La tenía allí, era inerte a su ser y les bastaba con ofrecerles la Sharon Fields que ellos deseaban y esperaban. Sí, su caballo de Troya sería aquella falsa sexualidad de que la creían dotada.

Le desagradaba enormemente revivir y jugar de nuevo el juego de siempre. Lo había dejado muy atrás, pero ahora comprendió que tendría que ir en su busca, desempolvarlo y ponerlo de nuevo en práctica.

Detestaba la ulterior humillación que ello significaría. Era un deporte repugnante eso de utilizar el propio cuerpo de señuelo, de narcótico y de trampa. Pero, qué demonios, en otros tiempos le había sido sumamente útil y tal vez también se lo fuera ahora.

Vacía de cualquier cosa, su carne y sus habilidades histriónicas serían sus únicas armas. Pasó brevemente revista a los hombres sin rostro de su pasado, a John, a Duane, a Steve, a Irwin, todos ellos hombres brillantes y de talento que habían sucumbido a los trucos más burdos y falsos y la habían ayudado a elevarse al estrellato, la riqueza, la fama y la libertad.

Tendida en la cama, recordando al antiguo juego que tantos años llevaba sin poner en práctica, empezó a emocionarse al pensar en el reto que ello llevaría aparejado y en las posibilidades que se abrirían ante ella.

¿Podría hacerlo? ¿Debería hacerlo. Decisión. Sí. Empezaría inmediatamente, ese mismo día, esta noche.

¿Hace el favor de levantarse la verdadera Sharon Fields? Con tu permiso, la verdadera Sharon Fields se quedará muy quieta en su sitio. Tendría que cambiar radicalmente de táctica, pero tendría que hacerlo de una forma inocente para que no se dieran cuenta del engaño.

Tendría que cambiar de la misma manera que ellos habían cambiado. Porque, independientemente de lo que hubieran sido sus cuatro apresadores en el mundo civilizado, no le cabía la menor duda de que debían ser distintos a como eran ahora, debían de ser unos conformistas, unos tipos que iban tirando.

Tras haber sobrevivido al riesgo inicial, tras haber convertido la fantasía en realidad, se habían librado de todas sus inhibiciones, represiones y sentimientos honrados. Se habían deshumanizado.

Muy bien. Ella también se deshumanizaría. Podía volver a ser lo que había sido, el joven ser secretamente encallecido y despiadado de Virginia Occidental y Nueva York de los primeros años de Hollywood. Podía volver a ser la nulidad que no procedía de ningún sitio y que utilizaba sus encantos para pisotear a los hombres y verse libre de la esclavitud.

Su actuación ya estaba empezando a cristalizar en su cerebro. Tendría que interpretar el mejor papel de su vida, su interpretación tendría que ser insuperable. La señorita Susan Klatt tendría que transformarse en la señorita Sharon Fields, la leyenda, el sueño, el deseo, la “raison d’tre” del Club de los Admiradores.

Tendría que convertirse en el cálido, acrobático y erótico nido de amor y en la ninfómana que aquellos brutos se imaginaban y deseaban. Tendría que interpretar un papel, agradarles y complacerles utilizando métodos que ellos jamás hubieran experimentado.

¿Podría hacerlo? Desechó las últimas dudas.

Toda aquella historia ya la había interpretado otras veces, había sido la ilusionista por excelencia, deseando con las acariciantes rendijas de sus ojos verdes semicerrados, deseando con su húmeda boca entreabierta, deseando con su voz gutural y jadeante, con sus prominentes pechos firmes y altos, con los pardos pezones duros y puntiagudos, con los lentos movimientos de la carne del tronco y los muslos, ondulando, deseando y prometiendo placeres y éxtasis orgásmicos y después entregando, besos fugaces, lamiendo con la lengua los lóbulos de las orejas, los párpados, el ombligo, el miembro, acariciando, restregando, estrujando el pecho, las costillas, el estómago, sosteniendo las nalgas, los testículos y después siempre servir bien al cliente-el trabajo de mano prolongado, regular y progresivamente acelerado, o los juegos números 6 ó 9 o el coito, la cópula, la cohabitación, el ayuntamiento normal, a horcajadas, a estilo mecedora o chino, penetración posterior, de lado, de pie, cualquier cosa que uno quisiera, girando convulsamente, rascando, mordiendodentro, dentro, más, más, me muero, me muero, estallido hasta el cielo, lava fundida, amor, gemidos, agradecimiento, lo mejor, jamás había conocido nada igual, santo cielo, ya había actuado en el circo del concubinato y volvería a actuar de nuevo.

Tenía que hacerlo. Lo haría. Recordaría sus interminables experiencias y pondría en práctica sus profundos conocimientos de seducción sexual arrancados de su Quién es Quién particular de prepucios del pasado. Embellecería tales conocimientos con los adornos de la inexistente amante perfecta. Tendría que convertirse en un ser carnal pero con distinción, clase y estilo.

Y a través de dichos artificios convertiría a cada uno de sus cuatro apresadores en su amante especial y privilegiado. Sí, sí, ésta sería la clave de la huida, convencer a cada uno de ellos de que era el único favorito de Sharon Fields, que era el que más la emocionaba y aquel a quien ella más estimaba.

De esta forma, tal vez desistieran de mostrarse recelosos y accederían a hacerle favores a cambio de sus favores. Era necesario que cada uno de ellos llegara a desear convertirse en el hombre de su vida. Era necesario que consiguiera averiguar lentamente la autobiografía de cada uno de ellos su carácter, costumbres y necesidades, para poder con ello explotar sus respectivas vulnerabilidades.

Con esta fuerza tal vez consiguiera incluso enfrentarles entre sí -sabía que las circunstancias le serían propicias-y crear astutamente la discordia y la división entre ellos.

Un juego peligroso, más peligroso que cualquiera de los papeles que hubiera interpretado en el pasado. Pero es que aquí estaban en juego cosas que jamás lo habían estado en otros tiempos.

Se estiró en la cama y la boca se le curvó en una felina sonrisa. Porque, al fin y al cabo, ¿por qué no hacerlo? Era una esperanza.

Un anhelo de algo que tal vez le diera resultado. Por primera vez en el transcurso de su cautiverio Sharon Fields se sintió viva. Estaba ansiosa de actuar para ellos. Deseaba que las cámaras empezaran a rodar. Estaba dispuesta a enfrentarse con el mayor desafío de su carrera.

Santo cielo, le encantaría volver a ser actriz.

Sharon Fields había dado cima a su actuación, inaugural de artista en gira. A pesar de que aborrecía el papel que se había visto obligada a interpretar, experimentaba una profunda satisfacción profesional en relación con la forma en que había actuado.

Estaba segura de que su interpretación de fabuloso símbolo sexual había sido impecable y había superado todas las previsiones. Su éxito podía calibrarse a través de las informaciones recibidas y las ulteriores recompensas que se le habían prometido.

Estaba segura de que se había tratado de una deslumbrante interpretación de cuatro estrellas.

Ahora, tendida y atada en la cama -su escenario-, esperaba la repetición a la que tendría que aprestarse.

Mientras esperaba, decidió revisar crítica y objetivamente el papel interpretado por Sharon Fields en el transcurso de las dos horas anteriores.

Primera actuación.

En escena con el Malo. Le había sido necesario echar mano de todos los matices artificiosos y trucos dramáticos que conocía. A quien más valoraba de los cuatro era al tejano.

Había sido consciente desde un principio de su astucia y perspicacia innatas. No sería fácil de engañar.

Al echarse en la cama y empezar a tocarla, ella fingió mostrarse molesta y ofendida igual que en las ocasiones anteriores, no le correspondió y aceptó su presencia sin resistirse.

Pero al separarle las piernas y penetrarla, se dispuso a iniciar la comedia. Sabía que tendría que actuar con acierto.-Dejó transcurrir parte del acto sin corresponder, exactamente igual a como lo había hecho la noche anterior.