Había examinado minuciosamente sus dudas descubriendo una profunda grieta en su orgullo -consecuencia de su desamparo-y había tenido que hacer acopio de toda la fortaleza de su ser para recordar quién era y qué representaba a los ojos de todo el mundo.

¿Por qué, pues, no la echaban en falta? ¿Por qué alguien de entre su legión de amigos, protectores y admiradores no hacía algo por salvarla? Otra vez la esperanza de las Personas Extraviadas. Era su máxima esperanza.

Félix Zigman y Nellie Wright hablando con la policía, demostrando que su desaparición había sido real. Y los de la policía, que eran muy listos y científicos, encontrarían alguna clave que les permitiera descubrir el secuestro y sus autores y su paradero.

Procuró imaginarse lo que estarían haciendo en aquellos momentos por ella. Varias patrullas de vehículos de la policía ya se habrían puesto en camino hacia el lugar en el que ella se encontraba al objeto de apresar a sus secuestradores y salvarla.

Siguió alimentando aquel sueño pero de repente éste fue sustituido por un espectro que eclipsó todas sus esperanzas. Había recordado algo, una escena que súbitamente revivió mentalmente, un primer plano de Nellie y ella anoche en el salón de su casa de Bel Air, mejor dicho, no anoche sino la noche del día anterior, cuando todavía era un ser humano apreciado por los demás.

Aquella escena, finalizada la fiesta de despedida y tras haberse marchado todos los invitados, hablando con Nellie antes de subir a acostarse.

La recordaba con toda claridad y precisión.

Ella: "Tal vez necesite a alguien. Tal vez lo necesite todo el mundo. Tal vez no. Ya lo averiguaré. Pero no me hará falta toda esta corte y adornos.

Dios mío, a veces quisiera marcharme, huir, escapar hacia algún lugar donde nadie supiera quién soy, donde a nadie le importara quién soy estar sola y en paz algún tiempo, vestir lo que quisiera, comer cuando me apeteciera, leer o meditar o pasear entre los árboles o haraganear sin experimentar sentimiento alguno de culpabilidad. Largarme donde no hubiera manecillas del reloj, ni calendario, ni agenda, ni teléfono.

A un país de nunca jamás, sin pruebas de maquillaje, sesiones fotográficas, ensayos ni entrevistas. Yo sola, independiente, libre, perteneciéndome a mí misma".

Nellie: "¿Por qué no, Sharon? ¿Por qué no lo haces algún día?"

Ella: "Tal vez lo haga. Sí, es posible que esté dispuesta a hacerlo muy pronto es posible que emprenda un vuelo inesperado y vea dónde aterrizo y qué me sucede".

Santo cielo, le había dicho a Nellie todas estas cosas precisamente la víspera del secuestro.

Y Nellie, con la mentalidad de grabadora que tenía, no habría olvidado ni una sola palabra.

Se estaba imaginando ahora otra escena, la que habría tenido lugar tras su desaparición.

Félix: "O sea, ¿que te dijo todo eso la víspera de su desaparición?"

Nellie: "Exactamente éstas fueron sus palabras textuales. Que le gustaría largarse, huir y ocultarse en algún lugar desconocido donde nadie pudiera encontrarla".

Félix: "Pues ya tenemos la explicación. Se ha largado impulsivamente sin decirnos nada. Estará descansando en algún sitio".

Nellie: "Pero no tiene por costumbre no decirnos nada a ninguno de los dos".

Félix: "Ya lo ha hecho en otras ocasiones, Nellie".

Nellie: "Sí, pero…

" Félix: "No, eso es lo que habrá ocurrido con toda seguridad. Es inútil que acudamos a la policía. Haríamos el ridículo cuando apareciera. Me parece que tendremos que permanecer sentados con los brazos cruzados esperando a que se aburra de estar sola y decida regresar a casa. No te preocupes, Nellie. De una forma consciente o inconsciente te dio a entender que tenía en proyecto ir a ocultarse en algún sitio durante algún tiempo.

Y eso es lo que ha hecho. No podemos hacer otra cosa como no sea esperar".

Santo cielo, aquellas palabras estúpidas, inofensivas y carentes de significado que le había dicho a Nellie, las habrían interpretado ahora erróneamente y serían el instrumento que la alejaría de toda posibilidad de alerta, búsqueda y salvación.

El espectro que había borrado su última esperanza había sido ella misma.

Navegaba al garete, sola y sin que nadie que la echara en falta, sobre una balsa en un mar desconocido y era necesario que afrontara aquella realidad de una vez por todas. Estaba totalmente a la merced de aquellos sádicos tiburones.

¿Cómo era posible que ella -precisamente ella-hubiera acabado metida en aquella pesadilla viviente? Buscó alguna explicación racional y se acordó de aquellos increíbles momentos del día anterior, de la tarde del día anterior, en que el Soñador le había leído todas sus falsas declaraciones en el transcurso de las falsas entrevistas de prensa, las declaraciones que la habían hecho aparecer como una ninfómana, papel que justamente interpretaba en su última película, “La prostituta real”.

Todas aquellas falsedades y aquella imagen suya deformada, que ya empezaba en la biografía que los estudios habían divulgado, la habían conducido en cierto modo a la cautividad de aquella cama.

La biografía de los estudios, la biografía pública, parecía que todavía estuviera escuchando al Soñador recitándola, recitándosela como si fuera el Evangelio.

Nacida en una plantación de Virginia Occidental. Sus padres, unos aristócratas. Su padre, todo un caballero y abogado sureño. Estudios en la escuela de Educación Social de la Señora Gussett y en Bryn Mawr.

Un concurso de belleza, un anuncio de televisión, el método Stanislavsky, un desfile de modelos benéfico, un descubridor de talentos, unas pruebas cinematográficas, un contrato con unos importantes estudios, un papel secundario y el inmediato ascenso al estrellato.

Santo cielo, si aquellos chiflados supieran la verdad. Pero, si alguien se la contara, no la creerían. Ni ella misma podía creérsela porque la había reprimido y enterrado hacía mucho tiempo.

En contra de su voluntad, su cerebro empezó a practicar excavaciones arqueológicas en su no muy lejano pasado. Había que ir desenterrando uno a uno todos aquellos feos y desagradables objetos. Un solo vistazo a cualquiera de ellos bastaba para horrorizarla mentalmente.

Klatt y no Fields, ése había sido su apellido y el de sus padres. Hazel y Thomas Klatt. Su padre, un inmigrante analfabeto, guardafrenos de los ferrocarriles de Chesapeake y Ohio, borracho, borracho de bourbon barato, que murió de una afección hepática cuando ella tenía siete años. Abandonándola y dejándola injustamente sola y esclavizada por Hazel (seguía sin poder llamarla su madre), que la odiaba porque era para ella un estorbo, que la obligaba a efectuar los trabajos domésticos, que no le hacía el menor caso en su afán de dedicar toda su atención a los posibles futuros maridos.

Un padrastro, desde los nueve a los trece años, otro borracho que apaleaba a Hazel (le estaba bien empleado) y que un día se largó sin más.

Otro padrastro, probablemente un tipo que debía limitarse a vivir maritalmente con Hazel, granjero y maniático sexual, que miraba a la hijastra con lascivia y que la despertó una noche cuando ella tenía dieciséis años con una garra entre sus piernas y otra sobre su busto.

A la tarde siguiente abandonó su hogar y se fue a Nueva York. Todo aquello en Virginia Occidental, los primeros años en una sucia buhardilla situada encima de unos locales de servicios religiosos de Logan. Más tarde en una helada y estéril granja de las cercanías de Hominy Falls, en la zona de las montañas Allegheni, tierras de palurdos.

Más tarde en una miserable casa de huéspedes de una empinada y estrecha calleja de Grafton.

La escuela. Tres años en una miserable escuela superior de Virginia Occidental. Tres meses de clases nocturnas en un colegio municipal de Nueva York. Seis semanas en una academia de secretariado de Queens. Por la noche en las salas cinematográficas mirando, soñando, procurando imitar.