– Lo estoy deseando -dijo él muy excitado.

– ¿Entonces a qué espera? Acérquese más.

Se tendió ansiosamente a su lado.

– Sí, usted no sabe hasta qué extremo es maravillosa, señorita Sharon.

Le levantó el camisón a la altura del busto y después se acercó a rastras y se lo acarició tímidamente.

Ella movió las caderas y giró la cabeza -sobre la almohada en gesto de apasionada respuesta.

– Ohhh -dijo jadeando-, vaya si sabe usted cuidar a una mujer. -Le miró y vio que ya estaba listo-. No me hagas esperar, cariño. Hazlo ahora.

La penetró con tanta rapidez que apenas se dio cuenta. Empujaba hacia adelante como un conejo arrobado. A los dos minutos, lanzó un agudo chillido, se soltó y se apartó de ella como un hombre cuyo corazón hubiera sido alcanzado por un disparo.

Se encontraba en algún sitio de entre sus piernas respirando afanosamente como si hubiera sido víctima de un infarto. Ella le localizó y le llamó.

– Yo también lo he conseguido. Me he excitado. Has estado increíble.

El se incorporó sintiéndose a todas luces increíble.

– Sí -dijo respirando entrecortadamente.

– Gracias -murmuró ella.

– Sharon -le dijo él en un susurro-, yo… yo…

– No me dejes todavía. Ven aquí y tiéndete a mi lado.

La obedeció ciegamente.

– Jamás he conocido a nadie como tú.

– Espero que no te haya decepcionado -le dijo ella en voz baja-. Quisiera ser tan buena como tu mujer.

– Eres mejor, mucho mejor.

– Así lo espero.

– Con Thelma nunca consigo hacerlo tan largo. Te seré sincero. Jamás he conseguido hacerle experimentar un orgasmo. Siempre pensé que yo tenía la culpa.

– No, no es posible que la tuvieras tú.

– Eres tan distinta, tan apasionada.

– Porque tú me obligas, cariño.

– Este es el día más feliz de mi vida.

– Habrá muchos más -le prometió ella.

– Estoy deseando que llegue mañana -dijo él levantándose de la cama.

– Mañana te haré más feliz -le dijo ella sonriendo-. Hay muchas cosas que todavía no hemos probado.

Mientras se vestía, no hacía más que mirarla como si fuera el Taj Mahal de las mujeres.

– Ojalá pudiera hacer algo más por ti -le dijo-. Quiero que te desaten. Quiero que estés cómoda. Tengo otro aparato de televisión. Te lo podría traer aquí durante el día.

– Sería estupendo.

– No debo robarte tanto tiempo -dijo alegremente-, será mejor que me vaya. Hasta mañana.

– Te estaré esperando.

Reseña de segunda edición: La señorita Sharon Fields ha alcanzado un éxito resonante en el difícil papel de reina de los hechizos.

Su esencial sinceridad ha brillado como un faro. Bravo.

Tercera actuación.

En escena con el Vendedor.

Aquí un matiz distinto. El papel de la mujer experimentada que sabe apreciar el estilo y la técnica de un hombre de mundo. Constituye una insólita aventura dar finalmente con alguien que sabe lo que hace y predica con el ejemplo.

Qué alivio después de tantos aficionados y de tantos charlatanes que no saben darte nada. La ballena desnuda se encontraba tendida a su lado en la cama.

– Me alegro de que hayas decidido colaborar -le estaba diciendo-Ahora que has comido y descansado, estás mucho más guapa. Debieras verte. Te aseguro que no lo lamentarías.

– No lo lamento. Cuando decido hacer una cosa, jamás me arrepiento de haberla hecho. Tienes razón. En mi actual situación sería una necedad seguir resistiendo.-Por consiguiente, no me arrepiento de haber decidido colaborar.

– ¿Quieres decir que no te importa? -le preguntó él visiblemente complacido.

– No quiero mentirte. Me importa. Pero lo que más me importa es la forma en que se me mantiene prisionera. Tras haber superado el trauma del secuestro y la idea de unos extraños que me forzaron, tras haber superado todo eso, comprendí que lo que más me molestaba es que me mantuvieran amarrada de una forma tan indigna.

– No queremos mantenerte así. Yo, por lo menos, no quiero. Pero tememos que nos des algún disgusto si te soltamos.

– ¿Y qué disgusto podría daros? Podríais encerrarme con llave en la habitación. Estaría totalmente en vuestras manos. Si quieres que te diga la verdad, -empezó a decirle vacilando.

– Sigue, Sharon. Respeto a las mujeres sinceras.

– Muy bien. Pero no se lo digas a los demás. ¿Me prometes que no vas a decirles a los demás lo que voy a confiarte?

La ballena no sólo se mostró satisfecha sino que hasta se le cayó la baba al ver que se le convertía en confidente de un secreto.

– Mira, Sharon, créeme. Puedes confiar en mí.

– Muy bien, pues.-Tú conoces la psicología femenina tan bien como yo. ¿Qué mujer de la tierra no ha soñado alguna vez con ser raptada y tomada a la fuerza por un hombre apuesto? La mayoría no queremos reconocerlo, pero casi todas las mujeres soñamos con ello, ¿sabes?

– Pues, claro, claro.

– Yo lo he soñado cientos de veces. Es un medio de disfrutar realmente del placer sexual sin temor a experimentar sentimientos de culpabilidad como consecuencia de un comportamiento poco femenino en el sentido tradicional de la palabra.

Pues, bien, después me sucedió, me sucedió en serio. Al principio estaba furiosa.-Puedes comprenderlo. Arrancarme de mi vida normal cuatro hombres desconocidos. Verme prisionera, atada. Verme asaltada.

Me asusté muchísimo. La fantasía es una cosa. Pero la realidad puede resultar terriblemente aterradora.

– Lo sé muy bien.

– Pero, una vez me hubo ocurrido, bueno, comprendí que no podía remediarlo. Tras haber mantenido relaciones sexuales con todos vosotros, bueno, vi que no estaba en mi mano hacer nada, y tampoco es que fuera a contraer ninguna enfermedad mortal.

Quiero decir que las relaciones amorosas sanas jamás han matado a una mujer, ¿verdad?

El se echó a reír. Se lo estaba pasando bien. La estaba empezando a ver con ojos nuevos, la estaba empezando a ver como una mujer, adulta, alegre y sincera, muy dada a los deleites carnales.

– Tienes razón, Sharon, tienes muchísima razón. Me alegro de oírte hablar así. Siempre pensé que no nos habíamos engañado. Siempre supe que por dentro eras toda una mujer.

– Pues lo soy. Cuando me convencisteis de la conveniencia de colaborar, colaboré, ¿Y sabes una cosa? No estuvo ni medio mal. No me refiero a todos vosotros.

No soy una ninfómana sin preferencias. Soy muy exigente y remilgada Tus amigos no son precisamente de mi gusto. Ese alto del acento tejano, por ejemplo, no es más que boquilla. Carece de elegancia y, en el fondo, es demasiado soso para mí.

Al Vendedor se le iluminaron los ojos.

– Ya sé a qué te refieres. Dicho sea entre nosotros, hay muchos hombres que piensan que lo único que puede hacerse es tenderse encima.

– ¡Exactamente! Siendo así que tú y yo sabemos que hay cien medios distintos de alcanzar un mayor placer sexual. ¿Me comprendes?

Al Vendedor se le agitó la fofa carne al pensar en las posibilidades.

– Vaya si te comprendo, Sharon. Eres una muchacha muy de mi gusto. Siempre supe que eras así, pero no estaba seguro de que llegaras a mostrarte tal como eras.

– Me estoy mostrando tal como soy, pero sólo para ti -le dijo ella rápidamente-, porque considero que he conseguido establecer contigo unas verdaderas relaciones.

Comprendí que eras el único que había corrido mundo. El muchacho que se inventó este proyecto es demasiado joven para mí. No sabe ni lo que tiene que hacer. Y el viejo, ¿para qué te voy a contar?

– No tienes que contarme nada, Sharon -dijo él riéndose-. Estamos a la misma longitud de onda.

– Exacto. Por consiguiente, a la segunda o tercera vez comprendí que eres el único de quien podría esperar algo.

Bueno, no quiero engañarte. No quería que me secuestraran. Tampoco estaba dispuesta a que me violaran. Pero lo pasado, pasado. Estoy aquí y he decidido sacar el máximo partido.