Y, sin embargo, lo había conseguido. Se había salido con la suya. Se había aprovechado de sus debilidades, había jugado con ellos, los había utilizado de la misma manera que ellos la habían utilizado a ella.

Bueno, ¿por qué no? ¿Por qué no jugar de nuevo a aquel odioso juego? Ahora que habían transcurrido tres días, estaba empezando a entender un poco a estos tipos.

No disponía de ningún hecho concreto. Pero había conseguido adivinar sus respectivas debilidades y ello le permitía calibrarlos mejor. Aquellos antiguos dichos que afirman que pueden adivinarse muchas cosas acerca de una persona a través del perro que tiene, los libros que lee o la forma en que juega a las cartas, no eran más ciertos que lo que ella podía adivinar acerca de una persona a través de su comportamiento en la cama.

El Malo, por ejemplo. Era tejano, estaba segura. Se ganaba la vida utilizando las manos. Era ignorante pero muy listo. Era un sádico y, por consiguiente, podía resultar peligroso. Tenía manías de carácter paranoico y se consideraba un oprimido sin derecho a disfrutar del mundo. Pero le obsesionaba claramente una cosa.

Se mostraba muy orgulloso de su forma de tratar y enamorar a las mujeres. Se consideraba un amante extraordinario. Hasta ahora, se había negado a corresponderle. Es más, la sola idea de hacerlo la repugnaba.

Pero ¿por qué no le correspondía? ¿Por qué no procuraba deliberadamente acrecentar su orgullo sexual? ¿Por qué no le hacía sentirse tremendo? ¿A dónde la conduciría aquel juego? Sería un fastidio, muy cierto, pero tal vez consiguiera desarmarlo, lograr que confiara más en ella accediendo a revelarle algo más acerca de sí mismo.

O el Vendedor. Mucho más vulnerable y más fácil de manejar. Era un fanfarrón, tenía muchos humos y se esforzaba constantemente en ocultar que por dentro era un fracasado. No estaba seguro de su capacidad sexual. Era probable que experimentara alivio si se le daba la ocasión de entregarse a rarezas sexuales, de relajarse y gozar plenamente.

En tales circunstancias, era posible que, sintiéndose eufórico a causa del triunfo, le hablara más de lo debido y que fuera cierto parte de lo que le contara.

O el Tiquismiquis. Había confesado que era un profesional. Llevaba casado mucho tiempo. Deseaba variedad, estímulo, diversiones exóticas que jamás hubiera conocido, pero necesitaba entregarse a estos actos sin experimentar sentimientos de culpabilidad.

Era tímido. Era nervioso. Estaba preocupado. Si recuperaba la confianza en sí mismo y revivía su juventud entregándose al placer sin el agobio del remordimiento, tal vez se ablandara, se quitara la máscara de circunspección y se sintiera agradecido y obligado a hablarle de cosas de las que, de otro modo, no le hubiera hablado.

O, finalmente, el Soñador. A primera vista podía parecer el más fácil de manejar a causa del amor que le profesaba. Pero, en cierto modo, tal vez fuera el más difícil de alcanzar. Vivía en una especie de limbo situado entre la fantasía y la realidad.

Poseía mentalidad de creador y albergaba instintos honrados que se habían deformado como consecuencia de su escapada a un sueño convertido en realidad.

Sin embargo, tal vez le fuera posible hacer algo. Era sumamente vulnerable. Se había construido una vida imaginaria con ella y ahora quería convertirla en realidad. Se había enamorado de la Sharon Fields que él soñaba, no de la Sharon Fields que había conocido en carne y hueso.

¿Y si se convertía en la diosa que él se imaginaba? ¿Y si convertía en realidad todos los sueños de vida en común que él se había inventado? ¿Y si fingía aceptar su amor, sentirse halagada por éste y corresponderle? ¿Y si lograba devolverle la virilidad? Menudo trabajo, pero tal vez la recompensa mereciera la pena. Tal vez se convirtiera en su mejor aliado e incluso sí, en su confidente a sabiendas o sin saberlo.

Mmmm.

El material lo tenía a su disposición. Arcilla blanda que podría moldear y manejar a su antojo.

Pero, ¿con qué finalidad práctica? Pasó revista a varios objetivos razonables y a los distintos pasos que pudieran permitirle alcanzar por lo menos algunos de dichos objetivos. Empezó a reflexionar acerca de los primeros pasos.

Tenía que convencerles al objeto de que la desataran. Seguiría siendo una prisionera confinada en un lugar, claro, pero dispondría de libertad de movimiento dentro de dicho lugar.

Tendrían que desatarla en bien suyo; a cambio de los placeres que ella les prometería una vez la hubieran desatado. La libertad en aquella celda sería el principio. Tal vez la condujera posteriormente a una libertad dentro de la casa, a una libertad de salir al jardín que pudiera haber fuera y, más tarde, a una libertad que tal vez le permitiera escapar si se presentaba la ocasión.

Otra cosa. La libertad limitada tal vez pudiera permitirle hacerse con un arma. Tal vez la pistola del Malo y, con ello, otra posibilidad de huir. Si había alguna probabilidad de huir, que tal vez no la hubiera, cabía la posibilidad de otro plan que pudiera poner en práctica al mismo tiempo y que le permitiera alcanzar el mismo objetivo, es decir, la libertad.

Además, la libertad limitada tal vez le diera una oportunidad de conseguir enamorar a alguno de ellos de tal forma que confiara en ella y se convenciera de que deseaba huir con él, y éste sería otro medio de escapar.

Tenía que jugar con aquellos hombres, inducirles a error, ablandarles y programarles de tal manera que uno de ellos le sirviera involuntariamente de eslabón que la uniera con el mundo exterior.

La idea era confusa de momento, todavía no estaba claramente definida pero le dedicaría más atención e intentaría desarrollarla.

Lo más importante era empezar a trabajarles de tal forma que le revelaran o se les escapara algo a propósito de sus identidades. Sus nombres. Sus ocupaciones. Sus lugares de residencia.

Este conocimiento sería muy valioso, ya que le permitiría facilitarles a los de fuera algunas pistas sobre sus apresadores, pistas que pudieran conducir a otros hacia el lugar en que ella y sus apresadores se encontraban en aquellos momentos.

Y, aunque no hubiera otra razón, era necesario saber quiénes eran para poder vengarse de ellos más adelante, si es que para ella iba a haber un "más adelante".

Pero lo más importante de aquel proceso de obtención de datos sería permanecer muy atenta a todo lo que dijeran o comentaran de pasada, o en el transcurso de sus efusiones amorosas, a propósito del lugar en que la mantenían prisionera.

Directamente no se lo dirían. Pero tal vez le dijeran algo indirectamente y sin darse cuenta. Una vez dispusiera de aquella información, tendría que hallar el medio de comunicarla al mundo exterior.

Tal vez le resultara imposible pero no podía jugar a ningún otro juego y no le era posible abrigar ninguna otra esperanza.

Tendría que hacerlo paso a paso, con cuidado y astucia. Porque si alguno de ellos descubría que estaba al corriente de quiénes eran o dónde estaban, ello equivaldría a su ejecución segura.

Utilizarlos. Muy bien. Para utilizar a un hombre, para recibir algo a cambio, tienes que darle algo. A cambio de una colaboración reducida a su más mínima expresión ya había recibido una mínima recompensa: la simple subsistencia. La colaboración que les prestaba era escasísima, y por eso apenas recibía nada a cambio. Si les daba más, recibiría más.

¿Qué podía ofrecerles? Hizo un breve examen, que no le hubiera hecho la menor falta porque ya sabía cuáles eran sus bienes. Tenía exactamente lo que ellos querían, aquello por lo cual tanto se habían arriesgado, aquello que tan caro iban a pagar. Sabía cuál era la imagen que ellos habían creído apresar.

Poseía en potencia la sexualidad que ellos suponían. Poseía aquella aureola de símbolo sexual, diosa de la sexualidad y rutilante estrella que tanto se había esforzado en borrar.