, pues, lo de siempre, todas las tentaciones de que dispone una mujer en su tocador. Jabones de olor, colonias, perfumes, maquillaje. -Recogió la falda y se la mostró-. Ropa para cambiarse. Prendas de vestir y prendas interiores sugerentes.

Vine aquí sin estar preparada, con sólo lo que llevaba puesto. Y eso no está bien ni para ti ni para mí.

– Te bastas tú sola. No eres como las sosas mujeres corrientes.

– Llegaré a ser igual que ellas. Ya lo verás.

– Bueno, bueno, Sharon. Ya me encargaré de que consigas lo que quieras si eso te complace.

– Me sentiré más excitante.

– Muy bien, no veo ninguna dificultad. Puedo salir cualquier mañana a comprarte algunas cosas. No tardaría mucho. Hay una ciudad que no está muy lejos.

A Sharon le dio un vuelco el corazón. Esperaba que él no se hubiera dado cuenta. Una ciudad. Una ciudad que no estaba lejos. Entonces no estaban en Los Angeles. Estaban fuera de la ciudad, probablemente en alguna zona aislada, pero no lejos de una ciudad.

– Y hay un centro comercial que está muy bien -añadió él deseoso de complacerla-. Es posible que tengan algo que te guste.

Ella le abrazó con alegría infantil.

– ¿Lo harías, cariño, harías eso por mí?

– Pues claro que lo haré. Es más, mañana por la mañana me encargaré de ello. Deja que me vista. -Se levantó para recoger su ropa-. Será mejor que me digas lo que quieres y lo anotaré en una lista.

– ¡Maravilloso! -exclamó ella batiendo palmas.

Fingió observarle mientras se vestía pero, en su lugar, estaba reflexionando. Aquello podía ser importante, sumamente importante, y tenía que manejarlo a la perfección. Su cerebro iba pasando revista a las distintas prendas de vestir y objetos de tocador, seleccionando algunas cosas y desechando otras.

el encontró un trozo de papel en su cartera, lo partió por la mitad, volvió a guardarse una de las mitades en la cartera y se guardó ésta en el bolsillo de los pantalones. Después se metió la mano en el otro bolsillo y sacó un bolígrafo. Volvió a sentarse a su lado, se apoyó sobre la rodilla el trozo de papel e intentó escribir "Lista de compras" pero no lo consiguió.

– Necesito escribir sobre una superficie lisa -dijo. Dejó el papel y el bolígrafo sobre la cama, se levantó una vez más para buscar algo y al final vio el montón de libros y se dirigió hacia el mismo.

Sharon examinó el bolígrafo.

Tenía grabadas unas pequeñas letras mayúsculas. Leyó. "Compañía de Seguros Everest", decía. Debajo había otras palabras que no consiguió leer.

Levantó la mirada. El tipo se encontraba de espaldas a ella y de cara a los libros que había sobre la mesa del tocador.

Sharon acercó la mano al bolígrafo y le dio la vuelta con los dedos. Pudo leer entonces las demás palabras.

"Howard Yost. Su Agente de Seguros de Confianza", decía.

Volvió a apoyarse la mano sobre el regazo y fingió arreglarse la falda y después la blusa.

Empezó a reflexionar acerca del bolígrafo. ¿Sería suyo o pertenecería a otra persona? “Debía” ser suyo. Claro. El Vendedor debía ser un agente de seguros.