– Así lo espero -le dijo él mirando a su alrededor y posando la mirada en el aparato portátil de televisión-. ¿Ya has utilizado el aparato de televisión?

– Pues claro. Me alegro mucho de que me lo hayas traído. De esta manera me distraigo cuando no estamos juntos. Claro que no puedo verlo muy bien. La recepción de la imagen no es muy buena. Creo que habría que regularlo. Pero el sonido está muy bien. Oigo los programas con toda claridad.

El se acercó al aparato y asintió con aire de entendido.

– Sí, me lo estaba temiendo. Es difícil conseguir una buena recepción cuando se está en la montaña. Sobre todo teniendo en cuenta que no está conectado con la antena. Hasta me extraña que recibas la imagen.

Fingió no haberle oído. Pero sus pensamientos se apoderaron de aquella revelación casual. En la montaña. Una zona agreste de las montañas, no lejos de una ciudad. Los datos se estaban ampliando. El tipo estaba manoseando el aparato.

– Vas a ver -le dijo-. Tal vez lo conecte con la antena que hay detrás de la casa. Y mañana revisaré las lámparas. Creo que podré conseguir que recibas la imagen de algunos canales.

No quisiera pecar de inmodestia, pero soy bastante hábil en cuestiones de electricidad, sobre todo cuando se trata de arreglar fusibles y lámparas y hasta aparatos de televisión.

Mi mujer siempre se sorprende de que sepa arreglar las cosas de la casa. ¿Por qué no iba a saber? Si eres inteligente y te esfuerzas un poco, puedes hacer cosas que nada tengan que ver con tu actividad laboral.

He conseguido ahorrar una fortuna arreglándome yo mismo el aparato. Mi mujer siempre me dice: "Debieras montar un segundo negocio. "Leo Brunner, Especialista en Reparación de Aparatos de Televisión ". por lo menos ganarías un poco más de…"

Se interrumpió bruscamente y giró en redondo con expresión aterrada.

Ella le miró los asustados ojos y simuló indiferencia.

– Te he dicho mi nombre -balbució él-. No sé qué me ha ocurrido. Se me ha escapado. Es terrible.

Ella se comportó como una actriz consumada. Con asombro fingido le preguntó:

– ¿Tu nombre? ¿Me has dicho tu nombre?

– ¿Estás segura de que no me has oído? -le preguntó él vacilante.

– Debía estar pensando en nosotros. Pero, aunque lo hubiera oído, no tendrías que preocuparte. Se le acercó, le besó tranquilizadoramente y le acompañó hasta la puerta. Antes de abrirla, él vaciló y la miró con expresión preocupada.

– Si lo recordaras… mi nombre… por favor, procura que no se enteren los demás. Sería muy grave para mí y tal vez fuera peor para ti.

– Tonto, te juro que no sé tu nombre. Puedes estar tranquilo. Recuerda que mañana tenemos una cita. Ah, ya me encargaré de guardarte la cámara.

Cuando se hubo marchado, Sharon esbozó una enigmática sonrisa.

Leo Brunner, te presento a Howard Yost. Por lo menos estaréis acompañados cuando os encierren entre aquellas grises paredes para toda la vida, para toda la vida y para siempre, bastardos depravados.

Media hora más tarde yacían desnudos en la cama el uno en brazos del otro. Acurrucada junto al Soñador, empezó a recorrerle perezosamente el cuerpo con los dedos.

Recordaba que, al entrar, él había hecho todo lo posible por aplazar el acostarse con ella. Le había sugerido que se tomaran un par de whiskys para conocerse mejor, y ella había accedido y ambos se habían tomado dos generosos tragos de whisky con agua y sin hielo.

En su deseo de impresionarla, le había traído un patético regalo personal. Era una revista muy atrasada, “The Calliope Literary Quarterly”, publicada en Big Sur, California.

– Yo escribí una narración corta -le dijo-. No es gran cosa. En la actualidad, la hubiera escrito de otra manera. Pero he pensado que te haría gracia leer algo que escribí. Claro que no pagan nada. Pero hay que empezar como sea. Bueno, ahora no te molestes en leerla. Hazlo cuando dispongas de un rato.

Ella simuló sentirse muy impresionada. Eso sabía hacerlo muy bien. Muy impresionada.-Estaba deseando leer la narración. Entre todos los famosos personajes que conocía, a los escritores les respetaba más que a nadie. El proceso creador se le antojaba una cosa mística y pavorosa.

– Sé que algún día llegarás a ser famoso -le dijo con desarmante sinceridad-. Y yo podré decir que te conocí. Hasta bueno, ¿no te parecería maravilloso que más adelante me escribieras el guión de una película? Siempre que tú quisieras, claro.

– Sería la máxima aspiración de mi vida -le dijo él extasiado.

Siguió bebiendo y demorando el momento de acostarse con ella. Sharon no se lo esperaba. Estaba segura de que la noche anterior había conseguido infundirle confianza. Pero, al parecer, no había sido así. Temía el fracaso.

Y, sin embargo, ella estaba totalmente segura de su capacidad de conseguirlo. Con vistas a sus planes y esperanzas, le había parecido sumamente importante llevárselo a la cama cuanto antes para disponer del tiempo suficiente y conseguir restablecer su virilidad.

Sólo así podría sojuzgarle, últimamente, en sus cavilaciones, el Soñador había llegado a antojársele el miembro más vulnerable del grupo y aquel a quien con mayor facilidad podría manejar con vistas a que la ayudara sin saberlo.

Fue centrando por ello gradualmente la conversación en el punto en que ésta había quedado interrumpida el día anterior.

Le recordó que le había confesado su amor y que ella había estado dándole vueltas en la cabeza preguntándose sí la amaría por lo que representaba o lo que de ella se decía, o bien por ella misma ahora que había tenido ocasión de conocerla de cerca.

– Te amo a ti por ti misma -le repitió él ardorosamente.

– No sabes lo maravillosamente bien que eso me hace sentir -le dijo ella apasionadamente, yendo a sentarse sobre sus rodillas.

Después no le costó el menor esfuerzo pasar del dicho al hecho. Se encontraban tendidos en la cama desnudos, acariciándose el uno al otro en silencio. Pronto estuvo dispuesto y fue a levantarse para penetrarla procurando contenerse, pero ella notó que se movía y extendió el brazo impidiéndole levantarse.

– Espera, cariño -le dijo entrecortadamente-, hagamos lo que hicimos ayer.

– No sirvió.

– Servirá si yo me encargo de todo. Ahora estoy libre y puedo hacer todo que quiera.

– Déjame probar -le dijo él intentando apartarle el brazo.

– No, hagámoslo a mi manera.

El volvió a tenderse y permitió que Sharon le hiciera lo mismo que le había hecho la noche anterior.

A pesar de su decepción, ella se lo repitió tres veces en el transcurso de quince minutos. Ahora ya estaba listo una vez más.

– Déjame, Sharon -le suplicó.

– Te dejaré, pero lo haremos a mi manera -le dijo ella soltándole.

– ¿Cómo? Déjame probar, quiero…

– Espera, por favor, espera, quédate donde estás, apártate un poco. -Se había puesto de rodillas-. Sí, quédate así tendido de espaldas. No te muevas.

Se le arrodilló entre las piernas extendidas. Separó los muslos y se le colocó encima apoyando las rodillas a ambos lados de sus caderas.

Después descendió con toda naturalidad, cerrando los ojos al notar que él la penetraba. Siguió descendiendo, sentándose encima suyo hasta rozarle los muslos con las nalgas. Se inclinó hacia él, le acarició el cabello y le sonrió.

– Lo has conseguido -le dijo dulcemente-. Ahora procura no moverte aunque lo desees. Quédate dentro y acostúmbrate a mí. ¿No es una maravilla?

El mantenía los ojos clavados en su rostro.

– Sí -musitó.

Sharon levantó ligeramente la pelvis y volvió a descender para que él experimentara la sensación de moverse en su interior.

– Santo cielo -dijo él jadeante-. Eres todo lo que siempre he soñado.

Sharon se inclinó, le rozó la mejilla con la suya y le susurró:

– Nos estamos haciendo el amor, cariño. Eso es lo único que importa.

Empezó a mover involuntariamente las caderas, a arremeter hacia adelante y hacia atrás con rapidez creciente, Sharon se percató de que se estaba moviendo a su mismo ritmo.