Había sido interminable y, como siempre, la había aporreado como un martinete. Dos veces había estado a punto de experimentar el orgasmo y se había detenido para poder proseguir.

En ambas ocasiones había estado ella a punto de empezar a moverse para estimularle y conseguir librarse de él cuanto antes, pero no se atrevió a hacerlo por temor a que aquel animal lo interpretara erróneamente como un éxito.

Había durado una eternidad y, al final, cuando ambos ya estaban completamente empapados en sudor, estalló y terminó el suplicio.

Estaba satisfecho. Se levantó de la cama y quiso saber si le había gustado. Ella se encogió de hombros.

– Lo sé, lo sé, nena -le dijo guiñándole el ojo-. No quieres reconocer que te ha encantado. -Miró el reloj-.

Sí, ha durado treinta y un minutos en total. Bueno, ha sido rápido.

Hubiera deseado castrarle con una cuchara roma. Hubiera deseado amarrarle a la cama y cortárselo lentamente, muy lentamente, disfrutando como una loca.

Cerró los ojos desvalida y le suplicó a Alguien de Arriba que le permitiera saciar su sed de venganza.

Y, finalmente, el Soñador Y encima oliendo a colonia. Se había duchado con colonia. Yacía desnudo a su lado murmurándole ternezas, arrullándola como si fuera su Julieta.

Una repetición de todas las películas en las que la había visto, y las muchas veces que había visto las mismas películas y lo mucho que aumentaba su sempiterno amor a cada nuevo éxito cinematográfico que ella alcanzaba.

Un estudio de su incomparable belleza. Era Afrodita surgiendo de las olas, la diosa del amor, y él era Zeus, y el hijo nacido de aquella unión sería Eros.

Completamente chiflado, estaba segura. Y después le preguntó sin más:

– ¿Llevas algo, Sharon?

– ¿Que si llevo algo? ¿Acaso no lo ve? Llevo el camisón que usted me dio, sólo que prácticamente lo he llevado toda la noche alrededor de la barbilla.

– No, me refiero por dentro. Te compré algunos contraceptivos para protegerte. Debiera de habértelo dicho el primer día.

– Sí, llevo algo. Siempre lo hago antes de emprender un viaje. ¿Acaso no llevan todos los símbolos sexuales aparatos intrauterinos?

– Bueno, menos mal, menudo alivio.

Absolutamente loco. Ahora le estaba acariciando el busto y el vientre.

– Quisiera que supieras cuánto te amo -le estaba susurrando-. Ojalá me amaras.

Le miró. Su triste miembro seguía flácido. Ayer había intentado defenderla del Malo, eso era innegable, y tal vez pudiera necesitar su ayuda en el futuro, pero no podía compadecerse del único responsable de su desgracia.

Observó que el muy idiota se estaba restregando contra su muslo al objeto de que el órgano le funcionara debidamente. Oyéndole respirar entrecortadamente adivinó que debía estar lográndolo.

Ahora se estaba levantando para subírsele encima y pudo comprobar que había estado en lo cierto. Se encontraba entre sus muslos, temblando de emoción anticipada.

Ella levantó entonces y separó fatigadamente las rodillas, y este gesto pareció enardecerle irremediablemente.

Excitado y a punto de estallar le buscó ciegamente el orificio, lo encontró y, al entrar en contacto con los suaves labios, emitió un lento y doloroso gruñido de desesperación y eyaculó prematuramente.

Se retiró muy afligido. Se levantó de la cama, buscó un pañuelo en el bolsillo de los tejanos y la secó rápidamente como si, secándola, pudiera lograr borrar su fracaso.

Hermano, pensó ella, tienes un problema. No es que sea muy grave, pensó, no es de los que no pueden superarse. Dado que había tenido ocasión de observarlo en muchos hombres, sabía que si se esforzaban en seguir haciéndolo de la misma manera, el defecto se agravaba y empeoraba.

Pero no quería ayudar al hijo de puta fundador del Club de los Admiradores. No, señor, aguántate, nulidad enferma.

Le observó friamente mientras se vestía. El tipo no podía disimular su abrumador abatimiento. Se estaba autoanalizando y exhibiendo ante ella todos sus tristes pensamientos.

Sólo le había ocurrido una o dos veces. Se esforzó por analizar su fracaso, por estudiarse a sí mismo a lo Masters y Johnson.

Era víctima de haberla venerado y deseado demasiado y, sin embargo, experimentaba sentimientos de culpabilidad por haberla forzado de aquella manera De ahí que su mente no le permitiera consumar el amor con ella.

Muchacho -hubiera querido decirle ella-, piensa en tus padres, en tus temores infantiles, en tus decepciones de adolescente, en tu falta de autoestimación. No me culpes a mí y no culpes tampoco a las mujeres sexualmente liberadas que te atemorizan. El problema eres tú, no nosotras.

Hermano, necesitas ayuda y yo soy la única que podría ayudarte. Pero no voy a hacerlo, se prometió a sí misma enojada. Sufre, cerdo impotente.

Se encontraba a su lado y se le movía la nuez.

– No se lo cuentes a los demás -le dijo-. No lo entenderían.

– No me interesa hablar de usted -dijo-. Hágame un favor.

– Lo que quieras, Sharon.

– Tápeme -le dijo ella señalándole los pies de la cama-Y deme la pastilla para dormir.

– En seguida.

Le bajó el camisón. Tomó la manta que había a los pies de la cama y la cubrió con ella hasta los hombros.

Le levantó la cabeza de la almohada, le depositó la píldora en la lengua y después le dio a beber un poco de agua para que pudiera ingerirla.

– ¿Alguna otra cosa? -le preguntó.

– Déjeme dormir.

– Ya no estás enojada, ¿verdad? -le preguntó resistiéndose a marcharse.

Miró con incredulidad a aquel cretino chiflado.

– ¿Cuánto tiempo hace que no le violan en grupo? -le preguntó ella amargamente. Tras lo cual giró la cabeza, oyó que se abría y cerraba la puerta y esperó al último visitante: el sueño reparador.

Ahora, tras finalizar el primer día de colaboración, yacía despierta esperando la llegada del sueño. El reloj le dijo que hacía más de veinte minutos que se había tomado la píldora que nunca fallaba.

Rezó para que esta vez no la abandonara. Bostezó. Y empezó a imaginarse una entrevista consigo mismo, tal como solía hacer muchas veces.

Bien, señorita Fields, ¿qué opina de su aproximación a los papeles dramáticos?

Mmmm, yo diría que ha sido un acierto. No podía seguir haciendo siempre lo mismo. Mi público no me lo hubiera permitido.

¿Está usted satisfecha de su último papel?

A decir verdad, el papel no me gustaba. Pero estoy sujeta a contrato durante unas cuantas semanas y no tenía otra alternativa. O lo hacía o me moría de hambre.

Señorita Fields, ¿está usted satisfecha de su actual situación?

Bueno, nadie suele estar satisfecho jamás. Yo diría que mi situación actual es mejor que la anterior. Pero eso no me basta. Fundamentalmente, soy un ser libre. Adoro la libertad. Pero sigo bajo contrato, ¿sabe usted? Y eso coarta mucho, ¿sabe? No seré feliz hasta que me sienta libre.

Señorita Fields, ¿considera que existe algún obstáculo que se interponga entre usted y la absoluta libertad?

Sí. La moda de los Clubs de Admiradores. Tener que satisfacer a los Clubs de Admiradores es la trampa más peligrosa que pueda haber. Para sobrevivir, tienes que hacer lo que ellos quieren y sabes que, al final, pueden cansarse de ti, rechazarte, matarte.

No será tanto, señorita Fields.

Vaya si es, le digo que estoy francamente asustada.

Muchas gracias, señorita Fields.

Bienvenida, señorita Fields.

Esbozó una soñolienta sonrisa. Aquellas escenas imaginarias eran siempre el preludio del sueño. Se sentía dispuesta a no pensar y a entregarse, a ser posible, a un vacío sin sueños.

Pero en su cabeza seguía danzando una cosa. La colaboración era el “statu quo”. Tal vez la mantuviera físicamente viva, pero la desesperada rabia que experimentaba la destruiría por dentro, se la comería viva y la destrozaría. Vivir de aquella manera era como no vivir.