Aceptó con inercia y sin moverse sus primeros movimientos, se mostró fría e inflexible, limitándose a ser la apática vasija que había sido en ocasiones anteriores.

Después, gradualmente y como sin querer, se convirtió en la hembra que corresponde.-Empezó a agitar las caderas, sus nalgas empezaron a ondular y todo su cuerpo empezó a oscilar hacia arriba y hacia abajo siguiendo el ritmo del tipo.

Mantenía los ojos cerrados y los húmedos labios entreabiertos para darle a entender que estaba disfrutando y, al final, dejó que se escaparan de su garganta los primeros gemidos de éxtasis.

El instantáneo placer del Malo al percatarse de que la había obligado a corresponderle en contra de su voluntad superó todo lo que Sharon hubiera podido imaginarse.

Había alcanzado la gloria. Lo había conseguido. Reduciendo el ímpetu de las arremetidas, le dijo con voz ronca:

– ¿Lo ves, nena, lo ves? Sabía que te encantaría si lo probabas. No querías ceder pero, ya lo ves, lo quieres y lo has querido siempre, te encanta. Jamás habías probado nada parecido, ¿a que no?

– No -repuso ella jadeante-, no, nunca por favor, no te detengas.

– No me detengo, cariño.

– Pero más fuerte, más fuerte.

– Pues claro que lo haré más fuerte, cariño. Lo que tú quieras.

Sus incesantes y dolorosas arremetidas la estaban destrozando pero siguió gimiendo y pidiéndole más.

– Por favor, desátame, déjame abrazarte, ay déjame.

Sabía que lo había enloquecido y, al terminar, se percató de su goce y del pesar que le producía el hecho de haber terminado. Mientras se vestía, no pudo ocultar su satisfacción.

– Ha sido estupendo, ¿verdad, nena? Tienes que reconocerlo, te ha encantado.

El término de su actuación exigía una transición desde la compañera sexual sin inhibiciones a la turbada y virginal compañera avergonzada del anhelo físico que había puesto de manifiesto.

Echó mano de todos sus recursos histriónicos. Primero apartó los ojos.

– ¿No te ha encantado? -le repitió él inclinándose hacia ella y sonriendo.

Ella le dirigió una mirada de asombro, parpadeó como admirándole a regañadientes y después apartó el rostro y lo hundió en la almohada para darle a entender que efectivamente le había encantado pero que se avergonzaba de reconocer la existencia de las pasiones que en su interior se habían desatado.

– Sí -dijo él irguiéndose-. Bueno, has tardado un poco pero eres tal como tenías que ser habida cuenta de tu estructura.

Yo sabía que lo tenías dentro. Hacía falta un hombre capaz de despertártelo.

Ella simuló modestia.

– No,-no sé qué me ha ocurrido, haberme comportado de esta manera.

– Te he penetrado, nena -le dijo él con orgullo-, te he penetrado tal como tu querías.

Ella se abstuvo de hacer comentarios.

– ¿Sabes una cosa? Tengo la impresión de que te apetecería otra ronda. Apuesto a que me quieres probar otra vez esta noche, ¿a que sí?

Ella frunció los labios.

– Mira, nena, según las normas, tengo que darles a los demás su oportunidad. Pero terminarán muy pronto.

Cuando ya estén dormidos, volveré para la repetición. ¿Es eso lo que te gustaría? ¿Una repetición? Ella asintió imperceptiblemente.

El Malo esbozó una ancha sonrisa y se fue silbando.

Reseña de primera edición: En su esperado regreso teatral, la señorita Sharon Fields ha ofrecido una interpretación de extraordinario virtuosismo.

Segunda actuación.

En escena con el Tiquismiquis. Aquí nada de papeles de doncella tímida.

El sujeto ya estaba harto de virtud y de aburrida sosería doméstica. Necesitaba cosas exóticas. Acababa de pasarse varias semanas ante las cámaras interpretando el papel de la voluptuosa Mesalina, la agresiva ninfómana.

Agresiva, sí, ésta sería la tónica, pero no dominante e intimidatoria. Lo suficientemente descarada como para despojarle de sus sentimientos de culpabilidad, convertir en realidad sus sueños y devolverle la juventud.

El pálido y panzudo Tiquismiquis, con su ratoncito colgando, ya estaba en la cama. Tragó saliva al ver que ella le acercaba su magnífico cuerpo desnudo. Por primera vez, sus ojos le miraron con interés.

– Antes de que hagamos nada -le dijo suavemente-, tengo que hacerle una confesión. Tal vez no debiera decírselo pero lo haré. ¿No le molestará que sea sincera con usted?

– No, no, dígame usted lo que quiera, señorita Fields. Está en su perfecto derecho.

– Sabe lo mucho que me molestó que me secuestraran y violaran brutalmente.

– Sí, y yo quería decirle que jamás quise intervenir en ello.

– Bueno, he estado pensando a ese respecto. He dispuesto de mucho tiempo para pensar. Sigue sin gustarme, ¿comprende? Sigo considerando que está mal. Pero, puesto que no me queda ninguna otra alternativa, ayer decidí ceder, como usted sabe, y sacar de lo perdido lo que pudiera.

Sea como fuere, creo que ya les conozco un poco. Anoche estuve pasando revista a mis sentimientos en relación con cada uno de ustedes y ¿sabe una cosa?

– ¿Qué, señorita Fields? -le preguntó él con voz vacilante.

– Mi confesión. He averiguado que sigo albergando sentimientos de odio en relación con los otros tres, pero que no es éste el sentimiento que usted me inspira.

Tanto si le gusta como si no, no puedo evitar experimentar mucha más simpatía hacia usted que hacia los demás. Comprendí que se había adherido usted a este proyecto en contra de su voluntad y que los demás le habían arrastrado a ello sin su consentimiento.

En cierto modo, tenemos un nexo en común. Ambos somos unas víctimas desvalidas.

El preocupado rostro del Tiquismiquis se iluminó.

– Sí, sí, señorita Fields, eso es totalmente cierto.

– Por consiguiente, mi actitud con respecto a usted es distinta.

Estoy en condiciones de pensar en usted aislándolo de los demás. Para mí está muy claro que es usted el único ser humano honrado que hay aquí. Es usted esencialmente cortés y amable. Es usted un caballero.

Pareció que fuera a desmayarse de agradecimiento.

– Gracias, señorita Fields, muchísimas gracias. No sabe cuanto se lo agradezco.

– Y también he observado otra cosa. De los cuatro, usted es el único que sabe cómo hay que tratar a una mujer. Supongo que ello se deberá a su madurez y al hecho de llevar casado mucho tiempo y haber aprendido cómo hay que tratar a una mujer.

– Viniendo de usted… -empezó a decir el Tiquismiquis rebosante de agradecimiento-sinceramente no encuentro palabras.

Ella le sonrió despacio con la más sugerente de sus sonrisas.

– No diga nada. Acepte simplemente el hecho de que es usted el único que no me importa albergar en mi cama. Es más, bueno, tal vez no debiera decírselo.

– ¿Qué es? -le preguntó él ansiosamente.

Sus ojos verdes le recorrieron el cuerpo.

– Estaba deseando verle. Cuando se ha abierto la puerta he pensado que ojalá fuese usted. -Apartó fugazmente los ojos y después le miró directamente a la cara-. Soy una mujer, una mujer joven y sana, y me gusta hacer el amor cuando el hombre resulta adecuado. Lo que hacen los demás no tiene nada que ver con el amor.

Pero anoche, bueno, más tarde me di cuenta de lo mucho que había gozado con usted.

– ¿Lo lo dice usted en serio? -le preguntó casi despavorido.

– ¿Por qué iba a decírselo si no fuera cierto? Se lo podría demostrar si usted me lo permitiera.

Si tuviera las manos libres, si pudiera volver a ser una mujer entera, le estrecharía en mis brazos y se lo demostraría.

Observó que sus ojos se dirigían hacia sus muñecas, amarradas a los pilares, y comprendió que estaba a punto de soltarla.

– No sé si me lo permitirían. No debiera estar atada de esta forma. Se lo diré a los demás. La está lastimando y no es justo.

– Qué amable es usted -le dijo ella suavemente-. Pero aunque yo no puedo tocarle -añadió con un suspiro-, no me importará que me toque usted a mí.